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domingo, 31 de octubre de 2010

GARANTÍAS


Parece premonitorio. Si antes hablo de las bondades de mi lector de libros electrónico en una entrada en este blog justamente la semana, pasada, antes se me estropea. De alguna forma este es uno de los inconvenientes, que por otra parte no le pasa a un libro convencional.
Esta mañana, sin nada aparente que haya ocurrido, la pantalla ha aparecido “a rayas”, con lo que cual a mí me ha dejado “a cuadros”. La pantalla mostraba una serie de rayas y aunque parecía que los controles y mandos del aparato funcionaban, la muestra en pantalla estaba formada por las mencionadas líneas y manchas. Ha dado la casualidad de que el libro que finalmente empecé a leer el domingo pasado, por un cambio de intención, fue Los Pilares de la Tierra, un libro que había leído hace veinte años y que lo conservaba en papel. Un poco de búsqueda adelante y atrás y he logrado posicionarme en la página 404, que no tiene nada que ver con la que figuraba en el libro electrónico, y seguir leyendo, aunque más incómodo, pues es un formato de bolsillo, con más de mil páginas y una letra diminuta que no tiene ninguna posibilidad de ampliarse.
Por las últimas leyes publicadas en nuestro país, los aparatos tienen un período de garantía oficial de dos años, aunque algunas casas, sobre todo multinacionales, se hacen oídos sordos a esto y mantienen que el período es de solo un año. La verdad es que lo normal es que los aparatos se estropeen, caso de estropearse, a los dos años y un día, justo cuando ha acabado el período de garantía. Y lo que también ocurre, y lo digo por experiencia propia, es que el servicio técnico o no existe o más te vale comprar uno nuevo porque en muchos casos los inconvenientes y el precio de la reparación no la justifican. A mí me ocurrió hace algún tiempo con una pantalla de ordenador y me dijeron tranquilamente que el servicio técnico para España estaba en Portugal y que tenía que mandarlo allí por mensajero a mi coste y a la vuelta pagar el coste de la reparación y el envío. Me disuadieron de hacerlo y me compré otra pantalla, por supuesto que de otra marca, aunque no averigüé si tenía servicio técnico aquí o estaba en Pernambuco.
Y con esto entramos en el tema de las garantías. Antaño, cuando comprábamos un aparato que tenía garantía, nos sellaban en la tienda un cupón dedicado para ella junto con la fecha de compra, que había que mandar por correo ordinario a una dirección para que la garantía empezara a tener validez. Hogaño, con las nuevas tecnologías, existe el concepto de registro a través de internet, pero no nos quita de que es absolutamente necesario guardar el ticket o la factura de compra para demostrar la fecha de adquisición de nuestro aparato para tener derecho a una reparación en caso de avería.
Esto tiene ahora su truco, porque si sabemos de algún familiar o amigo que se ha comprado un aparato como el nuestro recientemente, siempre podemos pedirle su justificante para usarlo nosotros. Esto resulta válido si bien las casas utilizan los números de serie y los períodos de envío a los comerciantes para determinar la concordancia a grandes rasgos.
Pero aquí viene lo bueno. Nos queda claro que debemos conservar el ticket de compra. Una pregunta que me surge es porque no emplear un poco de tiempo en pedir una factura, máxime cuando los aparatos cuestan unos cuantos euros. Generalmente no lo hacemos salvo que seamos empresarios o autónomos y tengamos la posibilidad de colar el aparato como necesario para nuestro negocio y poder descontarnos el IVA y algunos gastos en nuestra declaración. Supongamos que no pedimos factura y supongamos también que guardamos con esmero nuestros tickets. Pues aun así nos pueden pasar dos cosas al menos: una, que el ticket no haga referencia clara al aparato. En mi caso y hablando del lector de libros electrónico, el ticket de la tienda en la que fue adquirido, Hipercor, nuestra como concepto un genérico como “consumibles”. El precio coincide en lo que costaba en aquella época de primeros de año pero esperemos que el servicio técnico de Grammata-Papyre no me ponga pegas. Y otra cosa que puede ocurrir y que no ha sido el caso, pero me he dado cuenta al buscar este justificante, es que el ticket esté borrado. Si, borrado, completamente en blanco. Me ha pasado con varios, de los que están realizados en papel térmico, que o bien están completamente borrados o estaban empezando a borrarse. Contra esto solo se me ocurre una solución y no es otra que pasarlos por el escáner para por lo menos tener una prueba que poder mostrar en caso de que sea necesario y nos la soliciten. Me he dado esta mañana una paliza a escanear todos aquellos tickets que tenían menos de dos años de antigüedad, por si las moscas.
A partir de ahora, y además de recomendarlo yo así lo haré, debemos invertir algo de tiempo cuando compremos un aparato que pueda estar sujeto a garantía. Comprobar el ticket para que se especifique claramente el aparato y el modelo, pedir aunque no nos haga falta una factura y al llegar a casa, ticket y factura, o los dos, escanearlos junto con los datos técnicos como puedan ser el modelo, color, número de serie y aquellos que puedan resultar de interés ante una eventual visita al servicio técnico.

sábado, 23 de octubre de 2010

E-books


Hace menos de un año y dado mi carácter de lector intenso de libros, uno de los principales problemas que me surgían mientras estaba leyendo uno, y más según me aproximaba al final, era determinar el siguiente libro a leer y empezar a buscarlo. Básicamente disponía de tres formas de hacerme con el ejemplar que iba a ser devorado en el siguiente turno: adquirirlo si lo encontraba en una librería, acercarme a la biblioteca a ver si estaba en catálogo y disponible y por último pedirlo prestado a alguien que lo tuviera si era capaz de encontrarlo. Realmente había una cuarta pero desechada por mí de antemano, que era leerlo en la pantalla del ordenador, aunque esta última tenía una alternativa mucho más peligrosa: imprimirlo en papel. A finales de dos mil nueve existían ya varias webs, muchas de ellas argentinas y de países latinoamericanos, donde estaban disponibles multitud de libros electrónicos, en los archiconocidos formatos “doc” y “pdf”, pero leerlos en el ordenador es muy pesado, al menos para mí. Si uno estaba dispuesto a gastar tinta de impresora y papel, o bien disponía de alguna impresora utilizable en el trabajo a cargo de la empresa o del estado, el truco era imprimir páginas, leerlas y “archivarlas”.

Pero en el mes de diciembre del año pasado, mi buen amigo Miguel Angel, a quién debo muchos favores y este es uno más, me subió sin pedirme permiso a la locomotora de los libros electrónicos. Una locomotora de velocidad alta, más que alta, altísima. Había visto pasar el tren y estaba pensando subirme a él, pero todavía no consideraba que era el momento. No hay nada como que alguien te dé un empujoncito y más si es una persona de total confianza. Con ello, los Reyes Magos del 2010 dieron un vuelco a mi faceta de lector de libros y me dispuse a disfrutar de los contenidos alejándome de los continentes en papel.

Como ya ha ocurrido con otras tantas cosas, la sociedad avanza mucho en unos aspectos y en otros, cada vez en menos, marcha más lentamente. Por poner un ejemplo, la industria discográfica ha sufrido esto en propias carnes al revolucionarse el mundo de la música con los soportes digitales y la descarga por internet. Al mundo de los libros, sobre todo de las novelas, le ha llegado la hora, pero hay ciertos matices que hacen que la industria editorial lo tenga mucho más complicado. De un lado hay mucha más experiencia en el mundo de la red, pues quedaron atrás sistemas lentos de compartición de archivos que han sido sustituídos por otros más rápidos de descarga directa que permiten obtener, lícita o ilícitamente, un CD completo en apenas unos minutos. De otro, y esto es clave, los libros ocupan muy poco si nos atenemos a la parte de texto y desechamos portadas e imágenes.

Sirva un ejemplo. Por hablar en términos que han quedado obsoletos con los “pen-drives”, en un DVD pueden caber del orden de los ocho mil libros del tipo que estamos comentando, sin imágenes. Eso que hace que en una tarjeta de las pequeñas utilizadas en los lectores y cámaras fotográficas, de 2 Gb, nos quepan cerca de cuatro mil libros. Una pasada.

El último libro que he leído ha sido el recientemente publicado “Los Gigantes de la Tierra”, de Ken Follet. No voy a decir aquí si lo he leído en papel o en electrónico, eso queda en el secreto, pues en ambos formatos se pueden adquirir en las librerías. Este hace el número cincuenta y dos de los leídos en el presente año, de los cuales treinta y uno han sido electrónicos. Algunos no ha sido posibles encontrarlos en electrónico, otros pienso que nunca existirán y otros los tenía en mi biblioteca particular en papel.

Teniendo en cuenta mi velocidad media de lectura anual, estimada alrededor de sesenta o setenta libros y siempre y cuando el lector no se me estropee y aguante, tengo libros para leer todo lo que me queda de vida y parte de la siguiente si es que existe y me los puedo llevar, aunque espero que no haga falta. El problema que planteaba al principio de esta entrada ha desaparecido y queda sustituido simplemente por elegir uno de los que están guardados en la tarjeta.

Los libros electrónicos tienen muchas ventajas sobre los de papel, sobre todo si lo que nos interesa es su contenido y no tanto su continente. Una de ellas es su poco peso y la posibilidad de manejarlos y sujetarlos con una sola mano, o con ninguna si nos inventamos alguna forma de sujetarlos como puede verse en la imagen. Pero también tienen algún inconveniente, como cuando vemos en el transporte público a una persona leyendo y no podemos enterarnos de que libro se trata. También es verdad que algunas personas los llevan forrados y nos pasa lo mismo, pero en ambos casos siempre tenemos la posibilidad de, con educación, preguntarlo. La gente por lo general suele responder amablemente.

Hace un par de días mientras estaba finalizando el libro en curso, un lector compañero y desconocido del Metro me dio la pista del libro siguiente a leer: “El Día D-La Batalla de Normandía” de Antony Beevor.

lunes, 18 de octubre de 2010

PRECINTOS


Quién más quién menos cuando va a comprar o le regalan algo le gusta recibirlo precintado. Es una agradable sensación la percibida cuando sabemos o creemos que lo que hemos adquirido no ha sido usado ni manipulado por otros, salvo unas pruebas de funcionamiento indispensables que deberían haber sido realizadas en la fábrica o donde se haya montado el producto. Es parte de la magia de una nueva posesión.
Hay una diferencia grande entre vender y despachar. Bien es verdad que hoy en día cada vez más lo que se hace es despachar y el vendedor se limita a entregarte aquello que le has pedido sin más. Los consumidores cada vez acuden o acudimos más preparados a comprar las cosas y no es infrecuente que en muchos casos sepamos más de los productos que el propio dependiente de la tienda que nos los vende, eso si existe tienda y no estamos comprando por Internet.
Dado que muchos sabemos cómo se trabaja hoy, el precinto no es ninguna garantía de que lo que venga dentro esté correcto. Las grandes cadenas de montaje y el estrés al que están sometidos los trabajadores, con salarios de unos cuantos yenes o pesetas por semana, no garantizan una calidad de lo envasado ni certifican que todo lo que tiene que estar esté realmente.
La semana pasada acudí a unos grandes almacenes a comprar un “notebook”, un pequeño ordenador ultraportátil. La empleada que me lo entregó, en este caso me lo despachó, se mostró muy sorprendida cuando, con toda tranquilidad, abrí el precinto y desparramé el contenido de la caja por encima del mostrador, para comprobar que el ordenador, la batería, el cargador, el CD con los manuales, el libro de instrucciones, la garantía y demás "achiperres" que deberían estar realmente estaban.
Lo normal es que esté todo y esté bien, pero no siempre ocurre así y el hecho de que uno se muestre cauto, quizá hasta desconfiado, en estos temas es debido a experiencias personales sufridas en el pasado y que acabaron felizmente, pero no sin cierta desazón.
La primera de ellas fue hace casi veinte años. Debido a cambios personales en mi vida que me hicieron casi partir de cero en muchos aspectos, acudí a unos grandes almacenes, concretamente El Corte Inglés, a comprar una colección de diez discos de música clásica que aún conservo y escucho, eso sí, digitalizados en un disco duro, que los soportes en CD se van quedando un poco obsoletos. A lo que íbamos, el paquete de diez discos venía debidamente precintado con su celofán. AL llegar a casa me hice el propósito firme de escucharlos que ya sabemos lo que pasa cuando se compran colecciones de este tipo, que al cabo de los años siguen en las estanterías sin haber sido usados ni siquiera una vez. Intentaba cada día oír un disco completo y cual fue mi sorpresa, pasados unos días, que al abrir la caja del quinto disco estaba vacío. Vivía solo, había desprecintado yo mismo el paquete de diez, no había usado ese disco con anterioridad……. ¿Dónde estaba el disco? Se me quedó la cara a cuadros. La única explicación posible es que no hubiera sido metido en la caja en donde hubieran preparado y precintado el paquete.
No sabiendo como acometer el tema, ya que como digo habían pasado varios días desde la compra, volví a El Corte Ingles y conté el problema al dependiente encargado de esa sección. No daba crédito a lo que le contaba y cualquiera hubiera pensado que era un caradura que quería disponer de un segundo disco gratis. La colección era buena y como no vendían los discos sueltos la única posibilidad era adquirir otra colección entera, a lo que yo incluso estaba dispuesto. Debí ser convincente o ser mi día de suerte porque el dependiente se avino a cambiarme mi colección mutilada por una nueva, la única que les quedaba en stock. ¿Imaginan lo que ocurrió? Tanto yo como él procedimos a desprecintar in situ el paquete y para mi credibilidad también faltaba el CD número cinco. Tuve que volver al cabo de unos días ya a por ese disco solo que tuvieron que pedir a la discográfica. Menos mal que era El Corte Inglés, que el dependiente era un vendedor y no un “despachante” y que supongo que cuando hablaran con el proveedor y les contaran el caso la retirada y/o revisión de los paquetes en el resto de tiendas y comercios sería inmediata.
El segundo “sucedido” de este estilo fue hace tres o cuatro años con motivo de adquirir un disco multimedia en “Menaje del Hogar”. Tras comprar el disco me marché al metro y allí mientras volvía a casa abrí el paquete, que no estaba precintado, para extraer el folleto con las características y el modo de ponerlo en marcha. Cúal fue mi sorpresa cuando el disco no estaba. Estaba todo lo demás, entre otras cosas un transformador que pesaba y sigue pesando lo suyo y que pudo despistar la ausencia del disco en el peso general del paquete. Me bajé en la siguiente estación, retrocedí por mis pasos y volví a la tienda. Cuando le conté el caso al dependiente que me había atendido instantes antes, noté que su reacción no era todo lo buena que cabía esperar y pensé que iba a tener problemas. Menos mal que un directivo, de un nivel superior, con calma y tiento, llegó a averiguar que el número de serie que venía impreso en la caja se correspondía con el aparato que estaba en la exposición. Me recogieron la caja, me pidieron disculpas y allí por primera vez procedí a desprecintar el paquete, este sí lo traía, y revisar el contenido, cosa que vengo haciendo desde entonces. Por si acaso. Parece que tuve que tropezar dos veces en la misma piedra para aprender la lección.
Los precintos son importantes. En temas como alimentación o medicamentos a nadie se le ocurriría beber de una botella que hemos comprado en el supermercado y que estuviera abierta o lo mismo en un tema de medicamentos. En aparatos electrónicos la cosa no es tan grave pero si nos pusiéramos a pensar en CSI o cualquier tipo de novela fantástica de estas que pululan por ahí, el asesino habría metido una bomba dentro del aparato que se activaría al ponerlo en marcha ….

sábado, 9 de octubre de 2010

INDEROGABLE


¡¡Y un cuerno!! Llevo ya varios días oyendo una serie de comentarios en diferentes ámbitos que me sacan de quicio. Ya días antes de la huelga general que tuvo lugar la semana pasada, muchas de las razones esgrimidas para no hacerla se basaban en que la ley que regulaba la pérdida masiva de derechos de los trabajadores ya había sido aprobada y que no había nada que hacer, la huelga era una pérdida de tiempo. Argumentando esta “poderosa razón” se aprovechaba para atacar a los convocantes de la misma diciendo que debían de haberla convocado antes.
Quizá hubiera que ponerse a pensar si sería bueno engrasar los mecanismos que permitieran convocar una acción de este tipo y envergadura de un día para otro. En vivo y en caliente, que luego pasa el tiempo y se enfría la cuestión. Pero en lo que quiero centrarme es en la idea que nos quieren grabar a sangre y fuego de que “esa” ley va a misa y por los siglos de los siglos, amén.
Y que este argumento se sigue repitiendo machaconamente por todos lados. En la radio, en tertulias en televisión, en periódicos y revistas… como digo, por todos lados. Y parece que tenemos tendencia a aceptar lo que nos dicen como un dogma, como su fuera verdad de la buena, sin cuestionarnos nada y actuando como borregos dejándonos llevar. Y así nos luce el pelo.
Porque digo yo que esta ley, que ya incluso antes de aprobarse muchos han experimentado en propias carnes a través del decreto previo, se ha cargado otra ley anterior, y el Estatuto de los Trabajadores, y muchos logros conseguidos a lo largo de los años a base de lucha, sufrimiento y penalidades. Me vienen a la memoria recuerdos casi olvidados cuando, entre otras, un día participé en una manifestación en la que se cortó el tráfico en la Castellana de Madrid, y cuando estábamos sentados en el asfalto llegaron unidades de la policía nacional, los famosos “grises” de aquella época, montados a caballo. Debíamos ser pocos y estar muy esparcidos porque los caballos pasaron varias veces muy despacito entre nosotros, haciéndonos muy pequeñitos, como hundidos bajo la mirada amenazadora de sus jinetes que, porra en mano, parecían decirnos que no nos moviéramos ni un milímetro, que se podría armar y gorda y podíamos acabar malparados, bien por un porrazo, bien por un pisotón de caballo.
Estas cosas ya no se hacen, están mal vistas y salvo algunos sectores que ya les han tocado suficientemente sus narices y sus bolsillos, las manifestaciones son ordenadas, pacíficas, un paseíto por la calle, una arenga final por un orador de turno y todos a casita.
Y es que donde dije digo, digo Diego según me convenga. Historias las hay para todos los gustos. Hace años, cuando en el gobierno estaban otros que no están ahora, se aprobó una ley denominada LOPS que regulaba las profesiones que podían ser consideradas sanitarias. Aquella ley dejó a muchos psicólogos, que estaban dentro, fuera del sistema sanitario pues la psicología no era considerada una cuestión de salud. No sé de qué otra cosa se puede considerar. Pero bien que llaman sin dilación a un equipo de psicólogos para atender a los heridos y familiares de las víctimas cuando se produce alguna catástrofe de cierto tamaño. Pues bien, los que ahora están en el gobierno y que en aquella época lógicamente estaban en la oposición, que aquí solo tenemos dos, de quita y pon, apoyaron a los psicólogos en contra del gobierno para conseguir la derogación de la ley. Pasó el tiempo y ahora que están en el gobierno y podían hacerlo, según pedían antes, no lo hacen mientras que los que la aprobaron, ahora en la oposición, exigen al gobierno que la cambie. ¿Se entiende algo? Sí, que cada uno va a lo suyo y se aprovecha de los demás según le conviene.
Y volviendo al tema, pongamos nombres. El PP pide que se derogue esta nefasta ley que sirve para despedir y no para crear puestos de trabajo, como estamos viendo y seguiremos viendo por mucho tiempo, porque el trabajo se crea cuando la economía marcha y la gente sin trabajo no mueve la economía y los que lo tienen, por miedo y previsión, tampoco. Cuando en un tajo ponen en la calle a unos cuantos trabajadores, los comerciantes y empresas adyacentes en la zona pierden sus clientes. Esto es una bola y ahora más gorda con esto de la economía global. Pero si da la casualidad que dentro de unos años el PP llega al poder, no tengan ninguna duda de que no tocaran para nada esta ley y en ese preciso momento, los que la aprobaron, es decir, el PSOE, empezará a exigir que se derogue.
Una ley no es para siempre, como ha quedado demostrado y cabe por tanto la posibilidad de hacer otra que modifique la anterior. Así pues, que no nos quiten esta pero que hagan otra con seso y mesura que rescate los derechos ganados a lo largo de muchos años y perdidos de un plumazo por el poco cerebro y la poca imaginación de los que gobiernan nuestros destinos.

domingo, 3 de octubre de 2010

PPPP-o-PPPP


El estrambótico titulo que da lugar a esta entrada en el blog se deriva de una frase que vi hace unos días en un anuncio colocado en las marquesinas de las paradas de autobús. Puesto en román paladino se expandiría en “Personas que Prefieren Pedir Permiso o Personas que Prefieren Pedir Perdón”.
No creo que esto llegue a ser una característica de personalidad pero todos tenemos una tendencia en uno u otro sentido, aunque yo apostillaría que depende mucho de la situación y del contexto en el que nos encontremos. Por poner un ejemplo no es lo mismo pedir permiso para entrar en un campo militar acotado que pedir perdón. Si no pedimos permiso a lo mejor no podemos llegar a pedir perdón por habernos colado sin llamar.
Como siempre al hacer la pregunta a nuestro inseparable compañero diario “Google”, el número de entradas devueltas es una cifra de mareo. En el caso de búsqueda con prefieren pedir permiso arroja más de ciento ochenta y cuatro mil entradas y en el caso de perdón tan sólo treinta y siete mil. Aunque todo depende de cómo hagamos la búsqueda. No es una mala idea dedicar un tiempo a aprender cómo hacer las búsquedas en Google. Es todo un mundo, y se sacan enormes beneficios a poco tiempo que le dediquemos. En este ejemplo, si al realizar las búsquedas entrecomillamos el texto, es decir, usamos “prefieren pedir permiso” los resultados se limitan a cuatrocientos sesenta y dos y por el contrario con perdón alcanza quinientos ochenta y nueve. Estos datos son en estos mismos momentos en que escribo esto y tengo que decir que me ha sorprendido son poca cantidad para lo que uno está acostumbrado.
Habríamos bien en poner en cuarentena toda la información que obtengamos en la red. Salvo algunos sitios oficiales a los que podemos dar toda la credibilidad que queramos, el resto puede ser verdad, mentira o todo lo contrario. Encontrada la siguiente frase: "Si tienes una idea, hazla. Es más fácil pedir perdón que pedir permiso" hay quién se la atribuye a Santa Teresa de Jesús y quién lo hace a una informática norteamericana llamada Grace Hopper, si bien esta lo hizo en inglés de forma parecida aunque prescindiendo del principio: “It’s easier to ask forgiveness than it is to get permission”.
En el fondo todos, cuando nos surge una idea que una vez desarrollada hay que poner en acción, analizamos la situación, los “pros” y los “contras”, el esfuerzo que nos va a suponer y sobre todo las consecuencias, positivas y negativas, que la acción va a tener para nosotros en el futuro. El contexto en el que vayamos a pesar a la acción pesa mucho en la toma de decisión.
Uno de los sitios de aplicación práctica es el entorno laboral. Ya he comentado en anteriores entradas mi “teoría del cenicero”: ante la necesidad de cambiar el cenicero de sitio hay quién le da un manotazo y espera consecuencias y quién pide permiso para hacerlo una vez estudiados todos los pormenores. Todo esto está muy directamente relacionado con palabras que son profusamente empleadas en los entornos laborales actuales como “iniciativa” o “proactividad”, palabra esta última que no existe en el diccionario. Hay quién dice que es mejor arriesgarse, que siempre se obtendrán beneficios y que en último caso siempre queda pedir perdón y dar explicaciones que hagan creer a quién nos juzga que lo hicimos por el bien general de la empresa y su proyección futura. Hay algún caso documentado de “meteduras de pata” graves y que han costado dinero y credibilidad a las empresas y que han terminado en un premio en lugar de un castigo, porque el jefe ha sabido valorar la iniciativa de ese empleado y ha deducido que por una que ha estropeado otro montón de ellas han salido bien. Pero para ello hacen falta jefes con la “azotea” bien puesta encima de los hombros y que miren un poco más allá de sus narices o, lo que es peor, de lo que le ordena el de arriba. Hay empresas que llegan a estar paradas porque todos sus niveles de empleados solo hacen lo que les manda el de arriba, ven, oyen y callan y solo hablan cuando se les pregunta. Pero resulta que el de arriba del todo hace tiempo que no manda nada porque ya no sabe ni a que se dedica. Las iniciativas con petición de permiso implican una obligación al superior inmediato de continuar con la situación de permiso a nieveles superiores porque siempre suelen salpicar a otros que no están por la labor.
En fin, cada cual tendrá sus opiniones y pedirá perdón o pedirá permiso según le venga el viento, esperemos que tras un concienzudo análisis de la situación.
Y como colofón, la búsqueda en internet ha traído a la pantalla un libro que se titula “MÁS VALE PEDIR PERDÓN QUE PEDIR PERMISO” de Jordi Évole, presentador de televisión al parecer conocido como “El Follonero”. Ni sé quién es, ni he leído el libro ni creo que lo haga nunca, pero ahí queda el dato.