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lunes, 30 de noviembre de 2009

PASMADO-1


El título que debería de haber elegido para esta entrada sería “Cara de Haba-1”, pero insistiendo, mientras pueda, en los títulos sencillos, de una sola palabra, me he decantado por el de “pasmado”. El añadir el “1” es porque ya desde ahora espero que haya una segunda parte donde se resuelva lo que voy a contar, y deseo que sea pronto, aunque me temo que la demora será larga. Realmente la palabra “pasmado” no significa lo que parece, con lo que el título no está bien del todo, pero dejo para el curioso lector acceder al diccionario y comprobarlo.
Lo que me ocourrió el sábado pasado le ocurrió también hace años a un familiar, un hermano. La cuestión tardó en resolverse más de dos meses y eso con ayuda.
El pasado sábado se presentaba como un día laboral, intensamente laboral. A las seis de la mañana ya estaba dándole a la tecla, preparando un trabajo entregar el fin de semana, por lo que salvo las necesidades fisiológicas, tales como comer y acercarme a saludar al Sr. Roca, la jornada se presentaba intensa, si bien en casa. La familia fue literalmente expulsada a pasar el día fuera para disponer de mayor tranquilidad.
Sin embargo, a media mañana tuve que salir un momento a retirar dinero de un cajero automático. Fue un momento, pero va a durar mucho. Me dirigí a una entidad bancaria que no es la misma en la que tengo la cuenta y que es la que más cerca de casa estaba. La globalización permite el acuerdo entre entidades financieras para disponer de dinero, en algunos casos como este, sin comisión. La operación se desarrolló correctamente, me devolvió mi tarjeta, me imprimió el comprobante, me dijo aquello de “recoja su dinero” pero …. la ventana del dinero no se abría. Y no se abrió. Se oían ruidos internos como de contar y preparar el dinero, pero tras varios intentos, el cajero volvió a su situación original con aquello de “Inserte su tarjeta”. Aquí se me quedó la “cara de haba”: ¿Dónde estaba mi dinero? Y encima eran nada menos que trescientos euros, una cantidad ciertamente respetable. Para evitar que el dinero pudiera ser dispensado al cliente siguiente, con otra tarjeta intenté una operación que no llegué a finalizar con la que pude comprobar que no me daba el dinero.
Por si me quedaba alguna duda, me dirigí a otra entidad donde verifiqué que los trescientos euros del ala habían sido ciertamente debitados en mi cuenta, con lo que la operación había sido dada por buena. Me había quedado sin los euros y en mi cuenta ya no estaban. Llamé al teléfono de incidencias de la entidad del cajero donde amablemente me dijeron que tenía que dirigirme a mi banco y presentar una reclamación para que ellos a su vez reclamaran el dinero a la entidad del cajero, que vería si la operación había sido tal y como yo la contaba y en ese caso devolverían los cuartos.
Obediente, por lo que pudiera pasar, llamé a mi banco e inicié los trámites de la reclamación, tomaron nota y ya me advirtieron, lo que sabía por la experiencia de mi familiar, que la recuperación del dinero no iba a ser precisamente inmediata, ya que ellos se tenían que poner en contacto, reclamar, comprobar, verificar, estipular, consensuar, etc. etc. y ya se sabe, esas operaciones llevan tiempo. Estamos en la era de los ordenadores, de las “cosas al instante” pero ciertas cosas “llevan su tiempo”.
La situación que le ocurrió a un familiar fue parecida, aunque con mas “inri”, ya que fuimos a la oficina de la entidad a primera hora del día siguiente a reclamar el dinero. Un empleado que nos atendió allí nos enseñó el dinero, nos dijo que no había salido por el cajero porque un billete tenía una punta doblada pero que no nos lo podía dar, que había que reclamarlo….. Eso fueron dos meses y con ayuda de un empleado amigo de la central del banco de mi familiar, que si no no sabemos si se hubiera recuperado el dinero o si los dos meses hubieran sido algunos más.
Yo ya sabía que la entidad del cajero no me iban a decir nada, por lo que me he abstenido de perder de ir a trabajar y de presentarme a primera hora en la oficina. Lo he intentado por teléfono. He dado con una empleada amable y yo me he mostrado todo lo cortés, y sumiso, que he podido, para que me dijera si tenían constancia de esa operación y de que había resultado fallida, vamos que tenían el dinero ellos y no les constaba como que había sido retirado, por mí o por otra persona.
--- Comprenda Vd. que por teléfono no podemos facilitar este tipo de información ….. bla, bla, bla…. incluso aunque Vd. se persone aquí tampoco le vamos a poder decir nada …. Esto es un asunto interno …..
--- Pero señorita, yo le pudo aportar el comprobante que me ha dado el cajero donde figura la operación ….
--- Si pero comprenda, no le podemos decir nada .... diríjase Vd. a su banco para que nos reclame el importe y en ese caso ya atenderemos la reclamación si procede ….
O sea, que me quedo con la duda de si cuando llegue la reclamación, vaya Vd. a saber cuándo, procede o no procede que me devuelvan mi dinero. Entre tanto, esos trescientos euros estarán en el limbo y si los necesitara para comer o para cualquier otra cosa no podría contar con ellos.
En una segunda entrada, que se titulará “pasmados-2” espero contar la solución a este asunto. Me gustaría saber cuántas incidencias de este tipo se producen al día en los cajeros automáticos que utilizamos pensando que no va a pasar nada. Y como se solucionan. Y lo más importante, en cuanto tiempo. A partir de ahora intentaré sacar dinero en los cajeros de mi propio banco, así cuando se tenga que auto-reclamar a sí mismo, al menos no podrá echar la culpa a otro con plazos e historias.
Continuará ….

domingo, 22 de noviembre de 2009

TIEMPO-2


En el pasado mes de Mayo escribí una entrada en este blog con algunas reflexiones sobre el tiempo. “No tengo tiempo” es una frase que se escucha por doquier, a todo tipo de personas en todo tipo de situaciones. Las veinticuatro horas al día siete días a la semana son una convención que hemos aceptado todos y medimos con unos aparatos, a veces odiosos, llamados relojes que nos hacen ir muchas veces a un ritmo frenético y endiablado, especialmente cuando nos relacionamos con otros.

Estando de visita hace años en un pueblo de Soria, cuyo número de habitantes podía contarse con los dedos de las dos manos, descubrí una acepción del tiempo. Era un sábado por la
tarde y estábamos hablando con una señora ya mayor acerca de la posibilidad de poder visitar por dentro un preciosa iglesia románica de las muchas que existen por los pueblos de Soria. Nos dijo que la posibilidad estribaba en asistir a misa que precisamente se celebraba los sábados por la tarde. ¿A qué hora es la misa? Le preguntamos. Con una sonrisa fina nos contestó: ¡Cuándo venga el cura!. En estos tiempos que corren la misa no era a una hora fija. Seguimos hablando con ella y al cabo de un rato empezaron a sonar las campanas de la iglesia. Las pocas personas del lugar acudieron a la llamada y se celebró la misa. Sin horario. Increíble, pero una gozada este tipo de vida, aunque tiene otras facetas que seguramente no nos gustarían.

Releyendo de nuevo el estupendo libro “Vivir con plenitud las crisis” de Jon Kabat-Zinn me he encontrado con un párrafo que describe esta sensación de sentirnos envueltos por el tiempo sin poder resistirnos. El libro está escrito originalmente en 1.990 aunque la edición que yo tengo es de 2.003. Desconozco si ha habido revisión. Si no ha sido así este párrafo que más abajo incluyo tenía algo de visionario.

El doctor Kabat-Zinn nos propone cuatro formas de rebelarnos contra esta tiranía:

1. Recordemos que el tiempo es solo un producto de nuestro pensamiento.
2. Vivamos más el presente.
3. Dediquemos un tiempo al día a “ser”, a “meditar”, a “no hacer nada”.
4. Simplifiquemos nuestra vida.

A continuación el párrafo extraído del libro. La frase final no tiene desperdicio.

“En el pasado, las actividades humanas se adaptaban mucho más al ritmo de los ciclos de la naturaleza. Nuestros antepasados no se desplazaban tanto ni viajaban tan lejos. La mayoría moría en el mismo lugar donde había nacido, y todo el mundo conocía a todo el mundo. El día y la noche dictaban los diferentes ritmos vitales. Eran muchos los trabajos que no podían ser llevados a cabo por la noche por falta de luz. Sentarse por la noche alrededor del hogar, única fuente de luz y de calor, proporcionaba a la gente la oportunidad de relajarse. Tenía un efecto calmante además de calorífico. Contemplando las llamas y las ascuas, la mente podía concentrarse en el fuego disfrutando de ese momento, noche tras noche, mes tras mes, año tras año, a lo largo de todas las estaciones, y el tiempo se detenía en el fuego. Quizás el rito de sentarse alrededor de una hoguera haya sido la primera experiencia de meditación que tuvo la humanidad.

En el pasado, la vida de nuestros antepasados estaba regida por los ciclos de la naturaleza. El agricultor solo podía arar una determinada cantidad de tierra al día a mano o con un buey. Una persona solo podía recorrer una determinada distancia andando o a caballo. La gente estaba en contacto con los animales y con las necesidades de estos, y los animales eran los que imponían los límites del tiempo. Si el caballo era realmente valioso para su dueño, este sabía que no podía obligarle a recorrer largas distancias.

Hoy en día, vivimos alejados de los ritmos de la naturaleza. La electricidad nos ha proporcionado luz en la oscuridad, lo que ha generado una distinción mucho menos clara entre el día y la noche, y podemos trabajar después de ponerse el sol si estamos obligados a ello, o si queremos hacerlo. Nunca tenemos que ir más lentos por falta de luz. También contamos con automóviles y tractores, teléfonos y aviones a reacción, radios y televisores, maquinas fotocopiadoras y ordenadores personales y fax. Todos estos aparatos han hecho el mundo más pequeño y reducido de forma exorbitante el tiempo que nos lleva hacer las cosas, encontrarlas, comunicarnos, ir a algún lugar o acabar un trabajo. Los ordenadores han aumentado hasta tal punto nuestra capacidad de trabajo que, aunque por un lado sean liberadores, por otro, nos vemos sometidos a más presiones que nunca para realizar un trabajo de forma más rápida. Las expectativas propias y de los demás aumentan al tiempo que la tecnología nos proporciona el poder de hacer las cosas más deprisa. En lugar de sentarnos por la noche alrededor del fuego en busca de luz y de calor y para mirar algo, ahora podemos abrir y cerrar interruptores y seguir haciendo lo que tentamos que hacer. Después, también podemos mirar la televisión y creer que nos relajamos y que ralentizamos nuestro ritmo, pero la verdad es que viendo la tele nos sometemos a lo que podríamos llamar un "bombardeo sensorial".

Y en el futuro, con los teléfonos móviles en los coches e incluso en nuestros bolsillos, con los ordenadores portátiles, con el correo electrónico, con las compras por Internet, con la televisión inteligente y la televisión restringida, y con los robots personales, tendremos muchas más maneras de permanecer ocupados y de hacer más cosas en el mismo tiempo, con lo que aumentaran proporcionalmente las expectativas. Podemos conducir un coche y cerrar un negocio, podemos hacer ejercicio y procesar información, podemos leer y mirar la televisión en pantallas divididas en las que podamos ver simultáneamente tres o cuatro programas. Jamás perderemos el contacto con el mundo, aunque...
¿estaremos alguna vez en contacto con nosotros mismos?

domingo, 15 de noviembre de 2009

DIARIO


Por múltiples razones la gente escribe diarios. En cierto modo un moderno “blog” es un diario, aunque tiene otras connotaciones, ya que pudiéramos considerar el “blog” como un espacio público, que cualquiera puede leer, mientras que parece que el diario es más personal, más íntimo, casi de uso exclusivo para la persona que lo escribe. Entendiendo el diario como un poner por escrito las vivencias, pensamientos y sucedidos que acontecen a una persona durante un determinado período de tiempo. La palabra diario sugiere que debe ser cada día, pero en muchas ocasiones se trasciende esta temporalidad y se escriben referidos a períodos más amplios, semanas, meses e incluso épocas de la vida en las que uno siente la necesidad, por diversos motivos, de dejar un rastro escrito. Generalmente es una cosa personal, para recordar en el futuro y poder revivir con más intensidad experiencias que nos han sido gratas, o no tanto.
En lo que a mí respecta, he escrito diarios en múltiples ocasiones de mi vida y por diferentes motivos. Antes de la época de tener ordenadores en casa, los diarios eran por lo general manuscritos, en papeles, en hojas sueltas o donde se podía. El más completo de todos que recuerdo es el que realicé día a día durante todos los días de mi servicio militar, contando con pelos y señales todas mis vivencias en aquel año largo de secuestro legal. En muchas ocasiones pensé que si algún día me pillaban me iba a costar una buena reprimenda y quizá algo más, ya que lo escribía según lo sentía y lo veía. Y en el servicio militar, al menos en “mi” servicio militar había muchas cosas que no me gustaban. Las personas masculinas que lean esto y hayan pasado por la experiencia de servir a la Patria de aquella manera podrán entender a que me refiero.
Lamentablemente no obra en mi poder ese diario. Aprovechaba las salidas del cuartel para dirigirme a la oficina de correos y enviarlo de forma personal a mi entonces novia, Con el paso del tiempo lo perdí de vista y nunca lo recuperé. Hubiera sido un buen documento, ahora con el tiempo pasado y la “mili” abolida en su forma obligatoria, de ver lo que ocurrió allí y como se funcionaba en un cuartel perdido en una de las plazas africanas en la que consumí, desde mi punto de vista desperdicié, trece meses de mi vida.
Otro diario bastante detallado y denso se refiere a una etapa bastante accidentada de mi vida laboral. Escribir el diario era una manera de evasión, de poner por escrito todo aquello que acontecía y que se escapa a cualquier forma de desarrollo normal de un entorno laboral. De vez en cuando, ahora desde la distancia, me gusta leer algunos pasajes y recordar algunos hechos, para darme cuenta de lo que tiene que aguantar el ser humano para seguir adelante. Muchas veces me parece imposible que aguantara aquellas situaciones tan repetitivas y tan dañinas.
Reproduzco aquí una entrada de un día cualquiera. Como es lógico los nombres de las personas han sido sustituidas por códigos, que, ya aviso, pudieran parecer iniciales y no lo son. Son “motes”, más o menos graciosos o más o menos descriptivos de las actividades a las que se dedicaban mis “coincidentes laborales”, la palabra compañero tiene otras connotaciones muy diferentes, y que se servían para dar algo de humos a mi maltrecha existencia. Ahí va.
No había ninguna duda, pero día tras día nos afirmamos como un departamento maldito, como un grupo, o aprendices de grupo, que se esfuerza y se afana por mantenerse alejado de lo que debería ser un equipo. Pareciera que estamos deseando que cualquier componente tenga una desgracia y “meta la pata” para caer sobre él y expandir la basura por todos los lados y rincones. A primera hora de la mañana, =UBC= me ha sugerido que le acompañara a la sala de laboratorio a realizar una importante modificación que consistía en la activación dinámica de múltiples cambios que afectaban a varios ordenadores.
Estaba todo medido y estudiado con sumo cuidado, pero es evidente que la gente que trabaja y realiza operaciones y cambios es la que se puede equivocar. Los que están en su mesa, mirando y fisgando lo que hacen los demás, solo pueden aspirar a ser como los buitres, esperar la muerte de los demás y bajar después a ver qué pillan de sus huesos. Al llegar a la sala estaba allí =PFP=. No teníamos ni idea de lo que estaba haciendo, pero hemos esperado, pacientemente y sin decir nada, a que acabara sus operaciones. En algún momento ha llegado por allí =MHP=. Cuando han acabado, hemos empezado con lo nuestro.
Yo únicamente servía de apoyo moral a =UBC= ya que lo que iba a realizar era, aunque me suena, desconocido para mí. En un momento de las operaciones, hemos afectado de forma negativa a un ordenador, lo que ha derivado en una parada del sistema de pruebas, repito, de pruebas, de nuestro propio departamento. Inmediatamente hemos sido avisados y cuando lo estábamos mirando, cuando lo estaba mirando =UBC=, se ha recibido una llamada telefónica a través del encargado del laboratorio de =PFP= a ver qué pasaba. Se ha puesto =UBC= al teléfono y le ha dicho que se había visto afectada una máquina por el cambio que habíamos implementado pero que no sabíamos realmente que había pasado, que en cuanto lo supiéramos se lo comunicaríamos, a él y a todos los demás.
Hemos seguido a lo nuestro y al rato ha llegado =CHC= diciendo que se le había quejado =PFP= de que no habíamos querido contestar a su pregunta y ni siquiera hacerle caso. Le hemos aclarado lo que había pasado que distaba mucho de su acusación. Parece como que =MHP= y =PFP= pueden hacer lo que les de la gana, meter cambios a los sistemas a su antojo, sin contar con nadie, y sin embargo nosotros, integrantes del departamento como ellos, no solo debemos de abstenernos de hacer nada sino que tenemos que pedir permiso, a ellos, antes de hacer cualquier cosa. Ya en una ocasión anterior me han acusado de “poner en peligro la integridad de los sistemas” en palabras de un correo “incendiario” remitido por =PFA=, otro diferente de =PFP=, seguramente a instancias de =MHP=.
Cuando bajamos a la cafetería tras haber acabado nuestras operaciones, una persona de otro departamento, con risas y gracias, nos ha dicho que .... “ya os habéis cargado el sistema.... vaya vaya” lo que indica que se ha aireado la caída y quienes habían sido los autores. Nada extraño, sabiendo del proceder que habitualmente ostentan estos “compañeros”. Este ánimo ha hecho un poco de mella, creo yo, en =UBC=. Me he esforzado por hacerle ver que esa era la tónica habitual de “ellos”, de los “otros” conmigo y, por lo que estaba empezando a parecer, con él. Mi consejo es que estuviera preparado y diera a las cosas la importancia que tienen, que es mucha, pero que no le afecte.

lunes, 9 de noviembre de 2009

SUDOKU


Me encontré con este pasatiempo a principios del verano de dos mil cinco. Antes de entrar al trabajo, paraba en una cafetería en las inmediaciones del mismo para tomar café y no entrar tan pronto a “no trabajar”. Llegaba con antelación, por mor de no tardar demasiado en los atascos de la carretera, por lo que disponía de casi una hora que aprovechaba para tomar café y echar una ojeada a los periódicos del día. Dependiendo de las peleas entre los clientes se podía acceder a uno u a otro. El más solicitado era “El Mundo” y fue este diario el que popularizó el juego, entretenimiento o como queramos llamarle denominado “SUDOKU”. El popular británico “The Times” lo había empezado a publicar a finales del año anterior, pero al parecer los primeros vieron la luz a finales de los años 70 en New York aunque no tuvieron mucho éxito, siendo retomado el concepto en Japón a mediados de los años ochenta. De ahí el nombre, que en japonés significa “números solos”.
El modelo clásico es un cuadrado de 9 x 9 celdas dividido a su vez en 9 sub celdas de 3 x 3 cuadrículas. La solución consiste en rellenar todas las celdas con números del 1 al 9 de forma que no se pueden repetir ninguno ni en una fila, ni en una columna ni en una sub-celda. Esta norma sirve a su vez como regla para la solución, al ir descartando posibles números a colocar en cada celda en función de que ya existan en la columna, fila o cuadrícula a que pertenece.
Los buenos “sudokus” tienen una solución única. El grado de dificultad viene dado por la disposición y la cantidad de números suministrados como punto de partida para empezar el juego. En todo caso es un tema de paciencia y de evaluar los posibles números a situar en cada celda, pero con la experiencia y con publicaciones que existen se pueden aprender determinadas reglas que facilitan la labor y que muchas veces sin ellas no llegamos a resolver.
Aunque es un juego muy antiguo, ahora, cuatro años después casi todo el mundo lo conoce, bien porque se ha aficionado a resolverle o bien porque lo ha visto en todas partes: incluso en el metro se puede ver a personas lápiz en mano atacando cuadernos repletos. Incluso mi teléfono móvil, ya antiguo, tiene la posibilidad de resolver sudokus.
Aunque las bases de los cuadrados mágicos parece remontarse al siglo VIII por árabes y judíos, la conceptualización más reciente es debida a Leonard Euler, un matemático suizo del siglo XVIII. En sus estudios sobre probabilidades, definió los “cuadrados latinos” para estimar que existían infinitas posibilidades de colocar los números sin repetirlos. Hay mucha información en la web, Una página que me ha parecido interesante, donde entre otras cosas figura una historia bastante detallada es
http://www.playsudoku.biz/
Volviendo a mi relación con los sudokus, me llevaba a la cafetería matutina una plantilla que había fabricado por ordenador para copiar del periódico el sudoku del día y así poderlo resolver sin estropear el periódico, que al fin y al cabo no era mío y otros clientes podían venir detrás y no parecía de buen gusto encontrarse el sudoku resuelto. Me aficioné aquel verano a resolverlos, incluso los domingos como manera de pasar el tiempo. Por otro lado, este tipo de pasatiempos son buenos para mantener activa la mente y hay estudios que lo recomiendan para retrasar e incluso detener enfermedades cerebrales degenerativas como el Alzheimer o similares.
Seguro que ha llamado la atención la expresión “no trabajo” que he empleado en el primer párrafo, pero así era en realidad. Por motivos que no vienen al caso y que nunca entendí, en aquella época mi jefe o jefes me tenían bastante desatendido en cuanto a asignarme cometidos, por lo que disponía de mucho, demasiado, tiempo libre a lo largo de mi jornada. Dada mi condición de informático, me entretuve en confeccionar un programa para resolver sudokus que fui complementando poco a poco con nuevas reglas. Todos los sudokus con los que le puse a prueba fueron solucionados, menos uno. Me costó trabajo encontrar la solución, que creía al principio que no la tenía, y era debido a una combinación de reglas, muy rebuscada, que no había implementado en mi programa. Nunca la llegué a implementar, aunque la tengo apuntada y quizá ahora sea un buen momento para intentarlo, más que nada por aquello de confiarle robustez al programa y “que no se diga”.
Con el tiempo llegaron a aburrirme los sudokus, aunque ahora de vez en cuando me pongo manos a la obra con alguno. Has variantes más o menos entretenidas que van saliendo con el tiempo. Una de las que más me atraen es la denominada “KILLER”, traducido “matador”, en el que las reglas son las mismas pero las pistas que se suministran no son números sino la suma de varias casillas que se indican mediante líneas discontinuas. Aquí hay que saber que la suma de los números del 1 al 9, ambos inclusive, es 45, por lo que una fila, una columna o una sub-celda tiene que sumar 45.
El diario “El Mundo” sigue publicando sudokus a diario y los fines de semana nos brinda el conocido como “SAMURAI” que consta de cinco sudokus en forma de “x” enlazados por uno central que comparte con los anteriores sus cuatro esquinas. El que ilustra esta entrada es un ejemplo de “samurai” resuelto.

domingo, 1 de noviembre de 2009

LACERANTE


La verdad que es que no es para tanto. El dolor que me produce el tema no es tan intenso, quizá ni tan siquiera sea dolor, pero el titulo me parecía llamativo y por eso lo he escogido. Algunas veces me gustaría tener la vena de escritores como Arturo Pérez Reverte, que seguro que escribiría lo que a continuación voy a exponer con mucha más enjundia. Algo parecido a lo publicado hace unas semanas en “XL Semanal” sobre las tiendas desaparecidas y que quizá se pueda ver aún en
http://xlsemanal.finanzas.com/web/firma.php?id_edicion=4647&id_firma=9870

Nos desayunamos, comemos y cenamos desde hace meses con la pelea política por el control de una entidad financiera entre las primeras de España: La Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. Los nuevos tiempos y la necesidad de que todo sea más rápido han reducido el nombre hasta dejarlo en un escueto Cajamadrid que es más fácil y más rápido. Y digo que me duele un poquito el ver como entre unos y otros, políticos aclaro, y del mismo partido, aclaro más, se disputan la presidencia de la entidad. Menos mal que son todos del Partido Popular, aunque esto le da una característica más peculiar y me lleva a una pregunta: ¿de qué forma y manera han sido manejados los mecanismos de nombramiento de presidente para que todo se quede en la casa del PP? Cuando se pongan de acuerdo, nombrarán a uno u otro, posiblemente sin más necesidades y miramientos que ser del partido. De aquí se sigue con el que todo vale y que cualquiera puede dirigir el timón de la nave de una empresa financiera de la envergadura de la Caja. No quiero pensar un poco más allá en que intereses se mueven en todo esto, aunque es seguro que lo fundamental es la Obra Social, en otros tiempos tan importante, sea reconducida y eficaz en el tratamiento y mejora de problemas sociales. El dinero y el poder son accesorios pero no están en sus mentes.

El tema me toca la fibra sensible porque fui empleado de la Entidad, como solíamos llamarla, durante casi veinte años, diecinueve años y cuatro meses para ser exactos, allá por los años setenta y ochenta del siglo pasado. Me deja mal sabor de boca ver como se ha perdido el espíritu que imperaba en aquellos años y como últimamente se ha ido deteriorando, no solo en la cabeza sino en todos los estamentos. Recuerdo presentarme a la oposición para una plaza de auxiliar administrativo de una oficina de pueblo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que entre las dieciocho personas que acudimos a la oposición, cuatro de ellas eran ya empleados, tres botones y un auxiliar, y que tenían la necesidad de acudir a una convocatoria pública como los demás para optar a la plaza. Y sin tener ningún punto extra por su condición de empleados. En los estudios aprendía que el Monte de Piedad se fundó en 1702 y la Caja de Ahorros en 1838.

La sorpresa fue más mayúscula cuando conseguí la plaza. Recuerdo vivamente cuando acudí edificio central situado antes y ahora en la madrileña Plaza del Celenque. Me recibió el propio jefe de personal, Dn Eloy Rivas Fresnedo, y me dio la enhorabuena haciéndome ver que el proceso había sido limpio y que gracias a mis méritos y sin “ninguna cosa más”, léase enchufe, había pasado a ser uno de los empleados de la entidad, que por aquellas fechas se acercaba a los dos mil empleados.

Empecé a prestar mis servicios en una oficina de pueblo con tres empleados, jefe, auxiliar y botones y donde en aquella época se hacían todavía las cosas a mano, se anotaban las operaciones en las libretas y fichas, se calculaban los intereses en el momento por el método indirecto y se rellenaban los diarios contables en un sistema ingenioso con hojas desplazables y el temible papel carbón para calco. El mundo de los ordenadores estaba por llegar pero no tardó mucho. Al año se convocó una oposición interna para acceder a nueve puestos de programadores en el Servicio Electrónico de reciente creación. La propia oposición iba a ser la formación en esas nuevas técnicas. Nos presentamos cerca de setecientos empleados para las nueve plazas y al final fui uno de los afortunados. El doce de noviembre de mil novecientos setenta y tres junto con Pedro, Jose Luis, Javier, Emilio, Jesús, Jorge, Antonio y Alberto asistí a los primeros pasos de una ingente tarea de “mecanización” de los operativos que fue la base de lo que hoy es uno de los primeros centros de procesos de datos del país.

Los cajeros automáticos, que están por todas partes, imprescindibles hoy en día, aparecieron en España de la mano de la Caja en 1978 y tuve la suerte y la oportunidad de participar en todo aquel maremágnum completamente nuevo para nosotros. Como anécdota a referir, los programas nativos de IBM para ellos solo disponían de un máximo de nueve dígitos para las cantidades. Si recordamos que en aquella época estaban vigentes los céntimos, la máxima cantidad que se podía manejar con los programas transaccionales de los cajeros era de 9.999.999,99. Nueve millones de pesetas eran mucho en aquella época pero no era suficiente, por lo que los técnicos americanos debieron de modificar todo para poder llegar a quince cifras que permitían un margen de maniobra mayor. Tengo que reconocer que no anduvimos solos y los italianos, con sus liras y el mismo problema, también presionaron para la ampliación de cifras.

Podía referir muchas y buenas anécdotas de esa parte de mi vida laboral pero no es sitio ni lugar. No solo momentos laborales intensos sino extra-laborales en partidos de fútbol, excursiones y multitud de eventos. Uno de ellos era la comida anual que la Caja ofrecía a todos sus empleados con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia y donde acudíamos muchos con buen espíritu y como motivo de encuentro para saludar a los compañeros que hacía tiempo que no veíamos. Como todo fue cambiando, a la última a la que asistí ya hubo pitos y malos modos en el discurso final del Presidente por lo que creo que no se celebró más.

Tras casi veinte años allí y sin que nadie me obligara tomé la decisión de cambiar de aires, pero quedó un poso grande de esa época de mi vida. Ese poso se revuelve por ahí dentro cuando se habla de la Caja y me hace recordar tiempos pasados en los que las cosas eran…. de otra forma.