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domingo, 14 de marzo de 2010

PUNTERIA


Aunque sea repetirlo de nuevo, no me canso de manifestar que la curiosidad es el mejor antídoto para la vejez. El probar nuevas experiencias, quizá aquellas que uno va a realizar una vez en la vida, es cosa buena.

Un buen amigo, cuyo nombre omito para no crear compromisos, muy aficionado a las armas y al tiro de competición me invitó a pasar la mañana de domingo en su club de tiro viendo como son las cosas, aprendiendo un poco de lo que rodea a este mundillo y de paso ejercitarme en el tiro al blanco. Dicho y hecho, a saborear la experiencia.

A las diez de la mañana estábamos camino de la galería de tiro donde los fines de semana un buen número de aficionados al tiro deportivo se ejercitan en afinar su puntería y compartir un buen rato de camaradería e intercambio de opiniones con compañeros.

Como en todas las cosas, y mucho más en el deporte, la jerga que lo rodea es de una precisión y una exclusividad que espanta. Solo oirles hablar un rato, siendo un absoluto novato como era yo, asusta y parece que es imposible llegar a dominarlo. Los calibres, los modelos, la munición, la presión de los percutores, la resistencia del gatillo, todo tiene un sinfín de posibilidades que animan al comentario y al intercambio de experiencias.

A mí me parecía imposible que una persona como yo que no había visto ni oído nada del tema se pudiera personar como invitado en una galería de tiro y liarse a pegar estacazos, eso sí a las dianas colocadas a veinticinco metros de distancia. Y digo estacazos por que el ruido continuado de los disparos molesta a los oídos, por lo que hay que llevar unos cascos amortiguadores que hay que andarse quitando y poniendo para poder charlar y en mi caso ejercer de “preguntón”. Supongo que la invitación de mi buen amigo ha venido por sus conocimientos previos sobre mí y mi manera de actuar, con precaución en cualquier asunto y mucho más en este en que el resultado puede ser de herida o incluso de muerte. Unas instrucciones iniciales acerca de cómo se desenvuelve uno en una galería de tiro, de que cosas se hacen, que cosas no se hacen y cuando y como se hacen. Hoy era un día tranquilo ya que se esperaba la asistencia de pocos tiradores debido a la existencia de una competición oficial a la que iban a asistir muchos de los habituales.

Dicho y hecho. Hemos empezado con una pistola calibre 22, evidentemente ya ajustada, tirando como digo a 25 metros de distancia. He aprendido a introducir las balas en el cargador, de cinco en cinco como se hace en la competición, a incrustar el cargador en el arma y a preparar la pistola para el disparo. Sostener el arma de forma firme sin que se mueva para ajustar el tiro ya es todo un triunfo que parece imposible de conseguir. Los agujeritos que producen las balas del 22 en el papel son más pequeños que los que se aprecian en la fotografía. Para verlos en esa distancia, los tiradores llevan un catalejo que tienen permanentemente montado en un trípode sobre una mesita auxiliar en el puesto de tiro, apuntando a la diana para comprobar donde van dando sus impactos e ir podiendo ajustar sus intentos.

A mí me parecía que al ser la primera vez en mi vida que tenía un arma en mis manos, no iba a conseguir ni acertar a la diana. Pero no, tras unos intentos iniciales de prueba, conseguía poner las balas, no en las puntuaciones altas, pero por lo menos en la diana. Supongo que habrá sido debido más a que era una buena arma y estaba bien calibrada que a mi maestría que era absolutamente inexistente.

Luego pasamos a un revólver de calibre 38, de esos que salen en las películas con su tambor rotatorio que se carga bala a bala y se tiene que amartillar a mano en cada tiro. Esto ya era otra cosa, tanto en cuanto a su peso como a su retroceso, pero la precisión en el disparo era formidable. Tras unos intentos de acomode hemos tirado cinco balas cada uno , cinco mi amigo y cinco yo. Los diez disparos están en la diana que aparece en la fotografía. Los cinco buenos son los de mi amigo y los cinco restantes son los míos. Me he quedado satisfecho, más que satisfecho.

La traca final ha sido para divertirse. Con una diana sobre una figura humana situada a diez metros y ahora con una pistola de las que se deominan “mesilleras”, vaya Vd. a saber porqué. Con el cañón más corto, la 9 mm “parabellum” ha servido para jugar un rato a tirar de forma más relajada y a mí para darme cuenta de lo díficil que es dar a alguien, incluso a esa distancia, a pesar de apuntar con cuidado y sujetar la pistola con las dos manos. Lo de las películas es otra cosa.

Unas buenas migas del pastor, un buen chorizo picante y unas cervezas alrededor de una mesa y buena compañía, han servido para dar fin a una mañana emocionante y de lo más entretenida en mi caso, aunque supongo que para mi amigo ha sido más de relax que de otra cosa.