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domingo, 26 de octubre de 2014

ABACEROS



Hacíamos referencia a algún aspecto negativo de esas personas que atienden en las tiendas tras un mostrador en la entrada «Tenderos» de este blog en julio de dos mil trece. También tiene algo que ver con lo que vamos a referir hoy la entrada «obsolescencia» de enero de dos mil once.

Uno de los días de esta semana, mientras estaba trabajando en la oficina con mi ordenador portátil, la pantalla se apagó de repente, quedándose como puede verse en la imagen. El ordenador seguía encendido y al pulsar alguna tecla las luces del disco duro seguían parpadeando, lo que indicaba que estaba encendido. La primera prueba consistió en conectarle a una pantalla externa, donde pude comprobar que el problema era de la pantalla y no del ordenador, que seguía funcionando sin problemas. Fijándome un poco más vi que la pantalla no estaba completamente apagada del todo sino que podía atisbarse su contenido pero de manera difusa y muy leve casi imperceptible.

Recuerdo perfectamente haber adquirido este ordenador en julio de dos mil siete siguiendo las recomendaciones de mi buen amigo Juan en cuanto a marca, procesador, memoria, prestaciones y demás. Sufrí mucho con él debido a que venía con el desafortunado sistema operativo Windows-Vista que me acarreó múltiples dolores de cabeza por sus incompatibilidades con algunas de las aplicaciones que yo tenía para desarrollar mi trabajo. Con emulaciones, horas dedicadas y parches conseguí que aquello trabajara mínimamente. La llegada de Windows 7, que instalé a la carrera, fue una primera salvación que luego se acrecentó hasta el paroxismo cuando cual cirujano le hurgué en las tripas y le sustituí el disco duro convencional por un disco duro SSD: la máquina habíase convertido en un bólido de carreras que funcionaba a mi entera y completa satisfacción.

Cuando un aparato de este tipo, que lleva funcionando varios años, se nos rompe, casi asumimos que ya era su hora, pensamos que hemos estado contentos con él y la inmediata es lanzarlo a la basura y comprar uno nuevo. Ha cumplido su misión y ha fenecido, que le vamos a hacer. Yo le tenía, y le sigo teniendo, mucho cariño porque va como una moto, le tengo configurado a mi gusto, me da el servicio que pretendo y no tenía ganas de meterme en uno nuevo, que vendría ya con Windows 8.1 y lo primero que tendría que hacer es ponerle patas arriba para instalarle Windows 7 y añadir todos los programas y configuraciones y dejarle a mi gusto, en lo que sería una copia clónica del anterior. Estos pensamientos son casi lógicos por aquello de los conceptos actuales de «usar y tirar» avalados por los altos costes de los servicios de reparaciones en los que en muchos casos no admiten «trastos viejos» y recomiendan uno nuevo. Volvemos a aquello de la obsolescencia programada a que hemos hecho referencia al comienzo de esta entrada.

Mi primera recomendación, que yo no seguí, es deambular un poco por internet y sus buscadores a ver que se cuece por la red relativo al problema que hemos tenido. Si lo hubiera hecho otro gallo me hubiera cantado porque lo hice a posterioridad y vi que el asunto no era grave y tenía solución. Pero como el portátil me hace falta para mi trabajo, empecé a buscar en la red modelos y precios en las tiendas habituales en las que compro cacharros informáticos. Estaba casi decidido a comprar uno cuando me dije a mi mismo aquello de que no es bueno tomar decisiones en caliente, respira hondo, piensa un poco y déjalo correr unas horas, que tampoco es cuestión de vida o muerte. Luego pude comprobar que eso me ahorró unos buenos euros y una buenas horas, además de posibilitarme el seguir con mi viejo «trasto» un tiempo más.

Por la tarde me dirigí a una tienda física, concretamente de www.appinformatica.com, con la intención decidida de realizar el pedido de un nuevo portátil que ya había visto en su web. Esta fórmula de web más tienda física es la ideal. Tuve suerte de que estaba allí José Manuel, el abacero o tendero, pues es rara su presencia porque normalmente está por las casas o las empresas arreglando desaguisados, con lo que la tienda está atendida por su mujer. Digo que tuve suerte de que estuviera y me atendiera él, porque cuando le comenté que se me había roto el PC y necesitaba uno nuevo, no se limitó a tramitar el pedido sino que indagó educadamente en el tipo de rotura que había sufrido. 

Cuando se lo conté, me dijo que en principio y sin ver el quipo, tenía toda la pinta de que lo que había fallado era la retroalimentación de la pantalla, cosa lógica debido a la edad del aparato, y que su reparación era sencilla y podría oscilar entre los 35 euros si se hacía con piezas usadas o setenta euros si se utilizaban piezas nuevas siempre y cuando pudieran encontrarse. Me cambió la cara, casi le dejé con la palabra en la boca y me fui a casa corriendo a por el PC para llevársele y que se pusiera manos a la obra.

No había transcurrido una hora cuando me llamó por teléfono confirmándome que la avería era esa, que había localizado una pieza nueva y que si accedía a la reparación con ella la pedía ya mismo y en cuanto la tuviera me la montaba. Al día siguiente, veinticuatro horas después, me llamó de nuevo para decirme que pasara a recoger el aparato, que estaba vivito y coleando de nuevo. Setenta euros que han permitido alargar un tiempo la vida de este viejo amigo al que tanto cariño tengo.

Las comparaciones son odiosas pero podríamos hacer el ejercicio de pensar y comparar hechos si hubiera comprado el ordenador por internet o me hubiera dirigido a una gran superficie de esas que proliferan y que tanto nos gustan en perjuicio de las tiendas y tenderos de toda la vida. En este caso, el abacero, José Manuel, ha perdido la venta de un equipo nuevo aunque ganó el importe de la reparación. No entrando en euro arriba o abajo, lo que sí ha ganado y no se puede valorar en euros es mi profundo reconocimiento por su profesionalidad y el detalle en su atención, casi en perjuicio suyo. Aparte de reconocerlo por escrito en este blog, excuso manifestar lo que recomendaré a amigos o conocidos que me pregunten por cuestiones de compras informáticas. La propaganda masiva funciona, pero el boca a boca es mucho más efectivo, algo de lo que la sociedad moderna no se quiere dar cuenta.



domingo, 19 de octubre de 2014

KAFKIANO



Franz Kafka nació en Praga y es considerado como uno de los escritores más influyentes de literatura mundial. Como nota común en sus escritos, realizados en alemán, el protagonista tiene que hacer frente a un mundo complejo que no alcanza a entender y que lejos de contar con unas mínimas reglas, estas brillan por su ausencia o cuando existen son absolutamente indigeribles. De esto se ha derivado el adjetivo kafkiano utilizado para describir situaciones en las que nos vemos inmersos con creciente desesperación al no poder hacer cosas efectivas para salir de ellas lo antes posible y que por tanto nos generan desazón y cansancio extremos.

Esta semana he vivido una de esas situaciones en carne propia. Todavía no ha acabado pero la voy a referir aquí de forma telegráfica para no cansar al lector, si bien con algunos datos disimulados pero que son tangenciales a la historia.

• En octubre del año pasado, dos mil trece, no se carga en la cuenta corriente en que está domiciliado, desde dos mil cuatro, el recibo de la contribución urbana, actualmente I.B.I. El hecho me pasa desapercibido por no estar especialmente pendiente de una cosa anual y repetitiva que viene funcionando con normalidad desde hace diez años.

• En abril del presente año dos mil catorce, recibimos un apremio procedente de Hacienda por una cantidad extraña como resultado del impago de un recibo. Lo que en principio parecía la clásica multa no bien comunicada por Tráfico, como tiene por costumbre, resultó apuntar tras algunas indagaciones al Ayuntamiento de la localidad donde está la casa cuyo recibo no habíamos satisfecho, cuestión que verifiqué en la cuenta corriente donde no se había cargado ningún importe en las fechas normales, que suele ser a primeros de octubre.

• La cuenta presentó saldo suficiente en esas fechas y no hay constancia de devolución de ningún recibo que hubiera sido presentado al cobro.

• Nos dirigimos al Ayuntamiento a indagar lo ocurrido y allí se lavan las manos diciendo que la competencia para el cobro de recibos la tienen cedida a una empresa que gestiona los recibos de toda la región. Les hago ver que me parece muy bien que cedan los recibos a quién les parezca oportuno pero que los responsables ante mí son ellos y yo no tengo porque dirigirme a ninguna empresa que desconozco, que son ellos los que tienen que hacer las gestiones que procedan e informarme del resultado.

• Ante mi insistencia, que tuvo que ser mucha, hacen una llamada telefónica que da como resultado que «no era el primer caso» y que efectivamente el recibo había sido devuelto por el banco. Tras seguir insistiendo, consigo ponerme al habla telefónicamente con el interlocutor, que tras una lucha encarnizada me dice que no me puede dar datos sensibles por la ley de protección de datos. Le manifiesto que los datos de domiciliación de MI recibo son MIS datos y al final se aviene a decírmelos. Con estupor corroboro que esos datos no son míos, sino que se trata de los de una persona, un banco y una cuenta que me son absolutamente desconocidos.

• Presento ante el ayuntamiento un escrito aportando el justificante sellado de la domiciliación de ese impuesto desde dos mil cuatro y todos los recibos pagados puntualmente en la cuenta especificada.

• Lo estudiarán. Al final el resultado es que «ha fallado la informática» y se ha bailado un número impreciso de números de cuenta que ha afectado a «algunos» recibos. Nunca sabré si fueron uno o ciento.

• Nueva presentación de una reclamación en el ayuntamiento solicitando la devolución del recargo abonado por tratarse de un error de procedimiento suyo. El que se haya equivocado que lo pague. Mencionaré aquí, porque es relevante, que la cantidad cuya devolución solicito es de 26,18 euros, cantidad cobrada como recargo.

• Pasan los meses. Ya casi daba por perdida esa reclamación, cuando me llega una carta oficial de la Recaudación de Hacienda de esta región donde tras contarme el Quijote, parte de Guerra y Paz y el Nuevo Testamento de la Biblia, me dicen que mi demanda ha sido estimada y que van a proceder a la devolución del importe recargado indebidamente.

• Pero para ello, es necesario que les haga llegar un documento denominado «Ficha de tercero», debidamente firmado y, lo que es peor, cumplimentado, donde especifique mis datos y la cuenta bancaria donde proceder a abonar el importe.

• Como decía mi abuela, esto es para mear y no echar gota. Tienen todos mis datos, mi cuenta de cargo, el número de calzoncillos que gasto y me hacen rellenar y enviarles un papel para proceder.

• Relleno la «Ficha de tercero» y descubro que uno de los requerimientos es que el Banco autentique que la cuenta consignada pertenece a la persona que figura en la hoja. Trabajo con un banco por internet, con muy pocas oficinas, por lo que el desplazarse con el papelito a una oficina a que le pongan un sellito es una tarea no baladí.

• Cuando el papelito está debidamente cumplimentado, ja, ja y ja, lo envío por correo certificado a la dirección que me han indicado, Excuso decir que hay que desplazarse a la oficina de Correos, rellenar otro papelito y pagar casi tres euros por el envío certificado, que me permita disponer de un código de seguimiento y tener la certeza y un justificante de que ha llegado a su destino. ¡Más papeles...!

• Pasan los días y recibo una llamada telefónica de la Agencia de Recaudación a la que he mandado la fichita de tercero. Una señora o señorita, menos mal que de forma amable y pidiendo disculpas, dice que la ficha está mal cumplimentada porque falta el IBAN de la cuenta bancaria. Recuerdo perfectamente que no había casilla para este nuevo invento y así se lo hago saber. Se deshace en disculpas por haberme enviado un impreso antiguo y me dice que me envía el nuevo. Con algún esfuerzo consigo facilitarle mi correo electrónico para que me lo envíe por esa vía e intento utilizar la misma para su devolución, pero se me niega en redondo diciendo que el documento va con firmas y sellos y que tiene que ser original.

• Lo malo de esta nueva ficha de tercero, con IBAN, es que hay que pasar por el banco de nuevo para el asunto de autentificar la cuenta. Para no demorar más el asunto me cojo el coche y me desplazo 35 kilómetros hasta la oficina más cercana. Cuando tras una cola de media hora consigo acceder al empleado me dice que no me puede poner el sello porque el nombre que figura no es el mío. Todo el papeleo está a nombre de mi mujer pero le hago ver que la cuenta es indistinta y que yo también figuro en la cuenta.

• No, no y no. Tras mucho tira y afloja, accedo a hablar con un supervisor al que le cuento esta historia de forma sucinta y se apiada de mí: me pone el sellito sin que sirva de precedente y haciéndome ver que eso no se puede hacer por la ley de protección de datos, rataplán, rataplán…

Así estamos en estos momentos. Ahora otra vez ir a Correos, otra cola, otro relleno de papel y otros tres euros de gasto para enviar de nuevo la carta certificada. Esto es el cuento de nunca acabar.

No sé si al final conseguiré ver los euros abonados en mi cuenta. La cuestión es personal y daría igual que fuera un euro o mil el importe solicitado, pero si valoro los gastos que este asunto me está originando en tiempo y dinero de gasolinas, correos y teléfonos, más me hubiera valido no presentar la reclamación de esos veintiséis con dieciocho y haberme estado quietecito. Pleitos tengas y los ganes…

domingo, 12 de octubre de 2014

IMPREVISIÓN



Me hubiera gustado hacer la foto que ilustra esta entrada por mí mismo, pero fue imposible. Ayer se celebró una jornada de puertas abiertas, es un decir, en la base aérea de Torrejón en las cercanías de Madrid con motivo de la celebración del 75 aniversario del Ejército del Aire Español. La foto que ilustra esta entrada la he pedido prestada a mi hijo que fue más previsor que yo y consiguió entrar. Hubiera sido una buena ocasión para buscar en mi archivo analógico en diapositivas o negativos una propia de hace años pero la falta de tiempo no me lo permite.

Tenía un buen recuerdo de un acto de este tipo porque asistí a uno celebrado exactamente el diecisiete de junio de dos mil uno. Puede parecer extraño que recuerde con tanta precisión la fecha pero es debido a que al día siguiente ocurrió un evento familiar de esos que no se olvidan, con lo cual recordar esta fecha tiene truco. Aquel día asistí con mi familia al aeropuerto de Barajas con una invitación para visitar las instalaciones y los hangares y luego como colofón acabamos en la base aérea de Torrejón viendo unas excelentes exhibiciones entre las que recuerdo las evoluciones de la patrulla Águila, los tirabuzones de varios aviones y la siempre impresionante silueta de un avión con capacidad de despegue en vertical, que nos deleitó a los asistentes con diferentes cabriolas a tres metros del suelo, eso sí, bajo un ruido ensordecedor.

Ayer quisimos repetir la jornada, pero fue imposible. Se anunciaban en páginas web diferentes actos similares a los descritos más otros patrocinados por diferentes empresas y organismos. Ya estaba avisado de que podía haber follón pero mis recuerdos de la amplitud de la base y sus aparcamientos me animó a intentar asistir a los actos centrales del día, lo que fue un craso error por mi parte. El dicho de «mal de muchos, consuelo de tontos» acierta de pleno en lo ocurrido ayer. Los actos daban comienzo a las diez pero se podía acceder desde las ocho de la mañana, momento en que los más madrugadores ya estaban allí en busca de posiciones privilegiadas y con sus sillas plegables para mejor aguantar la jornada. Yo me consolaba con que para ver los espectáculos en el aire servía cualquier lugar con tal de mirar para arriba.

Según nos acercábamos a las inmediaciones, los paneles de la M-40 anunciaban colapso en la zona y recomendaban tomar las autopistas de peaje. Así, de forma general, sin preguntarte donde ibas. Abandonar la M-40 para acceder A-2 fue una tarea ímproba: el atasco a esa hora era monumental aunque no se sabía por qué podía estar motivado, pues en los paneles no se informaba de la causa. Mientras avanzábamos pasito a pasito los paneles cambiaron y empezaron a informar de que el aparcamiento de la base estaba lleno. Tras ello no tenía sentido seguir intentando acceder a los actos y en el primer desvío nos dimos la vuelta y dedicamos la mañana a pasear por el parque de El Capricho, una belleza no de todos conocida. Pero hete aquí que lo de «aparcamiento lleno» era mentira… Se me ocurrió mirar twitter, esa fuente fiable por lo general de información directa de los usuarios y encontré el siguiente tweet entre otros muchos con fotografías y referencias al acto


Me llamó la atención lo de «parking de sobra». ¿No habíamos quedado que estaba lleno según los paneles informativos? Mandé un «trino» a este usuario mostrándole mi extrañeza y sin haber reparado en lo «pésimo acceso» y amablemente me contestó con lo siguiente


Con esto estaba todo claro. Lo de aparcamiento lleno era una «mentirijilla piadosa» para que nos diéramos la vuelta ipso facto el mayor número posible de automovilistas y descongestionáramos el monumental follón que se había preparado. Si hubieran informado de lo que realmente estaba ocurriendo, «problemas de acceso», muy probablemente no nos hubiéramos dado la vuelta y hubiéramos aguantado estoicamente.

Reconozco mi falta de previsión, mi falta de información, el no haber hecho caso a mi hijo y o bien haber madrugado o bien desistido de asistir. Pero con independencia de todo ello, no se me podrá negar que la organización del acto dejó mucho que desear y desde luego consiguió que miles de automovilistas quedaran atrapados, no sólo los que iban al acto sino los que intentaban transitar por allí un sábado para ir al aeropuerto o a comer a Alcalá de Henares con su familia. Y además, como es mi caso, algunos tuvieron que soportar la desilusión de sus hijos que se habían hecho a la idea de presenciar una bonita demostración de aviones y helicópteros, un tema que atrae la atención de chicos y grandes por su vistosidad y que no siempre se tiene oportunidad de presenciar.

Con esto de que todas las personas valen para cualquier cosa, se pone a un profesor a ejercer de director de instituto en vez de impartir sus clases de matemáticas, a un médico a dirigir administrativamente un hospital en vez de operar de varices a sus pacientes, a un constructor a ejercer de alcalde de cualquier municipio, o ya por extensión, a cualquier indocumentado a ejercer de ministro, presidente de una comunidad autónoma o consejero de lo que haga falta. Vale todo. A mí me gustaría tener un cambio de impresiones con la persona que organizó en última instancia todo lo de ayer para ver si aquello estaba bien meditado y no había forma humana de hacerlo de otra manera o simplemente fue una metedura de pata de miles y miles de ciudadanos que somos unos imprevisores y unos «viva la virgen» y no nos enteramos de cómo hay que deambular por este mundo.

Pero como dice mi buen amigo Félix, los hechos son los hechos. Es indudable que ayer hubo un follón automovilístico en la zona, ergo algo estuvo mal planteado y mal organizado. Y si no que se lo digan a unos cuantos que perdieron sus vuelos en el aeropuerto por este asunto.

Me consuela que según dicen las crónicas en los medios, alrededor de 200.000 personas asistieron al evento. Como aquello de contar se me da muy mal… ya serían menos.

sábado, 4 de octubre de 2014

CHORIZOS



Y no de Cantimpalos o La Alberca, que están muy ricos. Una de las ventajas que tiene esto de juntar periódicamente unas palabras en un blog es la visita al diccionario de la lengua, una tarea entretenida e enriquecedora, en la que siempre se puede descubrir y aprender algo. En un primer momento la acepción número siete del diccionario oficial disponible en la red habla en el apartado de chorizo de «persona tonta y boba», definición que no es muy aplicable a una relación de casi un centenar de aprendices de próceres que se lo han estado llevando crudo y sin control en los últimos años. Un poco más adelante, una nueva descripción habla de «ratero, descuidero, ladronzuelo» que ya podría ser aplicable aunque no en ese formato sino con mayúsculas, no sé si con premeditación pero sí con bastante alevosía.

La noticia de esta primera semana de octubre de 2014 en todos los medios es el asunto de unas tarjetas negras que manejaban con desparpajo y maestría una serie de señores que rondaban por las altas esferas de esa empresa que fundara el Padre Piquer hace más de trescientos años, el Monte de Piedad de Madrid, y que unos desalmados rateros se han cargado en cuatro días con sus prácticas más que reprobables, algunas de las cuales se van conociendo con cuentagotas y otras muchas más que habrá por ahí y que nunca se llegarán a conocer. 

La bilirrubina se me sube a límites peligrosos. Laboré en esa Caja de Ahorros cerca de veinte años, entre 1972 y 1991. Eran otros tiempos y se hacían las cosas de otra manera, pero ya cuando me marché ciertas prácticas no demasiado éticas empezaban a anidar en los aleros de la Entidad. Varios integrantes de esa lista que luego detallaré fueron compañeros míos, aunque alguno que me consta ha estado muy cerca del capo Miguelito echo en falta, pero hay que ver cómo han progresado los condenados. Uno de ellos comenzó a prestar sus servicios como se decía entonces cuando yo me marchaba; ha aprovechado bien estos años. Pero luego volveré sobre esto, antes una pequeña historia. 

Allá a mediados de los ochenta, lo que se conoce ahora como planes de pensiones tenían un tratamiento muy opaco y por supuesto interno. Un «asunto interno» que se dice, en el que por lo general los empleados confiábamos porque la empresa y sus dirigentes eran serios y honrados. Como se dice ahora, pondríamos la mano en el fuego por ellos y era un honor decir con orgullo la empresa en la que trabajabas. El montante existente llegó a ser abundante y a algún sesudo pensante se le ocurrió que no era necesario acumular tanto y empezó a ventilar el cajón en forma de unos viajes premio más que estupendísimos para aquellos empleados que a juicio de sus jefes lo merecieran por su desempeño y dedicación. Los pelotas —acepción doce del diccionario— estaban de enhorabuena y algunos de ellos llegaron a viajar al extranjero en viajes de cuatro días «a todo tren». Ahora que ya soy malpensado, pienso que alguien trincaría de alguna forma, bien directamente o a través de la agencia de viajes contratada para diseñar y llevar a cabo esos viajes de verdadero lujo y opulencia. 

Cuando algunos compañeros habían viajado dos y tres veces, mi jefe se acordó de mí y me inscribió en la lista. La primera vez conseguí rechazar mi participación alegando que no podía ir por razones familiares. Esta misma razón mosqueó a la señorita de personal, todavía no de recursos humanos, que elevó una queja a mi irresponsable en el sentido de que parecía que me negaba. Me negué a renunciar por escrito a una cosa tangencial a mi trabajo y a mi relación laboral y tuve que aclararle que yo me iba de viaje cuando me daba la gana a mí, con mi dinero si lo tenía y mis planteamientos y sobre todo con quién o quienes me diera la gana. Bastante soportaba a algunos en horario laboral como para tener que reírles las gracias en un viaje. Es de justicia de decir que algunos compañeros, que hasta donde yo sé se cuentan con los dedos de una mano, rechazaron igualmente aquellos viajes. Algún día contaré los problemas que tuve la única vez en mi vida que quisieron darme un «sobre» y lo intenté rechazar, teniendo que admitirlo al final bajo muy altas presiones aunque alguna organización benéfica se alegró de ello, concretamente Cáritas. 

No suena ya aquello del 15M pero la indignación en la población es cada vez mayor. Uno de los eslóganes que se usaron en aquellas manifestaciones de hace unos años se me quedó grabado: «No hay pan para tanto chorizo». No son cuatro gatos, son legión los que se apuntan a aquello de «póngaseme donde haya, que ya me encargo yo de cogerlo». La lista publicada esta semana en los medios, que puede consultarse con detalle en esta entrada por el tiempo que esté disponible, arroja unos hechos que no quiero calificar como de juzgado de guardia, porque tengo claro que las leyes están para los que voluntariamente las quieran cumplir. También este vídeo en youtube establece unas comparaciones muy jugosas en sus dos minutos escasos de duración. Estos ladrones de guante blanco, trajeados, encorbatados y encochados, manifiestan sin rubor que ellos no hacían nada gastándose los cuartos en sus caprichos personales y que el problema es de la Caja que no hacía las declaraciones al fisco, que ellos sólo tenían que preocuparse de comprarse lo que les apeteciera, de darse los viajes a todo gas y comer de vez en cuando en alguna tasca un menú de 10 euros al que muchos españoles no llegan hoy en día y se comen la tartera sentados en la acera de la puerta de su empresa. 

No sé si me gustaría tener alguna charla con alguno de los presentes en la lista a los que conozco, conocía, no solo a ellos sino también sus familias y sus casas. No estoy hablando del capo Miguel y su cohorte de aduladores agradecidos comprados a base de estas prácticas sino de personas que en otra época fueron normales, trabajadoras y que ahora veo en la lista que con sueldos anuales de cerca de 600.000 euros no hayan tenido bastante y en estos diez años hayan añadido 276.000 más para «gastillos y caprichejos». Algunas, muchas, personas van necesitar toda una vida de trabajo para ganar lo que este sujeto concreto al que me estoy refiriendo se llevaba en un año y al parecer no tenía bastante. 

La condición humana no tiene parangón posible. Cuando las personas no tenemos lo que hay que tener, honradez y cabalía, no hay leyes que nos hagan entrar en razón; aquello de si robas mil euros tendrás un problema pero si robas mil millones el problema lo tendrán los otros intentando tocarte las narices mientras te partes de risa desde tu atalaya. ¿A que sí, Miguelito?