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domingo, 22 de enero de 2012

ATRASANTOS



Me he permitido la licencia de titular esta entrada con una palabra que no existe, pero que quiere significar, con énfasis, lo contrario a “adelantos”. El que las entradas de un blog puedan ser leídas sin solución de continuidad, permite repetir algunos conceptos, algunas veces de forma involuntaria, sin llegar a cansar. En este caso traigo a colación una de mis frases preferidas, de Antonio Damasio, que reza así: “La tecnología hace feliz, pero es una trampa: depende de cómo se use”.

Estamos inundados de tecnología que nos hace determinadas actividades más sencillas y placenteras. En estos momentos viene a mi mente la imagen de la pescadilla que se come la cola, en un círculo sin fin, donde las cosas pueden llegar a darse la vuelta. En algún caso, el uso intensivo de la tecnología, confiar ciegamente en ella, puede amargarnos la vida. Voy a relatar un suceso que me ha ocurrido personalmente esta semana y que puede ser ilustrativo de cómo puede ser bueno tomar algunas precauciones adicionales en lugar de abandonarnos ciegamente a algunos determinados aparatitos, como pueden ser a modo de ejemplo, el teléfono móvil o un navegador de coche.

Suelo quedar con antiguos compañeros de trabajo de vez en cuando al objeto de mantener vivas las relaciones aún en la distancia. Estamos permanente conectados por correo electrónico, teléfono, “whasapp”, “twitter” y algunas otras posibilidades más, pero un contacto cara cara, un apretón de manos, una conversación fluida y rápida y un abrazo de despedida no se compensan con tecnología alguna.

Una opción que no me gusta y procuro no utilizar al menos si soy yo el que la sugiere, es la de “quedar” con alguien “en el móvil”. Bien es verdad que hay veces que es la única opción disponible si no tenemos perfectamente claros los horarios o las ubicaciones de ambos. Por cierto, una de las personas con las que me veo con una frecuencia más o menos mensual no tiene móvil y llevamos unos cuantos años disfrutando de la mutua compañía sin problemas, como antaño se hacía, cuando no había tanta conectividad.

En este caso que voy a relatar, mi amigo continúa en activo y trabaja en un gran centro empresarial lleno de edificios, empresas y laborantes. Como quedamos a comer, el sitio elegido es un centro comercial cercano donde hay multitud de cafeterías y restaurantes que se ponen de bote en bote al mediodía cuando llega la hora de alimentar el cuerpo. La imagen de una multitud cruzando el puente peatonal existente encima de la autopista que separa el centro de trabajo del centro de reponer fuerzas es espectacular, digna de ser contemplada como yo hice el otro día durante media hora muy a mi pesar.

Y es que aunque ya tenemos hora y sitio fijo concertado para nuestras citas esporádicas, esta semana tuve que hacer unos recados previos cuyo tiempo no podía estimar con precisión, por lo que dije a mi amigo que en el momento en que el metro se estuviera acercando a su posición, le enviaría un mensaje vía “whatsapp” para que saliera a mi encuentro. Pero cuando fui a echar mano a mi teléfono para realizar la operación, la funda que llevo al cinto estaba vacía: el teléfono estaba en casa, plácidamente. Con este abandono, uno se queda desprotegido, pues allí quedaba guardado en su interior el teléfono de mi amigo, que lógicamente no me sabía de memoria. En un pensamiento rápido se me ocurrió mandarle un correo electrónico, que el también recibe en el móvil, por lo que requerí la ayuda de una joven que viajaba a mi lado en el transporte público, que se brindó amablemente a mandarle una misiva escueta diciéndole que llegaba. La gente es amable si se le piden cosas normales y con corrección y educación.

Pero esto no sirvió de mucho. Mi amigo recibió el correo procedente de una persona que no conocía y no le prestó atención, como pasa cuando se reciben correos con remitentes desconocidos y más en el móvil donde directamente no se abren y o bien se borran directamente o se dejan para revisar en casa con más tranquilidad. Como no me fiaba de que esta opción funcionara, intenté en el centro comercial, sin éxito, acceder a internet para poder consultar mi agenda y obtener el teléfono móvil de mi amigo, pero fue infructuoso, no encontré en todo el centro comercial un lugar donde hubiera posibilidad de conectarse. En otra zona más urbana siempre está la posibilidad de un hotel, algunas cafeterías o incluso un “ciber”, pero en esta zona industrial y en este centro comercial en concreto no había nada. Pero es que, además, aunque hubiera logrado conocer el teléfono, tampoco encontré ninguna cabina telefónica, que han desaparecido porque se ve que casi nadie las usa e incluso en muchas cafeterías o bares ya no disponen de este servicio que antes podía ser usado. Hubiera tocado “echarle cara” de nuevo y pedir el favor o bien a alguien o bien a algún comerciante.

Así pues, mi amigo permaneció pacientemente esperando mi aviso de llegada cuando yo llevaba ya más de media hora esperándole pues incluso llegué a mi destino con antelación a lo previsto. Cuando ya vio que algo había ocurrido y tras intentar contactar conmigo precisamente a través del teléfono que descansaba plácidamente en mi domicilio, se dirigió al centro comercial y pudimos comer juntos, de forma rápida y en formato bocadillo aunque dispusimos de mucho menos tiempo para contarnos nuestras cuitas.

Algunas veces lo he hecho pero a partir de ahora, cuando vaya a ver a alguien de forma personal o profesional, voy a tomar la costumbre de anotar en un papel sus datos de teléfono y dirección, que esa es otra, nos confiamos algunas veces a otro aparatito, el “tomtom”, que también puede dejarnos tirados en cualquier momento.

La tecnología falla de vez en cuando e incluso se puede quedar olvidada en casa y no disponer de ella cuando vamos a echarla mano.