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sábado, 8 de junio de 2013

donPedroSainzRodriguez


Hemos estado treinta años juntos en este mundo y quince de ellos relativamente cerca, y yo sin saber nada de él. Al igual que yo, me temo que muchas de las personas que lean esta entrada no tendrán ni la más remota idea de quién fue este señor de nombre y apellidos tan comunes. Me consuela el que, preguntados algunos amigos, excepto uno, nadie había oído hablar de este singular personaje.

En curso monográfico sobre “El Exilio Español” que estoy realizando en estos días en la Universidad Carlos III de Madrid, el profesor, don Ángel Bahamonde Magro, nos recomendó entre otras muchas la lectura del libro titulado “Don Juan”, de Luis María Anson, que devoré en un par de días y que he comentado en una reseña en el blog amigo de “A leer que son 2 días”. En este libro, el personaje central es don Juan de Borbón, padre de nuestro actual rey, fallecido en 1993 pero es una excusa para hablar de muchos otros, entre los cuales figura don Pedro Sainz Rodríguez, un completo desconocido para mí hasta hace unos días. No es que a fecha de hoy le conozca mucho, pero tras la lectura el libro y por las vicisitudes en él comentadas sobre este personaje, me he interesado y he intentado descubrir algo más sobre uno de los personajes que quizá fueron claves en lo que se ha dado en llamar “Restauración” de la monarquía en España tras los cuarenta años de dictadura de Francisco Franco tras la Guerra Civil española de 1.936.

Enseguida haremos un pequeño recorrido recordatorio por la vida de don Pedro, pero para ir abriendo boca, recojo un hecho detallado en el libro comentado que nos puede dar una idea de la personalidad de este hombre, cuando participaba en uno de los consejos privados de don Juan. Don Pedro estaba decidido a no acudir a ningún encuentro más con otro consejero, Eugenio Vegas, mientras estuviera el rey delante, desde que Eugenio le recordó agriamente que había sido ministro de Franco y que por eso su política era tibia y no tenía la “dureza” que requería la ocasión. “La dureza ---gritó don Pedro ante don Juan--- solo es imprescindible en una ocasión, cuando te dispones a joder. Y puedes estar seguro, Eugenio, que entonces no fallo una: se me pone la polla como un jade. Pero darle cada día una patada en los huevos a Franquito con la bota del Rey es una torpeza histórica. El “pájaro” no va a caer y me juego contigo mi Quijote de Ibarra que vale un huevo y la yema del otro, a que te vas a tomar el turrón tú aquí en Estoril, mientras Franquito se lo zampa en El Pardo. Y a ver si dejas de joderme con lo del ministerio que yo sé muy bien por qué lo hice y algún día lo explicaré.” Sainz Rodríguez se levantó, inclinó la cabeza ante el rey, cerró la puerta con ira y se fue “con viento fresco”, dejando a todos plantados.

Pedro Sainz Rodríguez nació en Madrid en 1897 de familia pudiente. En sus estudios destacó en letras, llegando a ser catedrático de literatura en la universidad de Oviedo, donde conoció al comandante militar gallego Francisco Franco en las cenas locales mientras este estaba a la caza de doña Carmen Polo, que con el tiempo sería su mujer. De vuelta a Madrid, sus inquietudes políticas le llevaron a salir diputado monárquico en las Cortes Constituyentes de 1931 y, siempre al tanto de todo lo que se cocía, anduvo metido en unos y otros fregados durante la República y el Alzamiento hasta verse convertido en ministro de Educación en 1938 en el primer gobierno de Franco, siendo el Plan de Bachillerato impulsado por él y vigente muchos años, hasta 1963, uno de sus logros. Por disidencias profundas con Franco, emigró voluntariamente en 1941 antes de que le echaran, yendo a recalar en Portugal, donde con el tiempo se convirtió en uno de los integrantes del consejo privado de don Juan, no cortándose un pelo y yendo siempre a contracorriente con los integrantes este consejo y del propio don Juan, dados sus conocimientos profundos de la personalidad del caudillo. Siempre tuvo claro que “Franquito”, como él le llamaba, no soltaría el puesto mientras viviese “ni con agua caliente”. Trabajó durante estos años por la restauración de la monarquía en España, pero viendo que con don Juan era imposible, maniobró hábilmente para “engañar” al generalísimo en la figura de don Juan Carlos. Para mejor llevar a cabo esta misión, pidió sumisamente el poder regresar a España en 1969, dedicándose desde entonces a su faceta humanista, su especialidad en la mística española de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Trajo consigo desde Portugal hasta su casa en el Parque de las Avenidas de Madrid su biblioteca integrada por alrededor de 25.000 volúmenes, doce toneladas según sus propias palabras.

Gordo, tremendamente orondo y comodón, fue acusado en su época de ministro, y por ello destituido, de desplazarse a los burdeles en el coche oficial. “No iba a ir andando” fue su escueta respuesta al asunto. Consultado en alguna ocasión sobre su soltería empedernida, respondió: “Es lo mismo que cuando me preguntan por qué no me he casado. Yo siempre contesto: por lo mismo que no me he hecho cura. Porque no he tenido vocación. Antes que ser un mal casado he preferido ser un solterón y eso me ha permitido hacer siempre lo que me ha dado la gana. He tenido unos “flirts” con algunas señoritas, lo cual me ha corroborado más en mi idea. Es una lata tener que llevar a la mujer al teatro. Los niños, la casa, todo eso obliga a cualquier padre a cometer cerdadas más o menos gordas para sacar la familia adelante. Por ejemplo, si yo me hubiera casado no hubiera podido mandar a paseo al general Franco.”

Miembro de las Reales Academias de la Lengua y de la de Historia, dedicó la última etapa de su vida a la docencia, la escritura y la investigación. A pesar de su gordura y de haber llevado una vida antihigiénica según sus propias palabras, falleció en 1986 a la edad de ochenta y nueve años. Sus restos se encuentran en el cementerio de San Justo de Madrid.

Para rematar esta entrada, una frase suya, de las muchas y muy buenas que pronunció a lo largo de su dilatada vida, para hacernos pensar un poco: “Forjémonos ideales nuevos y unánimes para hacer algo colectivo dentro de una vida digna y libre. Entonces seremos una nación, no un rebaño disperso por los egoísmos individuales que sólo podría ser unido por la oprobiosa cayada del pastor”.