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domingo, 27 de julio de 2014

DESAFECCIÓN



En estos últimos tiempos cambios profundos han afectado a la sociedad española en su conjunto, pero han apretado los cinturones más a unos que a otros, lo cual es lógico y ha sido siempre así. El malestar ha ido in crescendo a raíz de las medidas tomadas por nuestros dirigentes que, como nunca llueve a gusto de todos, no son bien vistas por algunos. La indignación, palabra maldita, ha sacado a más de uno a la calle en protestas y manifestaciones que algunas veces no han transcurrido por cauces de normalidad pero que se han magnificado, interesadamente, para deslegitimar no solo esa forma de protesta sino todo lo demás; que es todo lo demás, pues eso, todo.

Ante ello, nuestros dirigentes se han llenado la boca de decirnos que estamos en democracia y que las legítimas decisiones de la ciudadanía solo es posible expresarlas en las urnas. No han añadido que cada cuatro años y bajo la forma existente de la Ley Electoral, que es una de las cosas que también está en tela de juicio, como otras muchas hoy en día. Un gobierno surgido de las urnas con mayoría absoluta en el Congreso tiene patente de corso para hacer, literalmente, lo que le venga en gana durante los cuatro años siguientes. Y todo funciona mejor si los ciudadanos están calladitos, en su casa viendo la tele o el campo de fútbol viendo dar patadas a un balón.

Pero mira tú por donde que algunos ciudadanos, en número superior a un millón se han aplicado el cuento de que su única forma de expresión democrática son las urnas y en las últimas elecciones celebradas han restado unos cuantos votos a los «dos principales». No han hecho más que seguir las instrucciones que han recibido acerca de cómo debe ser entendida la democracia y como participar en la misma. El resultado ha sido un ligero terremoto en los partidos principales, esos dos, que no han aceptado muy deportivamente el resultado y han puesto todas sus huestes a trabajar de forma torticera para desacreditar a los «nuevos». Esto es un aviso muy serio y ya no dicen que hay que arreglarlo en las urnas, sino que nos recuerdan situaciones de lo más variopinto, entre ellas la de Italia donde la fragmentación de partidos la hacen ingobernable. A ver, que no me entero: hemos de tener muchos partidos para que la democracia sea creíble, pero debemos de votar solo a dos para que la democracia sea viable.

No debemos de extrañarnos pues esto ya era así en la cuna de la democracia, Grecia, donde por lo general dos «familias» estaban en la cumbre, ora unos ora otros. Yo admito perder el poder siempre que lo coja mi alternativo que ya se guardará de no decir ni hacer nada en contra mía porque dentro de un tiempo lo volveré a coger yo y cierre del ciclo. Por eso, migajas aparte, que no se meta nadie más no nos vaya a descuajaringar el invento.

Miedo da pensar que en las siguientes elecciones esta tendencia de desafección con «esos dos» se incremente, cosa bastante posible, y surja un tercero con suficiente fuerza. No quiere esto decir que se nos garantice nada a los ciudadanos, porque pueden pasar muchas cosas, desde que el resultado no sea aceptado deportivamente por los «otros dos», que los nuevos «aprendan» rápidamente a ser como los «otros dos» e incluso les mejoren, que libres de ataduras anteriores se dediquen a trabajar y sobre todo a «remover», que…


En todo caso, los de abajo siempre serán o seremos los perjudicados. Doscientos años de nuestra pasada historia así lo atestiguan. Desde que a principios del siglo XIX los franceses nos invadieron y obtuvieron una respuesta conjunta y rotunda de los ciudadanos españoles me parece que no nos hemos vuelto a poner de acuerdo. Y como ya no nos invaden desde fuera, al menos militarmente, nos dedicamos a buscar diferencias entre nosotros discutiendo por el sexo de los ángeles o cualquier otra zarandaja que se nos ponga a tiro. Y mientras nos despistamos con cosas fútiles, nos van cercenando lo poco que en los últimos tiempos hemos ido ganando y encima nos quieren convencer de que es por nuestro bien. Pintan bastos.




domingo, 20 de julio de 2014

UTILIDAD



«La experiencia es la madre de la ciencia» reza un conocido dicho popular. Una de las fuentes principales del conocimiento humano es la experimentación de situaciones de las que siempre se puede sacar algún aprendizaje que sirva para el futuro. Las experiencias personales suelen fijarse de forma más intensa que las adquiridas por medio de otras personas o fuentes como pueden ser los libros. No aprende lo mismo un niño que no se deben meter los dedos en un enchufe si los mete y recibe un zurriagazo que si sus padres le dicen por activa o por pasiva que no se debe tocar eso por ser peligroso.

En estos tiempos los cambios se producen a enorme velocidad y no dejan de sorprendernos. Las empresas y los investigadores están dándole al cerebelo a todas horas para realizar nuevos descubrimientos que mejoren nuestras vidas y de paso las cuentas de resultados, cuestión lícita si se hacen las cosas por las claras y no mediante engaños, muchas veces auspiciados cuando no fomentados por la legislación vigente, que suele ser confusa para el ciudadano medio.

Pero esta entrada no va de engaños sino de una cuestión muy simple que es aquella de que las cosas no son lo que parecen a primera vista; algo que en un principio nos parece bueno y atractivo puede convertirse en menos bueno cuando nuestro conocimiento en su uso vaya creciendo a base de experiencia. Otro refrán popular reza así: «Al papel y a la mujer hasta el culo le has de ver» para insistir en no ceder a nuestras apreciaciones recogidas en un primer vistazo. Se diría aquello de que todo o casi todo viene con «letra pequeña».

Llevamos años en casa utilizando el clásico rollo de papel de cocina como el que puede verse en la imagen. Antiguamente eran lisos, continuos sin puntos de corte, con otra textura… Con el paso del tiempo y a base de comprar siempre la misma marca en el supermercado uno va notando cambios. Tengo que decir que restringimos su uso al máximo por aquello de la ecología y la tala de arbolitos, una cuestión altamente reñida con la comodidad. De siempre utilizábamos en las comidas servilletas de trapo, aquellas que se meten al finalizar en un aro distinto para cada miembro de la familia de forma que puedan ser reutilizadas en varios días antes de ir a parar a la lavadora, que también supone un gasto de agua más luego de plancha… En ocasiones es difícil valorar un coste y se puede sucumbir a la comodidad con cierta facilidad.

El hecho es que desde hace tiempo utilizamos como servilletas en las comidas este papel de cocina. Hasta hace un tiempo, los micro cortes perforados que vienen de fábrica permitía su corte limpio en cuadrados de aproximadamente 24 x 24 cms., que nos parecían demasiado para su uso, por lo que procedíamos manualmente a partirlos por la mitad para su utilización como servilletas individuales.

Desconozco si alguien del departamento de I+D de la fábrica nos observaba por una cámara oculta en estas operaciones divisorias, pero desde hace unos meses el papel trae una nueva línea de micro cortes justo en el centro entre las anteriores, es decir, que permite obtener trozos de papel de 12 x 24 cms. De forma limpia y perfecta. Pueden observarse en la imagen adjunta las líneas rojas, micro cortes antiguos cada 24 cms. y las nuevas líneas verdes, cada 12 cms.

El primer día que vi esta novedad me llevé una gran alegría, pues es aquello de que al final llega algo que estabas haciendo tú con anterioridad y que en el fondo viene a solucionarte la vida, aunque sea en una tontería como es este caso. Pero la cosa, con el tiempo, no es como parece. Muchas veces nos llegamos al rollo colgado en una pared de la cocina con las manos sucias u ocupadas, intentando disponer de algo con lo que limpiarnos antes de seguir manchando más. Un tirón seco permitía obtener un trozo de los antiguamente normales de 24x24. Ahora, y es mi experiencia continuada, se obtiene uno de 24x36, vamos, que se gasta más papel que antes.

Lo que en principio parecía una ventaja se puede convertir en desventaja y eso no lo sabremos hasta que pase el tiempo y nuestra experiencia de uso vaya asentándose. En el tema de las servilletas hemos mejorado pero en otros usos podemos estar gastando un 50% más de lo debido. Siendo honrado, no creo que sea un estudio premeditado de la empresa fabricante para incrementar el gasto, sino simplemente un daño de los que ahora se llaman «colaterales» y que habrá que minimizar. Ahí queda la experiencia.


sábado, 12 de julio de 2014

LEGADO



No es una cuestión nueva para los seguidores de este blog que cada día que pasa me está fascinando más la Historia, como ya apuntaba hace ahora un par de años, en marzo de 2012, en esta entrada. Un descubrimiento fascinante que me hace tener las antenas atentas y mis lecturas focalizadas en estos temas con lo que relego a un segundo plano otro tipo de lecturas más comunes o de actualidad. Y por aquello de las lagunas, los dos siglos pasados de la historia de España, y más especialmente el XX, atraen poderosamente mi atención a la hora de elegir en que vocablos pongo mis ojos. En estos últimos meses me he acercado un poco a lo que se ha dado en llamar la Transición, leyendo entre otros «El triángulo de la transición” de Ana Romero o «La gran desmemoria» de Pilar Urbano.

Y en estas estábamos cuando hete aquí que, en el periódico local de la zona en la que estoy pasando unas vacaciones, descubro que el no muy lejano ayuntamiento de Torrelavega ha programado unas jornadas bajo el título «El legado de Adolfo Suárez: Transición democrática y futuro constitucional», a celebrar durante cinco días seguidos a las ocho de la tarde. El día en las vacaciones da para mucho y la familia me dio todo tipo de facilidades para escaparme a ellas. No lo hice todos los días, escogiendo las dos conferencias que me parecieron más interesantes, pues no era cosa tampoco de abusar. Elegí la primera y la última por los ponentes, cuya historia indagué un poco en internet y averigüé que se trataba de dos personas que habían vivido en carnes propias y cercanamente aquellos acontecimientos.

La primera de ellas, celebrada el lunes de esta semana, resultó fascinante. El ponente era nada menos que Aurelio Delgado Martín, más conocido por «Lito», cuñado de Adolfo Suárez y que estuvo todo el tiempo en el gabinete de presidencia en un equipo formado por seis personas, otros dos hombres y tres mujeres, una de ellas Carmen Díaz de Rivera, formando lo que pudiéramos denominar la guardia pretoriana del presidente. La semblanza que reflejó a lo largo de su intervención fue la de un hombre entregado a llevar adelante la ingente labor que España necesitaba, luchando contra todo y todos, atacado y cuestionado desde todos los ángulos, rehaciendo todas las estructuras del franquismo que seguían vigentes desde su propio interior, lo que se conoce vulgarmente como hacerse el harakiri. Su estilo y su educación quedaron patentes a lo largo de una excelente y exquisita comunicación que no trato de resumir aquí. Pero me llamó la atención lo que dijo sobre la dimisión que se produjo en 1981, a mitad de una legislatura para la que había sido democráticamente elegido: nadie le presionó, porque no habrían podido hacerlo, primero porque la Constitución no lo contempla y segundo por el propio carácter y personalidad de Adolfo. Una de las razones que más poderosamente le indujo a ello, en opinión actual de Lito, fue la acogida que dio el entonces rey Juan Carlos a multitud de comunicados de todas las fuerzas sociales, políticas y militares en el sentido de que era absolutamente necesario un cambio de gobierno.

La segunda, ayer viernes, estuvo a cargo de José Ramón Saiz, que tituló la conferencia como «Mirada a la transición: ¿revisionismo?». El ponente es periodista y escritor y en aquellas fechas trabajaba en el madrileño diario «Pueblo», una amalgama de todas las tendencias posibles e imposibles, cubriendo la información política y participando y narrando muchos actos del presidente y de la familia real. Dedicó el principal de su charla a una revisión histórica ajustada del devenir de Adolfo Suárez aquellos dos años escasos transcurridos entre la muerte de Franco en noviembre de 1975 y las primeras elecciones del quince de junio 1977, para al final apuntar algunas cuestiones que en su opinión «quedaron mal cerradas». Una de ellas, no podía ser de otra manera, fue la cuestión Autonómica, que estos días se revuelve en Cataluña olvidando interesadamente los pactos de aquellos años y, en un ejercicio de deslealtad, buscando los intereses propios intentando desmembrar España.


Es de sobra sabido que no se deben ni se pueden juzgar hechos pasados con planteamientos y conocimientos actuales. Hoy no tienen sentido esas autonomías uniprovinciales pero, como dijo el ponente, cuando se crearon las Autonomías intentando dar cabida en una habitación pequeña a una jauría de intereses y despropósitos, la distancia entre Santander y León o Asturias era de varias horas y ahora es de poco más de una. También planteó que la educación no debería ser «autonomizable» dejando abiertos unos interrogantes que nos ocuparán los próximos tiempos. Es autor del libro «Adolfo Suárez: la memoria del silencio» al que habrá que asomarse para tener un nuevo punto de vista, periodístico, sobre el tema.


sábado, 5 de julio de 2014

AUTONOMÍ… desemejanzas




Hoy toca volver sobre el recurrente tema de las Autonomías Españolas, un tema que da para mucho a poco que nos pongamos a rascar, porque perjuicios hay muchos y beneficios, materiales me refiero, pocos. Los espirituales no son cuantificables y cada cual tendrá que valorar lo que le merece la pena contestar a un extraterrestre que descienda en su platillo volante y le pregunte en qué país o nación se encuentra. Según puede deducirse de la imagen, la cosa va de aspectos sanitarios, una de las partidas presupuestarias que más «dolor de cabeza» está dando a dirigentes autonómicos y estatales por el alto coste y las implicaciones sociales que se derivan de los tijeretazos que no han tenido, ni parece que vayan a seguir teniendo, ningún pudor en aplicar.

Cuando uno va entrando en años reviste un cierto peligro acudir al médico. Llevaba veinte años sin ir y al aparecer por allí, la incipiente informática avisó al galeno de esta circunstancia, por lo que me conminó a hacerme un análisis rutinario de sangre, hecho que por otra parte no me vendría mal al datar el último de fecha antigua cuando en la empresa realizaban revisiones que primero eran anuales y luego pasaron a ser bianuales. Todo bien, excepto unos índices altos de colesterol, con lo que, como a gran parte de la población española, me recetó una ración diaria de «estatinas» junto con la recomendación de hacer dieta, ejercicio y adelgazamiento para disminuir el riesgo de un ataque cardíaco y un accidente cerebrovascular, que ahora están de moda. Hay que decir que el colesterol es básico para la vida, pero hay que mantenerlo en niveles adecuados para evitar depósitos en las «tuberías» por las que circula la sangre. A tomar la pastillita diaria y nuevo análisis de sangre en unos meses.

Yo no he tomado medicación en mi vida de forma regular, gracias a Dios. Los primeros síntomas que noté al cabo de un par de meses fueron alteraciones en el sueño, durmiendo poco y descansando mal, con despertares frecuentes, cuando toda mi vida había dormido como un lirón y me podía pasar un tren por encima sin que me despertara. Consultado el prospecto de las «estatinas» anunciaba estas alteraciones del sueño como posibles en uno de cada cinco pacientes. Me había tocado posiblemente. Pasado el tiempo y con los nuevos resultados, los índices de colesterol habían bajado aunque todavía no lo suficiente. El facultativo me preguntó si últimamente tenía dolores musculares inespecíficos en diversas partes del cuerpo, a lo que contesté que sí pues era cierto que de forma esporádica cuando no me dolía un músculo me dolía otro. Me contestó que era debido a una elevación desmesurada de los índices de «creatinquinasa [CK]», un efecto secundario de la toma continuada de «estatinas». Ya aviso desde aquí que es mejor no indagar sobre los efectos adversos de estas pastillitas, que mucha gente toma, pues generan o pueden generar según las personas trastornos gastrointestinales, endocrinos, psiquiátricos, musculo esqueléticos, dolores inespecíficos o afectar el sistema nervioso o la piel. Una joyita de medicamento, vamos, e insisto en que muchas muchísimas personas lo tomamos a diario.

¿Solución? No se debe retirar la «estatina» mientras el colesterol siga alto, por lo que me redujo a la mitad la dosis pero me añadió una segunda pastilla, «ezetrol», para controlar los elevados índices de CK. De no estar tomando nada a dos diarias. Y esta segunda pastilla ha provocado un conflicto autonómico en mi economía. Hay que tomar una píldora diaria cuyo costo es, números redondos, dos euros por unidad. Al cabo del mes estamos hablando de sesenta euros, una «pasta gansa». Con la receta médica y los arbitrarios porcentajes que cada Comunidad Autónoma nos aplica a los sufridos pacientes, la cosa se reduce en función de la declaración de la renta que presentamos hace unos años, en los que se puede dar la circunstancia de que teníamos trabajo; pero estamos comprando los medicamentos ahora que no lo tenemos… En fin, diseños de los políticos que no se enteran de que usar la declaración de la renta para diferenciar ciudadanos ante los servicios es una locura y una injusticia, pero ya hablamos de esto en otra entrada y no lo vamos a repetir aquí.

Las «estatinas» son relativamente baratas por lo que muchas veces las he adquirido sin receta para no «emplear» un tiempo precioso en visitar al médico. Pero el «ezetrol» ya es un dineral, por lo que me veía pasando por consulta de forma periódica a solicitar la receta. No sé en otras comunidades autónomas, pero en la de Madrid se está implantando la receta electrónica, de forma que el médico te da de alta en el sistema para un período determinado, mensual, anual o para siempre, y en función de la dosis puedes ir directamente a cualquier farmacia con tu tarjeta sanitaria a comprar el medicamento. Un método moderno y eficaz, que ahorra tiempo al sistema, al médico y al paciente en la realización rutinaria y repetitiva de recetas.

¿Todo bien? No tanto. Supongamos que nos vamos de vacaciones y nos encontramos fuera de la comunidad de Madrid en los días en que se nos acaba el «pienso» y debemos ir a la farmacia a por más. Pues la hemos liado. Si estamos en otra comunidad, el sistema no funciona; si el medicamento es de libre obtención en farmacias, podremos adquirirlo pagando todo su importe religiosamente y en caso de que no lo sea nos tocará ir a un ambulatorio de urgencias o desplazados a contarle al médico de turno nuestra historia y conseguir una receta.

Comunidades Autónomas, funcionamientos desemejantes para el mismo españolito. Con el tiempo quizá se extienda el sistema que ha implantado la de Madrid, que a buen seguro habrá costado sus buenos dineros e inversión en medios humanos e informáticos. ¿Se lo regalará la de Madrid a las otras? ¿Lo hará cada una a su manera y luego verán cómo se interconectan? Al tiempo. Pero si la conceptualización y desarrollo se hubiera hecho a nivel nacional, no digo europeo, nos habríamos ahorrado unos dineros y nos beneficiaríamos todos por igual estuviéramos en Galicia o en Melilla. Una «ventaja» más de las autonomías en el terreno material, que en el espiritual no entramos. Pero solo decir que para que una persona maneje con tino sus sentimientos, el estómago debe estar atendido. De «nacionalidades» no se come ni vive.

Por alusión, hago referencia a la entrada en este blog titulada «AUTONOMÍ… suyas» donde se pormenoriza mi opinión sobre las Autonomías Españolas, un subproducto tipo «café para todos» de la Transición Española de los años 70 del siglo pasado que por estar mal diseñado y peor llevado a la práctica, en mi opinión, nos va a costar muchos dineros y muchos disgustos a medida que vaya pasando el tiempo.