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domingo, 17 de marzo de 2024

«WASAGRU»

No quiero levantar polémica con los lectores de este blog, algunos de ellos fieles seguidores y muy amigos, pero no puedo por menos de hacerme eco, eco personal, de este asunto al que soy (muy) alérgico. Como habrá supuesto el lector avezado, por el título y la imagen, se trata de los grupos de esa conocida aplicación de mensajería instantánea que no falta en nuestros teléfonos móviles.

Hace ya diez años empezaba mis pasos en esta archiconocida aplicación utilizada a diario por millones de personas, lo que reflejé en noviembre de 2014 en la entrada «WASAPS» de este blog con algunas consideraciones.

Como digo, tengo alergia declarada a los grupos de wasap: me parece que son cuando menos peligrosos y capaces de alterar nuestras emociones. No es lo mismo una conversación directa persona a persona en la que puedes controlar tus mensajes y los suyos, que poner el altavoz en un grupo, más o menos numeroso, donde las reacciones pueden ser muy dispares según las personas: el mensaje es idéntico para todos, pero las reacciones al mismo…

Los he contado, ahora mismo, y estoy encuadrado en ocho grupos, ninguno de los cuales he creado yo. Me he salido de muchos en los que me han incluido y confieso que de alguno de estos ocho he tenido la tentación, aunque no lo haya hecho… por el momento. Evidentemente los tengo silenciados, de forma que no me molesten con pitiditos, avisos y sobresaltos y pueda revisar sus mensajes en ciertos momentos del día. Si alguien quiere algo o es importante, que me lo diga, mejor en vivo y en directo, persona a persona. De los ocho grupos, dos son familiares, dos son educacionales, tres son por pertenencia a asociaciones y uno que ya es residual por motivo de un viaje realizado hace ya más de año y medio, que no se cierra, pero tampoco se mueve.

Estar constantemente «conectados» a través de emails, textos y redes sociales es una garantía para experimentar ansiedad y generar distracciones y sobresaltos en nuestra vida personal o laboral. Hay por ahí informaciones que preconizan el poner el teléfono en modo avión durante varios periodos al día para desconectar del mismo. Los mensajes, avisos o llamadas que llegan al teléfono, algunas de forma insistente, no respetan tus actividades: imaginemos un profesor que está dando su clase y consecuentemente no puede atender el teléfono, aunque ya he visto, con demasiada frecuencia en esta misma situación como los alumnos descuelgan y se marchan de la clase atendiendo la llamada, que supongo que debe ser muy importante, más que la clase, e ineludible: ¿falta de respeto al profesor o resto de compañeros? Habrá opiniones para todos los gustos.

¿Tenemos que estar permanentemente disponibles? ¿Cómo era antes cuando no había teléfonos móviles? En los inicios de los años setenta del siglo pasado no había teléfono en la casa de mis padres. En todo el barrio solo había un teléfono fijo: el de la carbonería de Félix. Cuando familiares de Madrid o Toledo tenían algún aviso, generalmente alguna desgracia, llamaban al teléfono de la carbonería, y el pobre de Félix o alguno de sus empleados salía corriendo, se colocaba debajo de la ventana de mi casa y… ¡Avelinaaaaaaaa… al teléfono! Mi madre dejaba todo lo que estuviera haciendo al cuidado de mi abuela y salía como alma que lleva el diablo en bata y zapatillas corriendo a la carbonería a ver qué ocurría. Son escenas impensables hoy en día pero que eran frecuentes en aquella España de los años 60 o 70 del siglo pasado.

Al final, el teléfono acabó llegando a casa justo cuando yo cumplía los dieciocho años y por imposición. Comencé a trabajar en una oficina de Madrid —con nocturnidad y guardias— en la que me pidieron el teléfono para poderme llamar a cualquier hora del día o de la noche, laborables o festivos, y claro, no era cuestión facilitar el teléfono de la carbonería. Aunque las incidencias eran pocas, alguna había y algún timbrazo a altas horas de la madrugada se produjo.

Ahora, ante la más mínima situación, se tira de teléfono móvil y se llama muchas veces sin considerar si el interlocutor buscado estará disponible según sus obligaciones personales y laborales. Y esto es válido para empresas y vendedores que lo intentan una y otra vez de forma inmisericorde. Yo procuro tener el teléfono en silencio cuando estoy en alguna actividad de forma que si veo una llamada la rechazo y si puedo pongo un mensaje diciendo que no puedo atenderla, que estoy en clase o en una reunión y que llamaré yo al finalizarla. Pero no siempre es posible hacerlo, con lo que el llamante tendrá que esperar. ¿Cómo de estrictos somos en estos casos?

El problema de los grupos de wasap surge cuando los integrantes no tienen claro, muy claro, extremadamente claro, la finalidad del grupo. Como ya es sabido, en reuniones no se debe de hablar de ciertas cuestiones —política, religión…— so pena de acabar como el Rosario de la Aurora. Pues esto mismo debe observarse en los grupos de wasap que no dejan de ser reuniones virtuales. En un grupo de alumnos de la clase de dulzaina no se pueden poner mensajes comerciales, por ejemplo, y deben quedar reservados para comunicaciones del profesor o de algún alumno con respecto, estrictamente, a cuestiones relacionadas con las clases o las actividades musicales. Pero no siempre lo tenemos claro: ¿Qué opinamos de las felicitaciones de cumpleaños por grupos? ¿Tenemos que felicitar todos y cada uno? ¿El que no felicita… queda señalado?

Los grupos virtuales pueden generar lazos estrechos entre familiares, amigos o compañeros, pero también pueden ser el origen de fuertes discusiones por temas que no deberían haberse tratado en el grupo y que no tienen nada que ver con la esencia del mismo. No hacen falta ejemplos, todos los hemos sufrido en mayor o menor medida en relación con la cantidad de grupos en los que estemos inmersos. Y es que es muy difícil ver ciertos mensajes y no contestar con el contrario, aunque sea solo por generar polémica: si tú pones un mensaje incendiario a favor del Betis, yo contesto con otro más subido de tono a favor del Sevilla. Y ya la tenemos montada. Ya apostilló el psicólogo Mark Dombeck que… «Cuando la gente entra en nuestro territorio y son poco respetuosos, tenemos derecho a defendernos». Asertividad y equilibrio emocional, o en su defecto ignorar, siempre que sea posible y no nos saquen de nuestras casillas: ¿Merece la pena librar esta batalla? ¿Es mejor salirse del grupo?

Antes que se me olvide, wasap, wasaps y wasapear, con «w» y no con «gu», son acepciones castellanizadas o españolizadas admitidas en nuestra lengua, según puede verse en esta entrada de la FUNDEU, Fundación del Español Urgente.


 

domingo, 10 de marzo de 2024

CAZADO

  
«Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe» reza uno de los muchos dichos populares, que al final acaban teniendo razón, tarde o temprano. Es cuestión de tiempo el que te cacen y eso me ha ocurrido esta semana. A diario recibo muchos correos electrónicos, guasaps o mensajes SMS tratando de pillarme. Estoy atento, pero esta vez, por curiosón, me han pillado.

Recibo un correo electrónico que puede verse en la imagen que encabeza esta entrada. El correo ha conseguido saltarse los filtros de SPAM y ha llegado a mi bandeja de entrada. En ella se me dice que se ha detectado un inicio de sesión en mi cuenta de @u0z72b6. Lo de la arroba inicial induce a pensar en una cuenta de alguna de las redes sociales. Como yo solo tengo en Twitter —ahora X— tiene que ser en esa. Leyendo detenidamente se puede ver abajo la referencia a «X Corp», la empresa responsable actualmente de esta red social. No tengo un dispositivo iPhone con lo cual yo no he sido, en principio, pero puede haber miles de personas, no sé con qué interés, que lo hayan intentado.

Siguiendo mis propias auto instrucciones, lo que tenía que haber hecho es ignorar y borrar el correo y acceder a mi cuenta para ver que todo está correcto. Pero no lo hice: hay veces que la curiosidad de ver cómo están construidos estos engaños te lleva a indagar un poco en el asunto.

Por supuesto no se pincha en ninguno de estos enlaces, pero capturé en el portapapeles la dirección para averiguar un poco cómo estaba construido el engaño. Craso error: lo vi, muy burdo, y seguí a lo mío. Pero al poco rato, un buen amigo, Juanlu, me envía un guasap advirtiéndome, extrañado, de que yo estaba reposteando con mucha frecuencia unos mensajes extraños en «X». Se lo agradezco y me pongo a investigar, comprobando efectivamente que «yo» estoy haciendo precisamente eso, bueno no soy yo, pero lo hace alguien que tiene mi cuenta que es lo mismo que si fuera yo. No tengo ni idea de cómo puede haber ocurrido, pero ha tenido que ver, seguro, con mi curiosidad en el enlace del correo que había recibido.

Lo primero es tratar de tomar el control de mi cuenta, una cuestión que X —antes Twitter— no pone fácil. Por suerte, mi cazador no había cambiado la contraseña, con lo que lo pude hacer yo y con ello recuperar el control y borrar una treintena de acciones que yo no había realizado. Además, habilité el segundo factor de autenticación —2FA—para mi cuenta. Nunca pensé que mi cuenta de X o Twitter tuviera interés para nadie, porque ni soy influencer ni estoy todo el rato poniendo posts ni tengo muchos seguidores, es decir, nada que pueda recabar atención de alguien para hacerse con mi cuenta.

Solventado el problema, se trataba de investigar y conocer que podría haber pasado, porque tenía que ser algo relacionado con mi curiosidad. Nunca sabremos que hace por dentro nuestro ordenador, pero me aventuro a trazar un esquema posible. Yo utilizo el navegador Mozilla Firefox. Este y todos, para facilitarnos la labor, nos ofrecen el guardar nuestros usuarios y contraseñas de forma que se rellenen automáticamente al entrar en determinadas páginas. Este navegador, Mozilla Firefox, si se utiliza con un usuario registrado, tiene la posibilidad de proteger con una clave el acceso a estas contraseñas guardadas de forma que no sean utilizadas si no has puesto la contraseña general.

Yo no utilizo esta facilidad del navegador salvo para unas muy pocas páginas, aquellas que yo considero —o consideraba— un poco secundarias y sin incidencia. Por supuesto nada de guardar ahí contraseñas sensibles de empresas, telefonía, correos, bancos o similares. Para eso utilizo un gestor de contraseñas, KeePass, al que ya me he referido en alguna entrada de este blog: «CONTRASEÑAS» en 2011, «CLAVES» en 2014,  «PASSWORDS» en 2015 y otras.

Cuando teniendo el navegador abierto y con la contraseña previamente introducida yo accedo al enlace que había copiado del correo, estoy provocando la ejecución de un código desconocido en mi navegador y en mi ordenador. ¿Qué está haciendo? No lo sé, pero tampoco saltó ningún aviso de mi antivirus. Bueno, una conjetura es que este código accediera a mi repositorio de usuarios y contraseñas en el navegador, hubiera cazado mi contraseña y la hubiera transmitido a los hackers que empezaron a utilizarla para hacer reposteos en mi nombre, como si fuera yo.

Precisamente hoy en el diario «El País» puede leerse un artículo extenso firmado por Jordi Pérez Colomé titulado «Nadie está a salvo de caer en la trampa de las ciberestafas» dedicado al tema, con numerosas indicaciones que no por creer que ya las sabemos no conviene repasarlas y grabarlas a fuego en nuestra mente. Un dato aterrador en ese artículo: «335.995 denuncias que hubo por ciberestafas en 2022» y «su impacto es aún mayor porque muchas ciberestafas quedan sin denuncia». No sé si el artículo estará en abierto en la edición digital del periódico, pero a lo mejor conviene comprar hoy la edición en papel para guardarlo y revisarlo de vez en cuando. Lo suyo es no atender nada de lo que nos llega —«actuar con "desconfianza racional" y sentido común ante ofertas o mensajes de fuentes desconocidas» se dice en el citado artículo—, borrarlo inmediatamente y en todo caso ser nosotros los que iniciemos con nuestros propios enlaces, nuestras propias aplicaciones o nuestros propios teléfonos el verificar si realmente hay alguna incidencia y solucionarla, pero sin acceder a las ayudas que nos ofrecen páginas o interlocutores desconocidos.

Por esta vez, la cosa no ha llegado a mayores, pero mi curiosidad (muy) malsana me ha dado un buen susto y un aviso más de cara al futuro. Parece por el momento que las consecuencias han sido mínimas, pero podría haber sido peor. Avisado quedo. Y los que esto lean... también.


 


domingo, 3 de marzo de 2024

DESATADOS

Se ha abierto la veda y nadie estamos a salvo. Es una constante de todo el mundo el hacerse de mil y una formas con nuestros dineros. En algunas entradas de este blog he referido prácticas de los «malos» —cibernéticos y clásicos— para engañarnos de forma reiterativa y machacona con sus trampas para hacernos picar y dejar nuestras arcas llenas de telarañas. Pero… ¿y los buenos? O dicho de otra manera ¿los que no son malos?

Esta semana me he encontrado con tres argucias que académicamente no puedo decir que sean malas o ilegales pero que te obligan a estar atento de continuo si no quieres pagar de más en cuestiones que tienes contratadas. Para aviso de navegantes las refiero a continuación. No voy a dar nombres pero que cada cual se revise los suyos.

Una «APP» como se dice ahora a la que tengo suscripción para mi ordenador desde hace varios años, concretamente una que yo la llamo cordialmente el «matabichitos» por aquello de ser un antivirus (informático). Una y otra vez, en cada renovación, insisten en marcar —sin preguntar— la casilla de renovación automática. Lo hacen por tu bien, para que no te olvides, para que estés siempre al día y no te quedes en ningún momento «sin protección». Yo siempre la inactivo para tener un control absoluto sobre mis gastos. Cuando esta semana ha llegado el momento de la renovación, no conseguía saber el importe que me iban a cargar en mi tarjeta. Al final tras mucho indagar y preguntar era una cantidad de unos 110 euros por la renovación anual. Si uno mira con cuidado, la oferta de esa misma «APP» para nuevos clientes es sensiblemente inferior, 65 euros, es decir 45 euros menos, ahí es ná.

Lo más gracioso —o grave— del caso es que si la renuevas manualmente lo puedes hacer como una continuación de la que ya tienes. Esto es, no te tienes que dar de baja con un correo electrónico y darte de alta con otro, como hay que hacer en otras suscripciones, sino que con el mismo correo electrónico —el mismo contrato— sigue la cosa en marcha. ¿Renovación automática? Y un jamón con chorreras. Ya les he mandado un correo quejándome de estas prácticas. ¿Me harán caso?

Esta segunda historia que voy a contar es mas sibilina. Alarmado con el incremento descomunal en el recibo mensual de electricidad, me pongo a buscar nuevas empresas. Hay multitud de comparadores en la red que te permiten comparar tu contrato con otros de forma sencilla. Cuando ya estoy decidido a cambiarme de compañía comercializadora, me da por mirar los precios de la mía. No voy a entrar en detalles y estos números son un ejemplo, pero si estaba pagando el Kw. a 0,22€, el precio actual ofertado es de 0,14€. Sin trampa ni cartón, precio oficial para todos.

Llamo por teléfono identificándome como cliente y me indican que yo firmé el año pasado un contrato por un año al precio de 0,22€ y eso es lo que tengo en vigor y lo que se me aplica en mis facturas. Pero me aclaran y aquí viene lo extraordinario, que puedo cancelar mi contrato en vigor en cualquier momento sin penalización ninguna y hacer uno nuevo… ¡con la misma compañía!, con lo que se me empezarán a aplicar las tarifas actuales. No me puedo dejar ni puedo pensar en que esta forma de gestionar las cosas sea engañosa, pero a partir de ahora voy a tener que mirar cada semana el precio de la luz EN MI MISMA COMPAÑÍA para cambiar el contrato a la mínima. Ahora me surge la duda: lo que tardan en cambiar el contrato son cinco días laborables, ¿Puedo cambiar mi contrato 73 veces al año?

Y el tercer sucedido es más común y tiene referencia a la imagen que ilustra esta entrada. Tras una agradable comida de fraternidad que un grupo de amigos celebramos cada año bisiesto, surge la cuestión de rematar la quedada en una cafetería en animada charla. Cuatro de ellos se tiraron al alcohol y uno de ellos, yo, a una miserable (en comparación) tónica monda y lironda. Si se fijan en los precios de un insulso tique sin ningún tipo de identificación del establecimiento, el de mi tónica, Schweppi por más concreciones, resultó ser de 4,60€. No quiero hablar de los precios de los güisquis o los combinados porque no tengo ni idea, pero los casi cinco euros por una triste tónica me parece un atraco.

No puedo decir que estas prácticas o formas de hacer o entender los negocios sea ilegal, porque no tratan de engañarme en el estricto sentido de la palabra (Falta de verdad en lo que se dice, hace, cree, piensa o discurre.). Pero sí que tendré que estar ojo avizor de forma continua porque la gran mayoría de los negocios están desatados. Y advierto que el significado de desatados no tiene nada que ver con ataduras, ya que aquí —des— no es prefijo. El significado claro y único de desatado es «Que no tiene orden ni control o freno». Ni nadie que se lo ponga, añadiría yo.



domingo, 25 de febrero de 2024

SanAntonioDeLosAlemanes

Hace algunos años, concretamente en 2013, en la clase de arte de los cursos de mayores de la Universidad Carlos III de Madrid, el profesor Francisco Daniel Hernández Mateo nos hizo una pregunta a los más de 100 alumnos que atendíamos su siempre interesante clase: ¿Quién de aquí conoce y ha visitado la iglesia de San Antonio de los Alemanes, en Madrid? Muy pocas manos se levantaron, lo que supuso una indicación por parte del profesor de que los suspensos iban a ser cuantiosos a final de curso por este motivo. Se trataba de una broma, pues no había exámenes ni notas a final de curso en aquellas clases a las que asistíamos con la intención de mejorar nuestros conocimientos y no por titulitis. Como se suele decir, me quedé con la copla y en cuanto pude hice una visita a la iglesia, que tiene una historia curiosa.

Situada en pleno centro de Madrid, a corta distancia de la Plaza del Callao, podemos pasar por su lado sin darnos cuenta que se trata de una iglesia. El edificio, con sus dependencias anexas, ocupa una manzana triangular delimitada por las calles de Ballesta, Puebla y Corredera baja de San Pablo. Desde el establecimiento de la Corte y la Capitalidad en Madrid por el rey Felipe II en 1561, el entonces villorrio había ido creciendo más y más. En 1624, siendo Portugal un conjunto con España, la colonia portuguesa que se había establecido en Madrid acometió la construcción de esta iglesia como complemento al Hospital de San Antonio de los Portugueses ya existente desde 1606.

Cuando Portugal dejó de formar parte del Imperio Español, con la consiguiente marcha de la colonia portuguesa, la reina Mariana de Austria, segunda mujer de Felipe IV, cedió el edificio en 1668 a la comunidad de católicos alemanes, forzando el cambio de nombre al que nos ha llegado a nosotros de San Antonio de los Alemanes.

Animado por la curiosidad y las expectativas del profesor, en aquel año de 2013 me dirigí una mañana a hacer la visita. El resultado fue demoledor: cerrada a cal y canto no se veía posibilidad alguna. Menos mal que en un comercio enfrente, creo recordar que era una frutería, una amable dependienta me indicó que había una misa a las 12 y que era la manera de visitar la iglesia. Tuve que hacer tiempo para esperar a esa hora y poderla ver, admirar, como uno más de los feligreses que atendían el acto religioso. Prohibidas las fotografías, me apañé para tomar algunas, malas de solemnidad, con las que poder tener un recuerdo a la vez un testimonio que presentar a mi profesor en la siguiente clase para «escapar» del suspenso anunciado. La foto que ilustra esta entrada está tomada a escondidas con mi teléfono en aquella fecha ya lejana.

Ahora, diez años después, todo es distinto, muy distinto. La he vuelto a visitar esta semana, pero ahora la iglesia está metida de lleno en los circuitos turísticos con sus horarios, sus guías y como no puede ser de otra forma, su venta anticipada de entradas a través de internet. Está gestionada por la histórica Hermandad del Refugio, un ejército de voluntarios que se ocupan de numerosas actividades, entre las que podemos resaltar la de ofrecer una cena gratuita a menesterosos que en algunos días alcanzan el número de cuatrocientos.

Hay dos formas de visita: una por libre con una audio-guía en la que se visita básicamente la iglesia y otra guiada, con horarios establecidos, que dura una hora y media y en la que se recorren, además de la iglesia, las dependencias interiores como la Sacristía y un pequeño museo plagado de cuadros, andas, muebles y elementos eclesiásticos valiosos. Esta visita guiada resulta un poco onerosa pero no tanto si tenemos en cuenta que su importe (10 euros) se destina a las cenas que diariamente ofrece la hermandad y otras muchas obras de caridad.

La persona que nos tocó en suerte como guía, Alicia, una guía profesional jubilada y miembro de la hermandad, nos llevó en volandas durante esa hora y media por las maravillas de la iglesia y sus anexos con un entusiasmo encomiable que nos trasladó a la época y nos hizo aprender múltiples cuestiones de historia y de arte, así como los procedimientos que en hoy en día sigue manteniendo la Hermandad del Refugio con sus obras sociales y el mantenimiento de los tesoros que encierran sus muros.

Como curiosidad, el edificio se salvó de la quema en la Guerra Civil Española porque fue defendida por las mujeres de la calle de la Ballesta, mujeres que eran atendidas por la Hermandad en cuestiones médicas y de alimentación y que opusieron sus vidas frente a los alocados incendiarios en al parecer varios intentos de llevar esa maravilla a ser pasto de las llamas. No solo la Iglesia sino todas sus riquezas, que son muchas, se salvaron de la quema.

No es cuestión de escribir aquí un tratado de arte, que por otra parte está disponible en mil sitios de internet, pero conviene mencionar que la iglesia, de planta elíptica, no tiene un centímetro de pared sin estar pintado al fresco, nada menos que por el célebre pintor de la corte de Felipe IV, Luca Giordano —Luca fà presto—, que dejó impronta de su maestría en el Monasterio de El Escorial.

Si no la conoce, visítela. No se arrepentirá.