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lunes, 30 de junio de 2014

MOOC



Hice una pequeña referencia a este asunto en un párrafo de la entrada titulada «VETERANOS» del pasado mes de abril de 2014. El acrónimo «MOOC» está formado por las iniciales en inglés de «Massiveopen online course» cuya traducción al español podría ser «Curso "online" abierto masivo». Lo de masivo viene a significar que no hay un límite en el número de estudiantes que pueden apuntarse dado que al ser abierto y en línea, es decir, a través de internet, no hay ningún problema en cuanto al número de alumnos, aunque esto no es del todo cierto y de hecho en algunos los profesores piden ayuda dado el elevado número de estudiantes de todo el mundo que están siguiendo las explicaciones y, este es el meollo de la cuestión, participando activamente en los foros, contando sus impresiones, planteando sus dudas e incluso aportando material y visiones complementarias.

Las características básicas son:

·        No tener limitación en las matriculaciones.
·        Poder ser seguido online.
·        De carácter abierto y gratuito. Con materiales accesibles de forma gratuita.

Hay una gran oferta de cursos, enorme, si bien hay que decir que la gran mayoría de ellos son en inglés, lo que puede suponer y de hecho supone un inconveniente para los que no nos defendemos con este idioma. En mi caso, tardé en decidirme a suscribir un curso y cuando lo hice me decidí por uno de la Universidad de Australia, por aquello de que el inglés no nativo es más fácil de entender que el de la propia Inglaterra. El material de las clases explota todos los posible recursos disponibles en internet, especialmente escritos y vídeos. Es evidente que un mínimo nivel en la lengua de Shakespeare es recomendable, pero siempre podemos ayudarnos de diccionarios en la red para los escritos o utilizando los subtítulos en los vídeos, algunos de ellos para mi sorpresa en castellano, aunque no es lo normal.

Como he comentado, los cursos en español son escasos. Y la gran parte de ellos que existen en estos momentos no proceden precisamente de universidades españolas, sino de las de otros países con nuestra lengua, como por ejemplo Méjico y más concretamente la Universidad de Monterrey. En otros idiomas, principalmente inglés, tenemos oferta de cursos para aburrir, de universidades de todo el mundo y de temas variopintos que a buen seguro desconoceríamos antes de verlos. A modo de ejemplo, estoy inmerso en estos días y durante todo el verano en un curso ofertado por la Universidad de California titulado «Deciphering Secrets: Unlocking the Manuscripts of Medieval Spain», es decir «Revelación de secretos: decodificación de los manuscritos de la España Medieval», un curso de doce semanas de duración y que ha empezado por establecer las bases del cruce de culturas judía, musulmana e hispana en la península. Los vídeos disponen de subtítulos en castellano, por lo que son fáciles de seguir, no tanto los textos y artículos recomendados en perfecto inglés, pero al ser electrónicos, con paciencia podemos utilizar alguno de los muchos traductores disponibles. Todo depende de las ganas y el interés que para nosotros despierten los temas.

Fundamental en todo este entramado son las plataformas en las que están generados los cursos. Hay varias y hasta ahora en los siete cursos en los que me he matriculado me he topado con tres: COURSERA, Open2Study y FutureLearn, pero hay muchas más, cada una con sus peculiaridades y modos de funcionamiento en cuanto a la presentación, el avance en los temarios, la realización de pequeños test para ver cómo vamos de comprensión, exámenes por capítulo y/o final, etc. etc. Solo por ver cómo están diseñadas las plataformas ya merece la pena seguir alguno de los cursos y muy probablemente cuando elija un nuevo curso, ya después del verano, procure que sea en una de las plataformas que todavía no conozco.

Siempre y cuando se hayan realizados los exámenes, algunos de los cursos, no todos, facilitan un diploma de reconocimiento. En algún caso, dependiendo de la universidad, es posible obtener un título oficial siempre y cuando se abonen las tasas correspondientes, que suelen ser en los que yo he visto del orden de los treinta a cincuenta euros. Dependerá de nuestra profesión o nuestros estudios el que sea interesante la inversión.

El verdadero y principal problema es la enorme cantidad de opiniones de los estudiantes, no olvidemos que son miles de todas las partes del mundo, vertidas en los foros y contestadas por los profesores o por otros estudiantes. El participar activamente en ellos requiere no solo un cierto nivel de inglés escrito sino un tiempo que puede llegar a ser importante. Todo dependerá de lo que nos interese el tema y el tiempo que estemos dispuestos a dedicarle sentados ante la pantalla del ordenador.

El mundo se abre y está a nuestra disposición. Una verdadero deleite para enriquecer nuestros conocimientos sobre casi cualquier tema. Una gozada, gratuita y desde el sillón de nuestra casa.


domingo, 22 de junio de 2014

IMPRESIONES



La lectura causa múltiples impresiones en los que disfrutan de ella que son un reflejo de las emociones de las que somos capaces los seres humanos. Están en nuestro catálogo y una forma de hacerlas aflorar es asomarse a las páginas de un libro. En uno de los clubes de lectura en los que participo de forma activa, esto es, leyendo los libros propuestos, se planteó como una actividad adicional un ejercicio de redacción que consistía en escribir unas líneas para cada uno de estos tres interrogantes: ¿por qué leo?, ¿dónde leo? y ¿qué siento cuando leo? No todos respondimos a esa llamada, pero los que lo hicimos dimos una pensada a estas cuestiones resultando unas comunicaciones curiosas y entretenidas, al menos las de los demás. A continuación van las mías.

¿Por qué leo?


«Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas»
Montesquieu
Tras casi cincuenta años de lectura de forma más o menos regular, nunca me había planteado hasta ahora el por qué leo. Una pregunta que no nos planteamos, que no nos hacemos a nosotros mismos hasta que viene otro y nos la formula. No hay respuesta, o hay muchas. Simplemente, leo. Lo más básico sería decir que me gusta, que disfruto. Siempre hay algo que leer y nunca hay suficientes ratos libres para leer. Y eso es un combate encarnizado contra el aburrimiento, una palabra que no he «disfrutado» a lo largo de mi vida siempre que haya habido algún libro o lectura de otro tipo a la que asomarse.

Aparte de entretenimiento y pasar el rato, leer es mi forma de aprender de una forma práctica aspectos relacionados con el lenguaje, tales como enriquecer mi vocabulario, ver nuevas formas de redactar, asimilar nuevos estilos, pulir determinadas expresiones. Antaño, con los libros en papel, me fijaba en el diseño de las portadas, las contraportadas, las páginas, los tipos de letra, la distribución en capítulos, los índices, las notas al pie, los márgenes. Hogaño, todos estos aspectos han desaparecido prácticamente para mí al ser un incondicional del libro y los lectores electrónicos, por su comodidad y sus enormes posibilidades.

Leer también es una forma de liberarse, de olvidarse del mundo y lo que nos ocurre, de los problemas del día a día dejando volar la mente. Un aspecto fundamental es que no necesitamos a nadie para leer. Es una actividad solitaria, personal, que puedo decidir por mí mismo y no necesito a nadie para llevar a cabo. Puedo estar rodeado de gente, pero mi lectura es mía y solo yo la estoy realizando.

Pero leer tiene para mí un aspecto fundamental en el plano espiritual. Hay un mensaje que el autor nos quiere transmitir y es de buena educación escucharle y agradecérselo. Cuando leo enriquezco mi espíritu, incremento mi tesoro con las sensaciones que me proporcionan los libros solo con solo asomarme a sus páginas y dejarme embrujar por lo que me transmiten. Uno no es igual antes y después de leer un libro, sea este del tipo que sea y te haya gustado o no; sus enseñanzas nos acompañarán el resto de nuestra vida. Algo se modifica por dentro al integrar experiencias anteriores con las nuevas que habrán sido evocadas sin duda tras la lectura. Personas y ambientes desconocidos, reales o imaginarios, han quedado desvelados y puestos a tu disposición de forma que ya forman parte de ti para siempre, pudiendo ser utilizados en tu vida diaria. Incluso alguno de ellos, con el paso del tiempo, traspasarán la frontera entre realidad y ficción haciéndote pensar que han tenido lugar.

Sabiendo leer, no hace falta nada más para abrir un libro. Otras actividades, como hacer punto o resolver sudokus requieren un cierto entrenamiento y aprendizaje, mientras que leer no. Y esto es maravilloso, al poner al alcance de todos miles de mundos por descubrir.

¿Dónde leo?

«Desde que descubrí los libros electrónicos,
cualquier sitio es bueno para leer»

A lo largo de mi vida, mi sitio de lectura han sido los asientos de los transportes públicos. Más de treinta años dedicando entre dos y tres horas diarias al desplazamiento desde mi domicilio al lugar de trabajo han acumulado muchas horas de lectura. Trenes al principio, autobuses después, y siempre el Metro han visto pasar los libros entre mis manos de forma constante. Más de dos horas de lectura diaria han dado para mucho, incluso como parte fundamental para realizar una carrera universitaria. Es cuestión de aprovechar el tiempo.

Ahora, finalizada esa etapa de desplazamientos, los sitios de lectura son variopintos. Todos los posibles, en gran parte debido al desarrollo de las nuevas tecnologías que permiten llevar una biblioteca en tu bolsillo. Los avances en materia de libro y lectores digitales, a los que soy adicto en grado sumo, me facilitan sacar de mi bolsillo el teléfono y ponerme a leer en cuanto dispongo de unos minutos. Esas lecturas rápidas se producen en las esperas, en el coche, en una cafetería, en las salidas del colegio de mi hija, en los prolegómenos de una conferencia o reunión, en la antesala del médico o en multitud de pequeños momentos muertos que surgen a lo largo del día y que son buenos para avanzar en esa lectura que nos traemos entre manos.

En momentos más continuados, los escenarios caen dentro del hogar. Ese cómodo sillón de orejas en un rincón del salón, con luz natural si es posible o con la luz propia de la que dispone el lector electrónico al que soy adicto proporcionan un entorno íntimo en que refugiarse y dejar volar la imaginación. Cuando el libro es en papel, las menos de las veces posibles y porque no hay más remedio, prefiero la mesa con su atril que me permite una posición adecuada del libro sin tener que soportar su peso en mis manos.

Otro sitio en el que tengo muchos momentos de lectura es el baño. Soy lento en mis visitas y la lectura de un libro o revista es siempre un compañero fiel en esta especial habitación, aunque a veces se prolongue la estancia en la misma debido al enfrascamiento que supone la historia en curso. Salvo en operaciones de aseo en las que haya agua de por medio, nunca accedo sin algo de lectura en las manos.

Y por fin, las menos de las veces, la cama antes de conciliar el sueño por las noches. Aquí, en la actualidad, tengo prohibidos los libros en papel por la incomodidad que me supone tras haberme acostumbrado al lector electrónico. Un atril especial que me he fabricado me permite situarlo en la mesilla en una posición cómoda para la lectura sin tener que usar los brazos y las manos, excepto para pasar la página. ¿Para cuando un mando a distancia o reconocimiento de voz para pasar página? El único problema, craso problema, es que el sueño me vence con suma facilidad, incluso por encima de la atracción de la historia en curso, por lo que acabo cayendo en los brazos de Morfeo y el libro apagándose automáticamente al cabo de un rato.

El verano añade nuevos lugares de lectura a los que personalmente me resisto. Pero cuando no me queda más remedio, por presiones familiares, que pasar algunos momentos en la playa o la piscina, donde el agua me sobra y el sol me molesta, la compañía de un libro es fundamental. Consigo abstraerme del bullicio y meterme en la lectura sin mayores problemas.

Y puestos a recordar algún lugar muy especial donde haya leído a lo largo de mi vida, sin duda tendría que elegir la puerta de la tienda de campaña en los numerosos campings que he visitado en épocas pasadas, donde por aquello de madrugar más que mis acompañantes, disponía de unos momentos de paz y lectura en un entorno al aire libre.

En suma, cualquier lugar y momento es bueno para leer ahora que se dispone de medios para hacerlo sin habérselo planteado con anterioridad.

¿Qué siento cuando leo?

«Leo, luego existo»
René Descartes (adaptado)
“Libros, caminos y días dan al hombre sabiduría”
Proverbio árabe
Cuando me hago a mí mismo esta pregunta, me vienen a la mente las primeras escenas de la película no tan infantil de dibujos animados «La bella y la bestia». Bella es la hija del inventor, una chica peculiar, singular, distinta de todos sus convecinos, extravagante porque «nunca deja de leer y cuando lee no se acuerda de comer»; «una muchacha de lo más extraño… que siempre en las nubes suele estar». Por un momento intenta contar al panadero la maravillosa historia que ha leído en el último libro y este le da la espalda. Ella sabe que existe un mundo por descubrir y ver y lo busca afanosamente en la pequeña biblioteca de la aldea a donde se dirige prácticamente a diario. ¿Ha llegado algo nuevo? Pregunta con ingenuidad al bibliotecario, a lo que este le responde: Jejeje… ¿desde ayer? Bella no pierde la sonrisa y se lleva un libro que ya ha leído dos veces con anterioridad porque en él descubrirá «lugares lejanos, aventuras, hechizos mágicos, un príncipe disfrazado…»

Leer es transportarse a otros mundos, otras historias, otros personajes y vivir con ellos sus aventuras, compartir sus emociones y dejarse llevar por la magia de lo que ocurrió, sea real o inventado, ¡qué más da! Cuando leo pongo en marcha mi imaginación de forma involuntaria dando forma cual si de una película se tratara a la historia que me están contando. Las imágenes evocadas por el texto me sitúan en un mundo que solo existe para mí y por el que deambulo como si lo estuviera viviendo en propia persona, bien interaccionando con los personajes, sus emociones y sus historias bien observándolos desde fuera sin participar. La magia es que la historia puede llegar a ocurrir como nosotros hemos previsto o tomar un giro distinto y llevarnos por otros senderos que nos abrirán un mundo de nuevas posibilidades por las que transitar.

Cuando leo me preparo para emocionarme. Para sentir todo el rosario de emociones que los humanos tenemos dentro y que pueden llegar a ser tan intensas como queramos si nos dejamos llevar por nuestra imaginación. Podemos sentir miedo, asco, ternura, alegría, risa y así hasta todas y cada una de las emociones si permitimos que los textos alcancen nuestras fibras sensibles. Es sencillo y muy personal. Solo se trata de dejarse llevar.


Pero fundamentalmente, cuando leo siento que aprendo, que mi tesoro crece y se enriquece, que mi espíritu se alimenta. Desde lo más elemental como pueden ser aspectos de gramática o redacción hasta formas de ver la vida y enfocar las cosas que quedarán sin duda guardados en mi acervo, algunos de forma tan fuerte que, con el paso del tiempo, puedo llegar a tener como ciertos en mi subconsciente y en todo caso formarán parte de mi vida y me harán ver el mundo de otra manera de ahí en adelante.


domingo, 15 de junio de 2014

MILI



Solo las personas con una cierta edad, y especialmente los varones, sabrán a ciencia cierta el alcance y el significado del acrónimo «mili». El significado es «Servicio Militar Obligatorio» y el alcance dependerá de si se ha pasado por ella y las circunstancias que a cada uno le tocó vivir. Mi padre me hablaba de la suya, que tuvo lugar tras la Guerra Civil Española, y que alcanzó una duración de algo más de tres años, repito lo de tres, en un cuartel en el pueblo de Leganés, Madrid, lejos de su casa a la que regresaba en muy contadas ocasiones y con grandes dificultades por los costes del desplazamiento y el regreso que mi abuelo no siempre podía sufragar.

He dicho siempre, y me reafirmo ahora, que se trataba de un secuestro legal, ideado por el Estado bajo el aparente paraguas de formar a los jóvenes en la instrucción militar, técnicas de combate, manejo de las armas y todo lo que se relaciona con el ejército y sus desempeños. Esto era la teoría, porque la práctica, en lo que a mí respecta, discurrió por otros derroteros. En la época en que yo pasé, obligado insisto, por este secuestro, se realizaban dos meses de campamento seguidos de otros doce en un destino. En aquella época hubiera justificado con relativa condescendencia los dos meses de campamento, donde uno tomaba contacto con lo militar, constituyendo una experiencia cuando menos novedosa y entretenida. Bien es verdad que había cosas anexas que no eran de recibo, incluso en aquella época, como todo lo relativo a la comida, el descanso, la higiene, sobre todo la higiene, y ciertas actitudes de los mandos para con los reclutas que rayaban lo permisible. Hago mención a las vueltas y vueltas a la compañía con el muy alto y gratificante encargo de recoger colillas.

Me han venido estos recuerdos a la mente esta semana tras la lectura de un libro impactante titulado «Un paso al frente», escrito por un teniente de complemento, Luis Gonzalo Segura de Oro-Pulido, y que aun tratándose de una novela de ficción, relata con pelos y señales determinados hechos que por lo que se ve siguen ocurriendo hogaño, en una edición corregida y aumentada de lo que pasaba antaño. Como bien dice este teniente, si es que lo es todavía pues en estos días le están montando partes de faltas y juicios y acabarán expulsándole, antiguamente la ciudadanía podía conocer un poco los entresijos y tejemanejes cuarteleros a través de los comentarios de los que habíamos pasado por ellos. Doce meses en el destino, en mi época, dan para «ver» muchas cosas.

El servicio militar no era igual para todos. Los que llegábamos al sorteo podíamos encontrarnos con destinos bastante lejos de casa mientras otros no llegaban a ese sorteo o se escabullían tras él. Un compañero de trabajo, que tenía «padrino» claro está, tras el campamento, pasó todo el tiempo en un destino al que se acercaba los días de diario de 10:00 a 14:00 y vestido de paisano. Si tuvo traje militar lo utilizó para hacerse una foto y tenerlo guardado en el armario. Supongo que esto sería un caso aislado pero habría que ver cuántos de estos casos se producían.

No se puede generalizar, pero solo reconozco haber dado con un verdadero profesional entre todos los mandos de mi cuartel. Se trataba de un teniente de carrera, de academia, al que por cierto machacaba el capitán con cierta frecuencia por querer hacer las cosas medianamente bien. Dada mi condición de cabo primero, a la que me llevaron obligado, tuve bastantes charlas privadas con este teniente, cuyo nombre recuerdo pero no diré, en las que me reconocía que ciertas cosas, muchas cosas, no estaban bien, pero poco o nada se podía hacer para cambiarlas, salvo que te metieras en líos de los que podías salir escaldado. En mi caso, y por poner la cara por un soldado en un hecho flagrante, acabé una semana en el castillo, que menos mal no me computaron al final de la mili, pues más de uno se quedó allí cuando nos licenciamos todos a «recuperar» los días que había pasado en prisión.

Hay cosas que se hacen una vez en la vida y lo que estás deseando es que pasen cuanto antes para dejarlas atrás y olvidarlas. Los recuerdos de esa época, en que se truncaron de forma rotunda mis planteamientos y expectativas laborales, son tan vívidos que parece que los esté viviendo hoy en día. Personas y situaciones permanecen grabadas a fuego en mi memoria cuatro decenas de años después. Muchas de las vicisitudes y peripecias de los personajes del libro comentado, recordemos que es una ficción, coinciden milimétrica y sospechosamente con situaciones reales vividas directamente por mí. No se trata de entrar en detalles, que no hacen falta, pero los que hayan pasado por esto sabrán que muchas de las situaciones comentadas se daban de forma clara y a la vista de todos. Escribí un diario que me hubiera costado grandes disgustos si mis superiores me lo hubieran pillado, y que he extraviado en el último cambio de domicilio, pero no pierdo la esperanza de que aparezca algún día por algún lado; sería casi como una repetición calcada de muchos de los hechos que se dan a conocer en este libro.

Un período de mi vida, sin contar el campamento, que se alargó doce meses sin pisar mi casa salvo en una ocasión con motivo del mes de permiso, y en el que tuve que vivir como pude, contando los días, poniendo buena cara, haciendo los trabajos que se me encomendaban sin rechistar, sufriendo un servilismo que querían equiparar con disciplina, soportando el poder de los mandos que no su autoridad y en suma, conservar la calma y el aplomo ante situaciones que en la vida civil serían insostenibles pero que en aquel recinto cerrado de aquella ciudad más cerrada todavía constituyeron un verdadero calvario en el que aprendí pocas cosas positivas para mi vida. Algún recuerdo que el tiempo ha puesto en su lugar y un par de buenas amistades que todavía cultivo. Desde luego, si hubiera tenido que acudir a un conflicto, en mi unidad y con mis conocimientos, poco hubiera podido aportar de lo que allí aprendí.


domingo, 8 de junio de 2014

CRIPTOGRAFÍA



El miércoles de esta semana me desayunaba con una noticia que, no por esperada cualquier día, me sorprendía y me intranquilizaba. Hace al menos una decena de años que uso este programa de ordenador, TRUECRYPT, para mantener protegidos mis datos más sensibles. Andamos de un lado para otro con dispositivos portátiles, no solo ordenadores, en los que la mayoría de la gente lleva montones de ficheros con la más variada información, mucha de ella personal y delicada, que puede caer en manos de cualquiera a poco que nos roben o nos dejemos el portátil o el teléfono olvidado en cualquier parte. A mí de siempre me ha sorprendido la alegría con la que gran parte de las personas que conozco lleva sus datos desprotegidos y cuando se lo dices se encogen de hombros como diciendo «que quieres que haga» o «nunca pasa nada».

Las noticias sobre el espionaje a que está sometiendo de forma continua y efectiva la NSA norteamericana a muchas personas a nivel mundial parece que no va con nosotros. Seguramente así sea pero esta semana también, operadoras de la talla mundial de Vodafone y similares han reconocido haber colaborado con estas prácticas facilitando información de usuarios, llamadas, horarios, localizaciones y en algunos casos contenidos de decenas de miles de usuarios. La reciente polémica con el arrepentido Snowden, de la que no conocemos prácticamente nada, tampoco parece que haya servido para despertarnos, especialmente a los ciudadanos normales y corrientes con los que parece que no va la cosa. Y la cosa va con todos, pues lo mismo se hace para uno que para un millón, todo es cuestión de los medios y recursos que se destinen a ello.

El cifrado de información choca frontalmente con estas prácticas. Para el espía lo más sencillo es tenerlo todo en claro y perfectamente legible e identificable por programas que hagan el trabajo a toda velocidad. Si estos programas se encuentran con información criptografiada, ya se requiere un poco más de esfuerzo para revelar el contenido real. Y eso no gusta, que un ciudadano normal y corriente tenga datos cifrados no es bueno, porque da problemas al espía y le hace esforzarse más por conocer lo que luego a lo mejor son simples fotografías de la querida o correos electrónicos cruzados con la secretaria del jefe que no revisten mayor importancia a efectos de una investigación.

TRUECRYPT es un programa fácil y sencillo, altamente potente y efectivo, que permite tener a los que lo usamos una cierta sensación de protección. No digo que no haya esa puerta de atrás que todo programador se reserva, o que personas expertas con paciencia y trabajo no puedan llegar a desvelar los datos que tengamos «truecryptados». Pero para el común de los mortales, el acceso a esa información será difícil por no decir imposible. Es evidente que no todo lo que tengamos en nuestro ordenador será tan sensible para tener que codificarlo, pero me pongo en la mente de ese médico o psicólogo que nos recibe en su consulta y teclea nuestros datos y nuestros informes en un ordenador portátil… ¿lleva esos datos protegidos y cifrados? Mucho me temo que en gran parte de los casos no; de hecho ya tienen bastante con ser profesionales en sus cometidos como para además ser expertos en informática. Es lo mismo que cuando aparecían informes médicos en papel tirados en el contenedor de al lado de un hospital pero ahora de forma electrónica.

Programas de cifrado sencillos y potentes son necesarios pero van en contra de aquellos que prefieren tener enfrente un mundo de «borregos» que funcionen todos de la misma manera para tenerlos controlados. La noticia de esta semana es mala y además por lo burda y lo estrambótica nos hace temernos lo peor. Una página web cuidada y con profesionales detrás aparece ahora con una presencia que llama la atención. El mensaje inicial dice, en rojo y sin alegría ni calidad «WARNING: Using TrueCrypt is not secure as it may contain unfixed security issues». El que haya puesto eso no se lo cree ni él. ¡Qué excusa más burda y más tonta! Lo que viene a continuación es para mear y no echar gota; mejor ni comentarlo. Posteriormente y sin que yo llegue a creérmelo, hablaron los desarrolladores de TRUECRYPT diciendo que «era una herramienta desarrollada como complemento a Windows XP. Los sistemas posteriores a él ya vienen con una herramienta de cifrado incluida por defecto, BitLocker. Esta herramienta de cifrado de Microsoft ha sido considerada por el equipo de TrueCrypt como suficiente, por lo que al final han decidido abandonar su proyecto de cara a BitLocker». ¿Una herramienta de cifrado integrada en el sistema operativo de Microsoft? No gracias. Simplemente ¡peligro!

Espero que la última versión de TRUECRYPT existente antes de esta «movida», la 7.1a, siga funcionando por muchos años porque mi intención es seguir como hasta ahora, confiando en los datos de mis ordenadores y de mis copias externas de seguridad debidamente cifrados. Y de paso me pondré las pilas para dotarme de mi propia estructura criptográfica. Antes mucha gente usábamos la misma, TRUECRYPT, lo que derivaba en una cierta y teórica «facilidad de control». Cortada esta posibilidad, los usuarios nos buscaremos la vida y surgirán otras miles que harán más difícil ese control supuestamente pretendido. No se enteran de que poner ventanas al espacio es muy complicado, porque el espacio es casi infinito.