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sábado, 30 de mayo de 2015

DICHOS




Ya está, pasaron y benditas vayan las elecciones municipales y autonómicas que tuvieron lugar el domingo pasado y que han dejado esto que no hay quién lo reconozca. Los que han ganado, eso dicen, no las tienen todas consigo y los que llegan nuevos tienen un mundo por delante al que enfrentarse, que hasta el rabo todo es toro. Y ya que nos ponemos a «refranear», vocablo incorrecto por el momento, me he dado una vuelta en clave política por el libro titulado «Diccionario de refranes» de Luis Junceda, haciendo una lectura rápida y seleccionando aquellos que me ha parecido que podían tener algo que ver o podían ser aplicables al mundillo que rodea a la política y los políticos. Los refranes, sentencias contundentes de la sabiduría popular, tienen sus interpretaciones y aplicaciones a diversas situaciones, así que mis criterios de selección son míos y pueden no estar en sintonía con los de cualesquiera.

He seleccionado ciento sesenta, con mejor o peor criterio, tratando de escoger entre todos ellos uno que mayormente reflejara lo vivido en estos últimos días. Tarea difícil, pues en una primera pasada me quedaron veintisiete. Pero como por alguno había que decidirse, dejando traslucir algo de mi personalidad pícara, el que pueden ver en la imagen ha sido el que se ha llevado la palma. No nació con un trasfondo de aplicación a contextos políticos, pero quién sabe, a mí me parece que algo de ello hay.

A continuación la lista de los seleccionados, sin ningún orden ni concierto, excepto que los primeros han sido los seleccionados en una primera instancia; cortesía para aquellos lectores faltos de tiempo que no quieran leerlos todos. Muchos de ellos son generales y conocidos, otros no tanto, y su aplicación al mundillo de la política y los políticos es dependiente en gran medida de los pensamientos de cada uno. Habría mucho que discutir, pero ahí quedan.

Nadie diga de esta agua no beberé.
Ahora que tengo potro pongo la vista en otro.
Bien barre la escoba nueva, pero pronto se hará vieja.
Tres españoles, cuatro opiniones.
Al alzar de los manteles, haremos cuentas y pagaredes.
Calumnia, que algo queda.
Quien quiera saber lo que vale un potro, venda el suyo y compre otro.
Al que yerra, perdónale una vez, más no después.
Aunque duela, salga la muela.
Quién amaga y no da, miedo ha.
Malos reyes, muchas leyes.
No mires quién te lo dice, sino lo que se te dice.
Alcalde de aldea, el que quiera que lo sea.
Quién con un cojo pasea, al año cojea.
¿Quieres ser muy conocido? Pues mete ruido.
Perdones hacen ladrones.
No hay cosa escondida que al cabo del tiempo no sea bien sabida.
No apruebes hasta que pruebes.
Nunca faltan rogadores para putos y malhechores.
Tanto decís que creo que mentís.
Quién de traidores se fía, lo sentirá algún día.
Parlamento, charlamento; cuanto allí se habla se lo lleva el viento.
No quiero, no quiero, pero échamelo en el sombrero.
Más enseñan los desengaños que los años.
Nada sabes si no saben que lo sabes.
Unos dicen lo que saben y otros saben lo que dicen.
Quién tiene el tejado de vidrio no lance piedras al de su vecino.
En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso.
Entre bellacos, virtud es el engaño.
Piensa el ladrón que todos son de su condición.
Primero yo, después yo, y siempre yo.
Quién malas mañas ha, tarde o nunca las perderá.
Quién más tiene más quiere.
Quién un mal hábito adquiere, esclavo de él vive y muere.
Reprende vicios ajenos quién está lleno de ellos.
Ruin habilidad, meter mentira para sacar verdad.
El truhan y charlatán, mintiendo ganan el pan.
Al agradecido, más de lo pedido.
Bien predica Fray Ejemplo, sin alborotar el templo.
Una cosa es predicar y otra dar trigo.
Amigo reconciliado, enemigo doblado.
Quién tiene dineros tiene compañeros.
Viose el perro en bragas y no conoció a su compañero.
Cuando quise, no quisiste; y cuando quieres, no quiero.
Jefes y burros viejos, lo más lejos.
A galgo viejo, echadle liebre, no conejo.
A perro viejo, no hay tus tus.
Jaula abierta, pájaro muerto.
Mal ladra el perro cuando ladra de miedo.
Por la boca muere el pez.
¡Y vuelta la burra al trigo!
Las zorras de mi lugar son como las de los demás.
Antes son mis dientes que mis parientes.
La avaricia rompe el saco.
El pan, pan; y el vino, vino.
Mudanza de tiempo, bordón de necios.
En la iglesia manda Dios y en el campo los pastores.
El que no es para estudiar, dedíquese a arar.
A las doce, el que no tenga pan, que retoce.
Dame pan y dime tonto.
De paja o heno, el pancho lleno.
Los duelos con pan son menos.
Hay más días que longanizas.
Menos mantel y más que comer.
Ni amigo reconciliado ni asado recalentado.
A camino largo, paso corto.
A lo hecho no hay remedio; y a lo por hacer, consejo.
A palabras torcidas, respuestas derechas.
A quién lo quiere celeste, que le cueste.
Antes que acabes no te alabes.
Cada uno cobre según lo que obre.
Consejos vendo, que para mí, no tengo.
Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon la tuyas a remojar.
Del dicho al hecho hay largo trecho.
Hacer bien a gente ruin, buen principio y mal fin.
Lo mejor de los dados es no jugarlos.
Manzana podrida pierde a su compañía.
Más vale prevenir que curar.
Más vale tarde que nunca.
Más vale un «toma» que dos «te daré».
Ninguno que tenga nariz llame a otro mocoso.
No te cases con tu voto, mira lo que dice el otro.
Las palabras y las piedras sueltas no tienen vuelta.
Por dónde se peca, se paga.
Quién del pez huye, contra si arguye.
Quién hace mal, que espere otro mal.
Quién mucho habla, mucho yerra.
Quién mucho te alaba, te la clava.
Quién siembra vientos recoge tempestades.
Quién te engríe, de ti se ríe.
Si conoces que vas perdido, muda consejo y camino.
Siéntate en tu lugar y así no te han de levantar.
A dineros pagados, brazos quebrados.
A la bolsa sin dinero, dígole cuero.
Administrador que administra y enfermo que se enjuaga, algo traga.
Caridad con trompeta, no me peta.
Costumbres y dineros hacen a los hijos caballeros.
Compra con el rumor y vende con la noticia.
Dinero bien huele, salga de donde saliere.
Donde hay saca y nunca pon, pronto se acaba el bolsón.
No hay tal compañero como el dinero.
De los amigos me guarde Dios, que de los enemigos ya me guardo yo.
Puta la madre, puta la hija y puta la manta que las cobija.
Haga el hombre lo que debe y venga lo que viniere.
Hombre ruin, más ruin cuanto más din.
Oficio de concejo, hora sin provecho.
Una ola nunca viene sola.
Hoy casamiento y mañana cansamiento.
Caga el rey, caga el papa; sin cagar nadie se escapa.
Como se vive se muere.
Por grande que sea el barco, se lo traga el charco.
Al mejor cazador se le escapa la liebre.
Arrieros somos y en el camino nos encontraremos.
Ayer vaquero y hoy caballero.
Maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela.
Ni al rico debas ni al pobre prometas.
Agua pasada no mueve molino.
Cada cual en su corral.
Confianza sin tasa empobrecerá tu casa.
Juega con el macaco pero no le tires de la cola.
Ni todo se ha de callar ni todo se ha de hablar.
Quién promete en deuda se mete.
El español da tiza después que pifia.
Lo que natura non da, Salamanca non presta.
No se ganó Zamora en una hora.
Quién lengua ha, a Roma va.
Quién necio es en su villa, necio es en Castilla.
Quién se fue a Sevilla perdió su silla.
Salir de Guatemala y entrar en Guatepeor.
La tierra de Jauja, donde se come, se bebe y no se trabaja.
El abad, de lo que canta, yanta.
¡Fíate de la Virgen y no corras!
Con un mucho y dos poquitos se hacen los hombres ricos.
Haz rico a un asno y pasará por sabio.
¿A mí con esas cañas, que soy el rey de las castañas?
Buen calamar, en todos los mares sabe nadar.
Cagajones y membrillos, todos amarillos.
La experiencia es la madre de la ciencia.
Nadie nace enseñado si no es a llorar.
No aprovecha lo comido, sino lo digerido.
Para aprender es menester padecer.
Unos saben lo que hacen y otros hacen lo que saben.
Nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena.
Tres santas y un honrado traen al pueblo agobiado.
A tu casa no venga quién ojos tenga.
Cenizas no levantan llama.
Quién se tira de la barba solo a sí se engaña.
Al almendro y al villano, con el palo en la mano.
Mal hace quién nada hace.
Nunca faltan rogadores para putos y malhechores.
Qué bueno es no hacer nada, y luego descansar.
Quién ruin es en su casa, ruin es en la plaza.
Tan mala memoria tengo que, si te vi, no me acuerdo.
Ciegos y mancos, todos santos.
En boca del discreto, lo público es secreto.
La ingratitud embota la virtud.
No basta con ser bueno, hay que parecerlo.
Pronto y bien, rara vez se ven.
Quién guarda, halla.
Todo se pega menos lo bonito.


sábado, 23 de mayo de 2015

MutuaMadrileñaAutomovilista



Transcurrían los primeros años de la década de los setenta del siglo pasado cuando tras un año de trabajo me encontré con posibilidades de adquirir mi primer coche, un Seat 127 que costaba por aquel entonces poco más de cien mil de las antiguas pesetas, si los recuerdos no me traicionan. Una de las cosas fundamentales en este asunto es la contratación de un seguro, obligatorio por otra parte, aunque ahora más de uno circula sin él a pesar de los esfuerzos de los estamentos oficiales en detectar, sancionar e inmovilizar a los infractores. Nunca ha sido esto más fácil con el desarrollo de la informática, pero parece que no se quiere o no se dedican los esfuerzos suficientes a localizar a estos desalmados que transitan por las carreteras y calles españolas sin un seguro en vigor que cubra al menos los daños a terceras personas. La Dirección General de Tráfico, un estamento oficial, tiene registrado el parque móvil con permiso de circulación en activo, con los vehículos identificados en cuanto a sus propietarios. Las compañías de seguros, no sé si están obligadas, deberían comunicar a Tráfico los pormenores de las pólizas en vigor referidas a vehículos: un programa informático sencillo que case estas dos informaciones y… «voilá», detectados los vehículos con capacidad de poder circular y sin seguro: a por ellos. Es de suponer que en la realidad no es tan fácil aunque en mi modesto pensar lo que pasa es que además de no dedicarse suficientes esfuerzos a ello, las penas por no cumplir la normativa no son lo suficientemente contundentes para disuadir a los infractores.

Como me ocurre de vez en cuando, me he ido por las ramas. Volviendo al tema de los seguros, se trataba de la compra de primer coche y yo no tenía referencias de ninguna compañía, pues en la familia mi padre no tuvo nunca coche. La primera recomendación vino del entonces mi jefe; laboraba yo en una oficina de la extinta o transformada Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid y él me recomendó que sin ninguna duda contratara el seguro de mi flamante coche nuevo con una empresa llamada Mutua Madrileña Automovilista, una especie de cooperativa dedicada por entonces a facilitar este asunto entre sus clientes, sus mutualistas. Era necesario que te presentara un mutualista y fue él mismo, Carlos García Rubiales, el que me avaló e incluso me acompañó personalmente a las antiguas oficinas de la calle Almagro de Madrid a contratar el primer seguro de automóvil de mi vida.

Han pasado más de cuarenta años de aquello, han pasado varios coches por mis manos y pies y nunca he tenido el más mínimo problema, además de que pienso, aunque no lo he verificado, que el precio del seguro es de los más ajustados sino el más bajo entre las compañías aseguradoras del panorama nacional, pues a medida que pasa el tiempo la cuota anual se va bonificando. Bien es verdad que el número de partes por siniestro que he dado a lo largo de mi vida han sido pocos y por lo general de cuestiones menores en cuanto a pequeños golpes de chapa, rotura de lunas y cuestiones por el estilo, vamos, que creo que he sido un cliente rentable para esta compañía.

Ayer cambié de coche, lo que implicaba un cambio en la póliza. Pensaba ir personalmente a las oficinas cuando el propio vendedor del coche nuevo me disuadió de hacerlo, recomendándome realizarlo por teléfono cómodamente desde casa, sin tener que llamar a un maldito «902». No soy muy dado a realizar estas cuestiones, que además se hacen pocas veces en la vida, por teléfono, porque uno está más que asqueado de aquello de «todos nuestros operadores están ocupados, espere» y lindezas por el estilo. Al final me convenció y me alegro mucho de ello.

Inicié la llamada poco antes de las nueve de la mañana. Tras unas directrices de indicar mediante el teclado numérico la gestión que quería realizar y facilitar mi DNI a través del mismo, en menos de un minuto de espera una más que amable operadora, de nombre Mónica, me dijo aquello de «buenos días, sr. xxxxxx, ¿en qué puedo ayudarle?. En pocos minutos pasé mi coche antiguo a la póliza antigua de mi hijo y actualicé el vehículo nuevo en la mía. Pero no solo eso, antes de finalizar la conversación tenía en mi correo electrónico el documento oficial de la compañía certificando que mi coche nuevo estaba asegurado y listo para circular. Una maravilla. Y no me hicieron la encuesta para calificar la atención porque saben que no es necesaria dado que sus operadores funcionan a las mil maravillas.

La cosa es que en estos más de cuarenta años de mutualista, algo más que cliente, en los que las cosas han cambiado mucho, la atención ha sido siempre exquisita, sin ningún problema en cambios de pólizas, partes, arreglos del coche: todo bien o mejor que bien, excelente. Además, dada mi antigüedad, dispongo de una tarjeta «platino» que me permite realizar otras gestiones, algunas de ellas gratuitas, como por ejemplo los trámites para la renovación del carnet de conducir que son un pequeño problema y coste para los automovilistas. Y por si fuera poco, la empresa se ha diversificado y ampliado sus coberturas a otros tipos de seguro como vida, vivienda y demás. Es justo mencionar también a su fundación, Fundación Mutua, que patrocina numerosos actos culturales, conferencias, conciertos musicales, etc. etc. de forma gratuita y con un nivel de calidad altísimo del que puedo dar fe al asistir con regularidad a alguno de los actos patrocinados siempre que me es posible. El magnífico auditorio de su flamante edificio sito ahora en el Paseo de la Castellana de Madrid merece la pena aunque sea solo verlo.

Es irrelevante con el asunto central de este tema, pero aprovecho para comentar un hecho curioso: el coche nuevo es el mismo modelo de la misma marca que el anterior, con las mismas características y niveles de equipamiento, eso sí, actualizado y remodelado tras diez años. Pero lo curiosos es el precio: me ha costado, insisto que tras diez años, dos mil cien euros menos que el anterior, de 18.800 que costó antaño a los 16.700 de hogaño. Con ello uno puede pensar que ahora los regalan o que antes se pasaban en los precios. La evolución y la competencia tienen estas cosas. Y como consecuencia de esto, al actualizar la póliza del seguro encima me ha abonado ciento y pico euros. Alguna alegría tenía que tener el pobre que ve como mes tras mes sus salarios, cuando los tiene, son mermados a pasos agigantados.

Y ya como colofón, si esta empresa de nombre Mutua Madrileña Automovilista funciona así de bien y desde hace tanto tiempo, como es que «otras», con mucha más capacidad y potencia, funcionan cada vez peor en sus atenciones telefónicas, en sus trámites en oficinas, en muchas otras cosas… ¿será que sus dirigentes tienen algunos fines crematísticos o espurios más importantes a los que dedicar sus esfuerzos que a mejorar el servicio prestado a sus clientes?, porque si no, no me lo explico. Cada cual que saque sus conclusiones pero ya me gustaría que muchos estamentos oficiales y privados se imbuyeran del espíritu que parece presidir esta compañía desde hace décadas en la que el servicio y la atención a los clientes es su primera razón de ser. No dudo que tendrá sus entresijos y habrá quién la critique, por ejemplo, por gastar sus dineros en organizar torneos de tenis, pero en mi caso… chapó. Otros patrocinan carreras de coches o partidos de fútbol y no funcionan tan bien, aunque, como todo, esto es opinable. 


sábado, 16 de mayo de 2015

15-M





Se cumplen ahora cuatro años desde que surgieron en España aquellas manifestaciones de indignación en las que la población se rebelaba contra las formas de hacer de nuestros dirigentes políticos. Las muchas manifestaciones ocurridas en toda la geografía nacional acabaron en acampadas populares en muchas plazas emblemáticas de las principales ciudades españolas. La más emblemática de todas por su trascendencia fue la ocurrida en Madrid, en la mismísima Puerta del Sol, que se mantuvo bastante tiempo y de la que es una muestra la imagen que acompaña a esta entrada.

En principio, y aunque es muy difícil su desligamiento, aquello nació de forma apolítica. Estaban muy cerca, como ahora, unas elecciones autonómicas y municipales pero en ningún momento, al menos en sus inicios y en su esencia, se pretendieron consignas políticas ni que el movimiento se concretase en ningún partido o formación capaz de concurrir a las inminentes elecciones. Se trataba de un movimiento de ciudadanos, hartos de todo y de todos, que se rebelaba contra una situación que deterioraba la convivencia y que ponía en peligro el futuro social en todos los ámbitos.

Como ocurre en este tipo de manifestaciones públicas, los intereses son diversos y cada cual tiene los suyos. También están las formas y tengo que decir que si bien simpatizaba con las ideas no me parecieron adecuadas muchas de las formas empleadas en materializarlas. Hubo algunas manifestaciones que trataron de ser pacíficas pero que acabaron en alguna ocasión con palos y carreras, aunque nunca sabremos si quienes las provocaron fueron las propias fuerzas de seguridad del estado, como quedó demostrado en el caso de Barcelona, en donde los manifestantes grabaron vídeos identificando a los alborotadores y provocadores que tenían toda la pinta, como así quedó demostrado al menos para mí, que eran integrantes de las fuerzas de seguridad del estado y sus propios compañeros uniformados tuvieron que acudir en su rescate ante el acorralamiento al que los sometieron los manifestantes.

Como digo, formas aparte que no siempre son adecuadas al gusto de cada uno, la esencia del fondo de la cuestión estaba clara: indignación a raudales con lo que estaba sucediendo. Han pasado cuatro años y … nada ha cambiado, más de lo mismo, corrupción por todos lados en el mundo de la política y de la gran empresa, empobrecimiento en general de grandes sectores de la población, deterioro sistematizado y generalizado de los servicios públicos y especialmente los de índole social. Pero los españolitos seguimos «tirando» y según nos quieren hacer creer «viviendo muy bien y por encima de nuestras posibilidades». Parece que ahora España repunta en términos de estudios económicos, pero eso no se traduce en términos reales en los muchos parados y en los que sin estarlo, sufren en trabajos basura, mínimamente retribuidos, sin ninguna garantía de futuro y, lo que es peor, sufriendo todo tipo de abusos por parte de los empresarios con la amenaza del despido a la mínima, que al menos antes no era gratis pero ahora casi casi.

Los motivos básicos de la indignación se mantienen en mi opinión, no sé si modesta. Han pasado cuatro años, ha habido un cambio del gobierno de la nación, que ha hecho lo que ha podido y, fundamentalmente, lo que ha querido dada su mayoría absoluta. Las manifestaciones que fueron in crescendo y que adquirieron cierto grado de violencia nunca sabremos debido a qué, han sido reguladas por una «ley mordaza» que poco más o menos te conmina a quedarte en casita. Nuestros políticos se llenaron la boca de decirnos que para manifestar nuestra opinión tenemos las urnas cada cuatro años, que la democracia es eso, ir a votar cada cuatro años y aguantarnos a continuación. Una frase interesante, con cierto alcance y que se convirtió en estrella en las redes sociales fue aquella de «disfruten lo votado». Pues eso hemos hecho, todos, disfrutar de lo votado, lo hayamos votado o no.

Estamos en año electoral, de nuevo. Se han de renovar en pocos días los estamentos municipales y autonómicos —-¿cómo es posible que sigan vivas las autonomías?—y en unos pocos meses los estatales. Algunos de aquellos movimientos de indignación se han concretado en formaciones políticas que concurren a las elecciones, pero… 

Aunque la misión de todos es acercarnos a las urnas a depositar nuestro voto de forma libre, las campañas electorales se encargan, con toda lógica, de intentar mediatizarlo, de las formas más peregrinas y una de ellas es el miedo. Los partidos de toda la vida quieren que vayamos a votar libremente pero que les votemos a ellos, a esos dos que llevan treinta y tantos años en el machito, en cuidada alternancia, y nos meten miedo si se nos ocurre votar a otros a los que acusan de todo tipo de inexperiencias, inexactitudes y nos auguran una catástrofe sin precedentes en caso de que salgan elegidos, porque, resumiendo, no tienen ni idea y les falta la experiencia que ellos si tienen después de tantos años.

Aunque, siendo práctico, yo no espero mucho, tras ver como partidos con claros signos de corrupción concurren de nuevo a las elecciones y son votados mayoritariamente … Ya lo decía hace cuatro años en este mismo blog con esta frase: «Vayamos adquiriendo todo el “ajo”, “agua” y “resina” del que seamos capaces. Quizá también y perdón por la irreverencia que sugiere, nos venga bien pasar por la farmacia y hacer acopio de vaselina. Mucho me temo que nos va a hacer (seguir haciendo) falta.»


sábado, 9 de mayo de 2015

BELLACOS



Especialmente en estas fechas en las que estamos metidos de lleno en precampañas electorales… ¿se debería cambiar la expresión «mentir como un bellaco» por «mentir como un político»? Y conste de antemano que no voy a meterme en contubernios políticos porque es un asunto que no me merece la pena y en el que no quiero ni perder siquiera un segundo. El adjetivo bellaco hace referencia —según el diccionario oficial— a «una persona mala, ruin, pícara aunque también astuta y sagaz», pero en el diccionario Vox se amplía el significado con «que es malo moralmente y ruin; en especial, que comete delitos: poca valentía demuestran los bellacos que, cual cazadores furtivos, asesinan a ancianos por la espalda, tienden cebos explosivos junto a niños y rematan a las madres en presencia de sus criaturas”. Aplicando estos conceptos a la expresión «mentir como un bellaco» se trataría de una persona que «cuenta grandes mentiras, de una manera cobarde, astuta y sin avergonzarse de hacerlo».

En estos días estoy leyendo, releyendo, un libro con el que he realizado por primera vez una acción en todos mis años de lector empedernido: según he finalizado su lectura he empezado a leerle de nuevo, despacio, sin prisa, saboreando sus frases y sus enseñanzas. Por lo que a mí respecta lo declaro convertido en mi catecismo particular de enseñanzas básicas que todo humano actual debería saber y me comprometo a leerlo al menos una vez al año para disfrutarlo y recordar esos conceptos básicos que todos sabemos pero se nos olvida aplicar a nuestra vida diaria. El autor del libro es Yuval Noah Harari y su título «De animales a dioses (Sapiens). Una breve historia de la humanidad». La inversión de once con treinta y nueve euros realizada en la compra de su versión digital es nimia en relación al placer que me está procurando su lectura. Aunque seguramente volveré con más calma sobre este libro, un resumen rápido del mismo sería que desvela las tonterías ingentes sobre cuestiones básicas que tenemos asumidas los homo sapiens y las pone en su sitio, a las teorías y a los sapiens, en base a cuestiones básicas de antropología y desarrollo.

Pero centrémonos en el tema que nos ocupa. ¿Quién o qué es el banco de Santander? Si atendemos a las explicaciones del libro diríamos que es una simple entelequia, un concepto, eso sí, admitido y mantenido por miles o millones de humanos que le damos contenido a una «cosa» que no existe. Como hacen los seguidores de un club de fútbol o los adeptos a una determinada religión. En el libro se desarrolla este concepto con el ejemplo del «mito Peugeot», un concepto en forma de empresa fundado hace más de cien años que se mantiene, actúa, produce, vende es conocido y utilizado por millones de personas en todo el mundo. No dejen de leerlo, por favor.

Resulta que el banco de Santander, que recordemos tiene presencia enteléquica pero no física, parece por la noticia que miente como un bellaco, a sabiendas de que lo hace. Aunque no es muy conocido, el acusado en un juicio puede mentir largamente siempre y cuando sea en su defensa y para evitar auto inculparse. En estos últimos tiempos estamos asistiendo a toda una cohorte de mentirosos —no quiero pensar en que sean ignorantes o desmemoriados— en las cortes judiciales que manifiestan sin que se les caiga la cara de vergüenza que no saben o no recuerdan. Y los tenemos de todo tipo: personas con cualidades masculinas que declaran con evasivas ante los jueces en sus implicaciones en vergonzosos casos de alcance nacional como Noos o Gurtel o personas con cualidades femeninas que manifiestan desconocer lo que hacían sus maridos aunque bien que se beneficiaban de ello. Pero por si no fuera suficiente con personas físicas, también las jurídicas utilizan la mentira a sabiendas como en este caso en que se llega a manifestar que una persona ha muerto para entorpecer la acción de la justicia, llamarse andanas y evitar las consecuencias de su nefasta acción. ¿Pueden los jueces meter en la cárcel al banco de Santander? Y entiéndase como un ejemplo que sería equivalente para otros muchos conceptos-empresas de renombre del panorama nacional o internacional que no se distinguen precisamente por sus buenas prácticas, ni para con sus empleados ni para con la sociedad.

Y yo me pregunto ¿tiene algo que ver que el empleado haya fallecido o siga vivo? El responsable del desaguisado es el concepto «banco Santander» y es ese concepto el que debe responder de sus malas acciones y ser castigado si se demuestran, con independencia de que la acción haya sido realizada físicamente por un empleado infiel o un ordenador atolondrado y mal programado. Por hacer el asunto extensivo, me hago de cruces cuando la entelequia de un partido político intenta poner el foco en las personas de sus tesoreros por haber estado realizando prácticas delictivas en su gestión. No señor, el responsable de esas prácticas ante la sociedad que mantiene esa entelequia es el partido o la empresa y luego, después, que el partido o la empresa se las arregle metiendo en cintura a sus empleados díscolos, que por lo general no lo son tanto y actúan siguiendo las instrucciones de otros más altos en la jerarquía o por lo menos con conocimiento y anuencia de los mismos. ¿A quién quieren engañar? ¿Se creen que somos tontos o nos chupamos el dedo?

Como bien se nos recuerda en el libro aludido, los homo sapiens hemos perdido el norte y olvidado nuestra razón de ser. Los conceptos que vamos creando y asumiendo para una mejor convivencia se vuelven contra nosotros y nos procuran todo lo contrario: sinsabores e inseguridad.

sábado, 2 de mayo de 2015

HONDA



Hace ya casi dos años titulaba una entrada de este blog como «PROFUNDA». Reproduzco aquí el primer párrafo de esa entrada: «Más que profunda, honda y oscura. Ya hace años que se acuñó el término de «La España profunda» para designar no solo hechos sino lugares que parecían detenidos en el tiempo y que por mucho que el resto avanzase, lentamente, hacia un poco de modernidad, se resistían contra viento y marea. Estamos ya bien entrados en el siglo XXI y uno se hace de cruces cuando encuentra, en los sitios más insospechados, situaciones que parecía que estaban erradicadas desde hace años».

El asunto es más de lo mismo comentando un par de hechos que me han ocurrido estos días pasados y en los que uno por más que medita sobre ellos no puede menos que hacerse cruces y pensar que muchas veces estamos transitando por un camino muy estrecho con precipicios a ambos lados en los que podemos caer en cualquier momento. Se oye mucho últimamente la palabra corrupción, pero me parece que es un hecho instalado en todos y cada uno de nosotros, que ejercitamos unos más y otros menos en la medida de nuestras posibilidades. No parece haber en las farmacias suficiente jarabe de ese llamado de palo que nos haga entrar en razón, ni por las buenas ni por las malas.

El primero de los hechos al que quiero referirme es sobre un asunto de alojamiento. Pretendía pasar un fin de semana placentero lejos de la gran ciudad. Reservo el alojamiento con tiempo, generalmente un par de meses y como hay que ser justos y agradecidos a aquellas cosas que funcionan bien, mencionaré aquí que lo suelo hacer a través de la plataforma www.booking.es; funciona bien, no es necesario ningún adelanto pecuniario, puedes cancelar sin coste hasta unos días antes y la oferta es amplia y variada. Lo único menos bueno, algo tenía que haber, es que hay que facilitar una tarjeta Visa que cubra la no presentación en el establecimiento el día de la reserva sin haber efectuado una cancelación previa. Pero bueno, VISAS las hay de todos los tipos y para todas las circunstancias…y no digo más.

Otro planteamiento que suelo hacerme es intentar reservar el alojamiento en alguna localidad o pueblo pequeño a corta distancia de la ciudad que quiero visitar. Por poner un ejemplo positivo, hace un tiempo y con ocasión de mi visita a Zamora, reservé en un hotel rural espectacular en la cercana localidad de El Perdigón, a ocho kilómetros de Zamora. El inconveniente del desplazamiento con el coche queda soslayado de largo con la facilidad de aparcamiento y la tranquilidad que te depara un pueblo pequeño. Cuando me retiro a descansar no necesito hacerlo en la gran ciudad donde por lo general suele haber más problemas a la hora de aparcar el coche, viéndote en muchas ocasiones obligado a reservar, y abonar, la correspondiente plaza de aparcamiento.

Este fin de semana he podido constatar en estos temas la España Profunda. Cuando viajo en fin de semana y salgo un viernes por la tarde después del trabajo, suelo avisar telefónicamente al hotel de mi hora de llegada. Por mera precaución y por meter un poco de ruido, suelo decir que llegaré una o dos horas más tarde de lo que realmente pienso que ocurrirá, por aquello de cubrirme las espaldas y poder parar a disfrutar de algún paisaje espectacular o cubrir algún pequeño inconveniente en el viaje. En este caso, mis llamadas a lo largo del viernes, a varias horas del día, resultaron infructuosas: no me descolgaban el teléfono ni para atrás. Una cosa que me puso en guardia es que se trataba de un teléfono móvil, algo no habitual y quizá sospechoso para un establecimiento hotelero. Por ello no pude comunicar telefónicamente la hora, aunque al hacer la reserva había puesto en las anotaciones que permite la página web que llegaría sobre las 21:00 horas.

Llegamos realmente a las 19:45 y lo que vimos nos dejó atónitos. El establecimiento reservado aparecía cerrado con una cadena como pueden ver en la imagen izquierda. Entramos dentro brincando por encima de la cadena exterior y todo estaba cerrado con verjas y cadenas, a oscuras… nadie. La imagen era descorazonadora. Intentamos una nueva llamada y que si quieres arroz Catalina, nada de nada. Ante el panorama, y viajando con una niña pequeña, optamos por tirar de teléfono, hacer una reserva en la localidad cercana que realmente queríamos visitar, tomar una foto documental del hecho [1] y largarnos con viento fresco de allí.

A las 21:30 recibo una llamada en mi móvil, que había facilitado al hacer la reserva, preguntando si íbamos a acudir. Omito los detalles y creo que al final el interlocutor entendió que ciertas cosas tienen unos mínimos de funcionamiento y que intentar hacerlo de otro modo es inviable: no se puede no coger el teléfono, no se puede tener un establecimiento hotelero cerrado y algún intercambio de opiniones más que no vienen a cuento y que luego indagué sobre este establecimiento que me hacen pensar que hice muy bien al marcharme de allí, además de que deberé aprender en el futuro sobre efectuar reservas en ciertos establecimientos por muy avalados que estén por páginas de internet sin haber indagado algo antes. No sé si intentarían, sin conseguirlo claro, cobrar algo por mi ausencia sobre la Visa que les había facilitado…

Y el segundo hecho es del mismo corte que el referido en la anteriormente mencionada entrada «PROFUNDA». Un pueblo perdido en la provincia de Guadalajara, con una cierta fama por una atracción turística desconocida para mí pero de muy recomendable visita: Recópolis. Un restaurante con muy buena pinta, muy acogedor, con una buena relación calidad precio y al que volvería y recomendaría, aunque omito aquí su nombre por razones obvias, aunque es fácil deducirlo si se pone un poco de interés. Con una amabilidad exquisita, el maître nos indicó que no tenían carta, que la carta era él, y que nos ayudaría en nuestra elección. Todo bien, salvo que por experiencias pasadas que no quiero volver a revivir, le tuve que ir preguntando uno a uno los precios de los platos en los que estaba interesado: las sorpresas al final de una comida en la cuenta no son agradables si te dedicas a pedir cosas cuyo precio desconoces. No se lo tomó mal, ni en los platos ni en los postres, nos invitó al clásico chupito y la comida estaba muy bien, muy agradable y la relación precio calidad más que aceptable. Estamos hablando de un coste de 31 euros por persona, que no es moco de pavo.

Al pedir la cuenta, nos trajeron el «COMPROBANTE» [2] que se puede ver a la derecha de la imagen superior: ni nombre de la empresa, ni C.I.F., ni datos de dirección, ni nombre del camarero… más escueto imposible: fecha hora e importe de los platos. ¿Con I.V.A.? ¿Sin I.V.A.? Vaya Vd. a saber. Para la próxima vez que me ocurra esto de asistir a una carta parlante, además de preguntar el precio me anoto que tengo que preguntar, cuando me respondan, si es con o sin I.V.A.

Por más que lo intento, no alcanzo a entender cómo establecimientos con una cierta trayectoria y que parecen funcionar muy bien se arriesgan a que algún día un comensal, ante tamaño despropósito en el «comprobante», ponga en el plato, en este caso un cofrecito muy mono, un carnet de inspector de Hacienda en lugar de dinero o una tarjeta de crédito…