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domingo, 21 de marzo de 2010

IDENTIFICACION


El propio uso de las cosas que nos son novedosas se va conformando poco, pasando en muchos casos del blanco al negro y volviendo poco a poco al gris.

Hace un tiempo, nos recomendaron a los usuarios de teléfonos móviles que diéramos de alta en nuestra agenda dos o tres entradas que comenzaran por el prefijo “ICE”. ICE es un acrónimo inglés confeccionado a base de iniciales que se traduce en “in case of emergency”, es decir, “en caso de emergencia”. Su función está muy clara: en caso de tengamos un accidente, como puede ser un desvanecimiento en un lugar público, alguien podría utilizar nuestro teléfono móvil, buscar una entrada en la agenda que pusiera ICE-ESPOSA, ICE-MARIDO, ICE-HIJO o ICE-LO-QUE-SEA, y llamar para dar la noticia y que pudieran venir a socorrernos. Con el tiempo, los puristas del lenguaje buscaron alternativas y se les ocurrió que sería mejor que las entradas comenzaran por AAA, en lugar de “ECE” que sería lo traducible. “AAA” tiene la ventaja de que se
colocaría en las primeras posiciones de la agenda con lo que sería más fácil su localización, máxime en momentos de nerviosismo y prisas dependiendo de la gravedad y consecuencias del supuesto accidente.

Todo esto está muy bien, y algunos de nosotros llevamos en nuestros teléfonos móviles ambas entradas, las “AAA” por si nos atiende un español y las “ICE”, más internacionales, por si nos atiende un no-español, que con esto de la globalización nunca se sabe.

Pero con el tiempo, disfrutando de las ventajas, se descubren los inconvenientes. No sé que tendrá de cierto pero he recibido un mensaje por correo electrónico donde se comenta que una persona recibió un mensaje desde el móvil de su pareja solicitando la clave de acceso a la común cuenta bancaria.. Esta persona, ni corta ni perezosa, pero con pocos dedos de frente pienso yo, contestó al mensaje enviando la clave…. que fue rápida y convenientemente empleada por el ladrón que había sustraído el bolso y utilizado las entradas “AAA” o “ICE” para una finalidad bien distinta de la que tenía prediseñada. Tal y como funcionamos hoy, sería buena una estadística de cuantas personas contestarían con la clave real a un mensaje de este tipo proveniente del teléfono móvil de su pareja o familia. Seguramente nos sorprenderíamos.

Y es que tenemos la manía de considerar como auténticos los mensajes, o correos electrónicos que nos llegan porque identificamos, o creemos identificar, su procedencia y con ello nos pensamos que está todo correcto. Teniendo los conocimientos suficientes, no es muy complicado mandar un correo electrónico a una persona suplantando la identidad del remitente. Es una prueba que hice hace algunos años en que esto todavía era más fácil. Unos días antes de una cena entre amiguetes, utilizando un tono algo ofensivo, mandé un correo electrónico a uno de ellos como si hubiera sido procedente de otro de los que iban a asistir a la cena. Me dediqué a observar a ambos y sí creeí notar una cierta tensión entre ellos. A mitad de la cena saqué el tema y me identifiqué como autor de ese correo con lo que se deshizo el entuerto entre ambos y todo quedó aclarado. Hoy en día han mejorado, no mucho, los sistemas de correo electrónico y los servidores suelen requerir autenticación no solo para recibir tu correo sino para emitirle, con lo que este tipo de correos falsos ha quedado ligeramente limitado. La palabra autenticación figura en el diccionario y significa identificación o acreditación por el medio que sea, generalmente con usuario y clave.

Pero la facilidad con que hoy en día se puede crear una cuenta anónima de correo en servidores gratuitos del tipo “gmail”, “yahoo”, “hotmail” o similares puede dar lugar a equívocos. Por ejemplo, supongamos que tengo un amigo que se llama Angel Miguel García López, cuyo correo oficial y que emplea normalmente es a.m.garcia.lopez@yahoo.es. En este caso trataría de abrirme una cuenta parecida en otro servidor e incluso en el mismo cambiando algo. Podría ser, por ejemplo, a.n.garcia.lopez@yahoo.es o a.m.garcia.loqez@yahoo.es o a.m.garcia.lopez.@yahoo.es que son muy similares, dado que en la mayoría de los casos nos vamos a leer el texto casi sin mirar detenidamente el remitente, además de no tener activo algún tipo de filtro que en nuestro correo nos mande los mensajes entrantes cuyos remitentes no tenemos en nuestra agenda a un buzón especial que ya nos prevenga a mirarlos con un poquito más de detenimiento.

Volviendo al tema inicial…. ¿enviaría Vd. la clave a su pareja ante un requerimiento de la misma a través de un mensaje procedente de su móvil? Estas claves no se deberían mandar nunca, pero en caso de que sea absolutamente necesario, lo que procede en este tipo de situaciones es una llamada con voz para verificar que todo está correcto. Además sería bueno tener un mecanismo oculto entre la pareja para poder hablar libremente de este tipo de cosas. Por ejemplo, si yo tuviera que facilitar a mi pareja una clave de este tipo, porque ya lo hemos acordado antes, se la facilitaría por parejas al revés, esto es, si la clave real es 126754 yo le diría o escribiría 546712. Ya se encargaría la otra parte, si es realmente quién debe ser, de darle la vuelta.

domingo, 14 de marzo de 2010

PUNTERIA


Aunque sea repetirlo de nuevo, no me canso de manifestar que la curiosidad es el mejor antídoto para la vejez. El probar nuevas experiencias, quizá aquellas que uno va a realizar una vez en la vida, es cosa buena.

Un buen amigo, cuyo nombre omito para no crear compromisos, muy aficionado a las armas y al tiro de competición me invitó a pasar la mañana de domingo en su club de tiro viendo como son las cosas, aprendiendo un poco de lo que rodea a este mundillo y de paso ejercitarme en el tiro al blanco. Dicho y hecho, a saborear la experiencia.

A las diez de la mañana estábamos camino de la galería de tiro donde los fines de semana un buen número de aficionados al tiro deportivo se ejercitan en afinar su puntería y compartir un buen rato de camaradería e intercambio de opiniones con compañeros.

Como en todas las cosas, y mucho más en el deporte, la jerga que lo rodea es de una precisión y una exclusividad que espanta. Solo oirles hablar un rato, siendo un absoluto novato como era yo, asusta y parece que es imposible llegar a dominarlo. Los calibres, los modelos, la munición, la presión de los percutores, la resistencia del gatillo, todo tiene un sinfín de posibilidades que animan al comentario y al intercambio de experiencias.

A mí me parecía imposible que una persona como yo que no había visto ni oído nada del tema se pudiera personar como invitado en una galería de tiro y liarse a pegar estacazos, eso sí a las dianas colocadas a veinticinco metros de distancia. Y digo estacazos por que el ruido continuado de los disparos molesta a los oídos, por lo que hay que llevar unos cascos amortiguadores que hay que andarse quitando y poniendo para poder charlar y en mi caso ejercer de “preguntón”. Supongo que la invitación de mi buen amigo ha venido por sus conocimientos previos sobre mí y mi manera de actuar, con precaución en cualquier asunto y mucho más en este en que el resultado puede ser de herida o incluso de muerte. Unas instrucciones iniciales acerca de cómo se desenvuelve uno en una galería de tiro, de que cosas se hacen, que cosas no se hacen y cuando y como se hacen. Hoy era un día tranquilo ya que se esperaba la asistencia de pocos tiradores debido a la existencia de una competición oficial a la que iban a asistir muchos de los habituales.

Dicho y hecho. Hemos empezado con una pistola calibre 22, evidentemente ya ajustada, tirando como digo a 25 metros de distancia. He aprendido a introducir las balas en el cargador, de cinco en cinco como se hace en la competición, a incrustar el cargador en el arma y a preparar la pistola para el disparo. Sostener el arma de forma firme sin que se mueva para ajustar el tiro ya es todo un triunfo que parece imposible de conseguir. Los agujeritos que producen las balas del 22 en el papel son más pequeños que los que se aprecian en la fotografía. Para verlos en esa distancia, los tiradores llevan un catalejo que tienen permanentemente montado en un trípode sobre una mesita auxiliar en el puesto de tiro, apuntando a la diana para comprobar donde van dando sus impactos e ir podiendo ajustar sus intentos.

A mí me parecía que al ser la primera vez en mi vida que tenía un arma en mis manos, no iba a conseguir ni acertar a la diana. Pero no, tras unos intentos iniciales de prueba, conseguía poner las balas, no en las puntuaciones altas, pero por lo menos en la diana. Supongo que habrá sido debido más a que era una buena arma y estaba bien calibrada que a mi maestría que era absolutamente inexistente.

Luego pasamos a un revólver de calibre 38, de esos que salen en las películas con su tambor rotatorio que se carga bala a bala y se tiene que amartillar a mano en cada tiro. Esto ya era otra cosa, tanto en cuanto a su peso como a su retroceso, pero la precisión en el disparo era formidable. Tras unos intentos de acomode hemos tirado cinco balas cada uno , cinco mi amigo y cinco yo. Los diez disparos están en la diana que aparece en la fotografía. Los cinco buenos son los de mi amigo y los cinco restantes son los míos. Me he quedado satisfecho, más que satisfecho.

La traca final ha sido para divertirse. Con una diana sobre una figura humana situada a diez metros y ahora con una pistola de las que se deominan “mesilleras”, vaya Vd. a saber porqué. Con el cañón más corto, la 9 mm “parabellum” ha servido para jugar un rato a tirar de forma más relajada y a mí para darme cuenta de lo díficil que es dar a alguien, incluso a esa distancia, a pesar de apuntar con cuidado y sujetar la pistola con las dos manos. Lo de las películas es otra cosa.

Unas buenas migas del pastor, un buen chorizo picante y unas cervezas alrededor de una mesa y buena compañía, han servido para dar fin a una mañana emocionante y de lo más entretenida en mi caso, aunque supongo que para mi amigo ha sido más de relax que de otra cosa.

sábado, 13 de marzo de 2010

PROFESIONES

Ya lo hemos comentado muchas veces: el tiempo pasa actualmente a mucha velocidad. De un día para otro, sin darnos cuenta, los cambios en nuestra vida son tan drásticos y tan profundos que lo que ayer era importante e imprescindible, hoy ya no se considera como tal porque ha sido reemplazado por otras formas de ver o hacer las cosas.
Un cambio profundo, por aparición y desaparición, se está produciendo en las profesiones que desarrollamos. Hablando en el terreno de la educación, en los años sesenta del siglo pasado era impensable en nuestro país tomar como profesión la de profesor de inglés, siendo sin embargo mucho más recomendable la de profesor de religión e incluso la de profesor de “formación del espíritu nacional”. La lógica evolución de la sociedad nos ha traído nuevas profesiones y ha hecho desaparecer otras. Por mencionar alguna de las “modernas” traeríamos a colación la de “informático” aunque hemos de saber que desde mediados del siglo pasado esa profesión ya existía, aunque en un entorno muy reducido, ya que se popularizó a raiz de que IBM sacara al mercado de uso doméstico su famoso PC a principios de los años ochenta. ¿Cuántas profesiones existen hoy alrededor de los ordenadores?
Pero me quiero referir a las profesiones que yo he conocido y han desaparecido con motivo de los nuevos usos y tiempos. Resulta evidente que todas las que existían se han modificado por mor de la aplicación de la tecnología, y si no echemos un vistazo a la actividad de un labrador subido ahora en su moderno tractor o a un empleado de banca moviendo el ratón de su ordenador en lugar de utilizar el lápicero y la calculadora.
Los colchones de hoy en día no son como los de antes. Entre otras cosas ahora son de usar y tirar. Nos recomiendan mantenerlos diez años como máximo, por aquello de las deformaciones y los ácaros, pero no siempre hacemos caso. Antiguamente los colchones eran de lana, y duraban “toda la vida”, pero con un adecuado mantenimiento, mantenimiento que era realizado por el profesional colchonero. El que yo conocí tenía como apodo familiar “el jarero” porque su familia tenía algún tipo de actividad relacionada con las jaras y el carbón. Cuando era llamado, acudía a casa, bajaba el colchón a la calle, lo descosía, extraía la lana y la vareaba con unas varas con extremo en curva para “desapelmazarla” y quitarla todo el polvo acumulado. Posteriormente extendía y distribuía primorosamente la lana sobre la tela, la antigua o una nueva, y se sentaba lateralmente en el santo suelo a coserlo puntada a puntada. Lo realmente valioso del colchón era la lana y por eso se cuidaba y se mantenía. No hay punto de comparación entre dormir en un colchón actual y los de lana antiguos, pero era lo que había.
Del nombre del lechero si me acuerdo, Damián, y creo recordar que ha aparecido referenciado anteriormente en este blog. A diario aparecía por casa el buen Sr. Damián, con sus cántaros metálicos, a dejar la leche directamente en la cazuela que luego utilizaría mi madre para hervirla. Abajo en la calle había quedado el burro con sus alforjas que le acompañaba pacientemente casa por casa a distribuir la mercancía. Hoy la leche la compramos en los supermercados, envasada y tratada para que se conserve durante mucho tiempo. La leche fresca del día es un bien escaso, casi inexistente y creo que hasta prohibido y del que solo disfrutaran quienes tengan vacas propias y puedan seguir haciéndolo, eso sí, sin que les vean. Yo lo he intentado en Cantabria, en plan amiguete y se niegan en redondo al estar más que prohibida la distribución de leche fresca obtenida directamente de la vaca. “Hay que tratarla” dicen las leyes, cuando lo que yo precisamente quiero es que no la “traten” para poder disfrutar de su sabor original.
De vez en cuando aparecían con su desvencijada bicicleta emitiendo un sonido característico que no soy capaz de nombrar ni recordar. Eran los afiladores, que recababan por las casas los cuchillos, tijeras y utensilios susceptibles de ser afilados y se ponían en la puerta de la calle, con la bicicleta suspendida sobre su propio trasportín a dar pedales para mover la rueda de afilar en la que apoyar delicadamente el cuchillo o la tijera y sacar un reguero de chispas que era muy relajante de mirar y observar. Aunque siguen existiendo los afiladores a nivel industrial, el callejero se ha extinguido, por lo menos en pueblos de cierto tamaño y por lo que a mí respecta o no se afilan las cosas o lo de siempre, se compran nuevas.
Aunque supongo que habrá muchas más, por no extenderme haré mención de una última profesión desaparecida. La de cobrador. Se pagaban pocos recibos en las casas, tales como agua o luz básicamente y los más pudientes teléfono. Yo recuerdo uno muy especial que yo y mis hermanos llamábamos “el de los muertos”. Recuerdo perfectamente su figura, aunque no su nombre, cuando pasaba puntualmente a cobrar el recibo de Finisterre o Santa Lucía para tener asegurado todo lo relacionado con el posible deceso de algún miembro de la familia. Hoy todo se hace por banco, sí o sí, habiendo desaparecido estos visitantes mensuales que podían trabajar porque otra profesión, que se mantiene con muchos cambios, como era la de ama de casa, mantenía a las madres o abuelas siempre en casa.