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domingo, 8 de abril de 2012

AVANCES



Los años pasan casi sin darnos cuenta si no echamos la vista atrás de vez en cuando. Los avances en tecnología son espectaculares y no dejan de sorprendernos si mantenemos nuestra capacidad de sorpresa para analizar detenidamente lo que se nos va ofreciendo y poniéndolo en comparación con lo existente en un tiempo anterior. La tecnología hace todo lo posible por llevar al nivel casero y personal toda serie de artilugios que supuestamente nos hacen la vida más fácil sin otro objetivo primordial que convencernos de que no podemos vivir sin ellos y decidamos su compra. No hay más que darse una vuelta por la casa y compararla con un tiempo pasado para darse cuenta de la cantidad de cachivaches que hemos incorporado a nuestro devenir diario y que cada día que pasa los consideramos más imprescindibles en nuestra vida.

Los que hemos vivido un tiempo anterior en el que en el hogar no había nada de nada podemos establecer comparaciones. Y cuando digo nada de nada me refiero a cosas tan básicas hoy en día como un frigorífico o una televisión. No ocurre así con las nuevas generaciones de la sociedad llamada occidental que han llegado a las casas cuando ya estaban “requetellenas” de tecnología por todos lados.

Hoy quiero tener una reflexión comparativa en este apartado tecnológico con los coches. Hace ya casi cuarenta años que adquirí mi primer coche, un seat 127 como el de la fotografía. El precio de nuevo traducido a euros ya casi lo dice todo: alrededor de seiscientos cincuenta, pero hay que tener en cuenta que el litro de gasolina costaba algo menos de cinco céntimos de euro y un sueldo mensual para la época giraba en torno a los veinticinco euros. Aquel cochecillo no tenía nada de nada, solo lo básico, a saber, su motor, su volante, sus asientos, sus pedales de conducción y poco más. Eso sí, era otra época, y todas las plazas estaban dotadas de sus correspondientes ceniceros para los fumadores. Y es que en el coche se fumaba, y mucho. Yo nunca lo hice pero hubo alguna vez que los amigotes se dedicaron a darle a los puros en un viaje y me dejaron el olor a tabaco durante varios meses. A pesar de su falta de comodidades visto desde la época actual, hice muchos kilómetros con él que me sirvieron para conocer y disfrutar preciosos rincones de España en aquella década de los setenta.

La semana pasada mi mujer cambió de vehículo. El nuevo es pequeñito, pero está dotado de todos los avances tecnológicos que uno pueda imaginar e incluso alguno que sorprende, por desconocido, aunque a poco que prestemos atención a los anuncios en prensa y televisión estaremos enterados de lo que se cuece en el mercado, ya que hoy en día casi lo de menos es el motor y se tiene en cuenta en mayor medida el equipamiento. Hay cosas que ya se han convertido en básicas: ¿quién compraría hoy un coche sin aire acondicionado?. Hasta es posible que ni se vendan ya y todos los vehículos nuevos tengan el suyo incorporado.

Si en la casa hay dos vehículos, o conducimos otro que no sea el nuestro, puede ocurrir que la diferencia en tecnología entre uno y otro lleve a despistes en la conducción, pues las personas somos animales de costumbres y tendemos a acostumbrarnos a las cosas a gran velocidad, sobre todo si son útiles y prácticas. Me refiero a que si uno de los coches enciende y apaga las luces de forma automática, nos despreocuparemos de ese tema, por lo que es muy probable, y lo digo por experiencia, que nos olvidemos de encenderlas manualmente al entrar en un túnel.

A todas estas novedades es muy fácil acostumbrarse, ya que nos facilitan la vida. Y solo cuando volvemos atrás nos damos cuenta de lo que suponen. Cuando empezamos a disfrutarlas parece que son una tontería, pero a lo bueno todo el mundo se acostumbra y rápido. Cosas como el cierre centralizado de puertas con el mando a distancia, encendido automático de luces y limpiaparabrisas, control automático de la velocidad y similares ya forman parte de muchos vehículos y aunque son adicionales ayudan y mejoran la conducción.

Pero en el coche nuevo han aparecido una serie de “gadgets” de los que yo todavía no había disfrutado y que seguramente echaré de menos cuando conduzca mi coche, que no los tiene. Uno de ellos es la conexión automática del teléfono móvil vía "bluetooth" por el solo hecho de entrar en el vehículo. El recibir llamadas es cosa de niños pero el iniciarlas también, pues a través de los comandos de voz te permite controlar prácticamente todas las funciones del teléfono, y con una sorprendente precisión y fiabilidad. Ya sé que esto que es nuevo para mí lleva años funcionando y de hecho alguno de mis amigos lo habían instalado adicionalmente en sus vehículos hace años, pero para mí es novedad.

Otra cosa que sorprende es que el coche se pare materialmente cuando te detienes, en un semáforo por ejemplo. En los primeros momentos la sensación es que se te ha calado. Cuando pisas el embrague para poner la velocidad, el coche arranca automáticamente y te permite seguir tu camino. Supongo que estará estudiado y que el motor de arranque que monta el coche esté preparado para tantos arranques y paradas continuos, so pena de que lo que nos ahorremos en gasolina nos lo gastemos en reparaciones. Como pasa con todo, existe la posibilidad de inhabilitar este funcionamiento, pero de momento la novedad resulta llamativa.

Pero lo que me ha gustado sobremanera es la mayor tontería que se pudiera uno imaginar: la posibilidad de insertar vía USB un “pendrive” a la radio del coche. Desde hace tiempo los coches se olvidaron de las casetes y funcionan a base de CD’s, lo cual es un peligro pues cambiar un CD mientras vas conduciendo es una operación de lo más peligroso, y eso incluso cuando decidamos el tocar con los dedos su superficie sin ningún miramiento. Ahora, en esa maravilla de la técnica del “pendrive”, en un tamaño mínimo, podemos meter toda nuestra discografía y tenerla disponible de forma fácil desde los mandos colocados en el propio volante. Una delicia a la que nos acostumbraremos y que supondrá un suplicio cuando tengamos que cambiar el CD y nos acordemos de ella.