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sábado, 26 de septiembre de 2015

W.P.I.C.




Las combinaciones de las 26 letras internacionales del abecedario tomadas de cuatro en cuatro alcanzan el número de 456.976. La combinatoria fue una cuestión de las matemáticas que estudié en mi quinto curso de bachillerato; ahora no sé en qué curso lo estudiaran los chavales aunque es posible que en ninguno salvo que se dediquen a alguna especialidad técnica. En todo caso, WPIC es, pues, una de las casi medio millón de combinaciones posibles.

Estamos hartos de acrónimos, ya se sabe, esos vocablos inexistentes «… formados por la unión de elementos de dos o más palabras…». En este caso el título de esta entrada responde a las iniciales, en inglés, de un supuesto «Código de Identificación Personal Mundial», o lo que es lo mismo y en inglés, «World Personal Identification Code».

Como cuando un autor está buscando título para uno de sus libros, una de las cuestiones fundamentales hoy en día es saber si lo que estamos pergeñando existe con anterioridad o al menos algo parecido, para lo cual es menester consulta obligada al sr. Google ese, que en un periquete nos devolverá cientos de miles cuando no millones de entradas en internet hablando del asunto. Puesto manos a la obra, me encuentro con que «WPIC» o «W.P.I.C.» existe pero ni por asomo se refiere al tema del que quiero ocuparme. Un instituto canadiense de relaciones matrimoniales, algún instituto norteamericano de carácter médico e incluso una emisora de radio son las páginas más significativas que he logrado encontrar.

Otro asunto es buscar no tanto por el palabro sino por el concepto. En esta era de la globalización sorprende no encontrar nada referido al asunto, salvo un intento recogido en páginas francesas de establecer un código de corte similar para empresas a nivel mundial, pero no para personas, aunque el hecho de que yo no haya encontrado nada no quiere decir que no exista. En todo caso me da igual, ya que mis fines son otros.

Tras cuarenta años y unos cuantos lenguajes de programación de ordenadores utilizados en mi vida profesional y personal, le ha llegado el turno a aprender uno nuevo: Python. No es un lenguaje reciente ya que según reza la Wikipedia fue creado a finales de los años ochenta del siglo pasado en los Países Bajos por Guido van Rossum, con lo que cuenta ya con una antigüedad superior al cuarto de siglo. Mi motivación para, mejor dicho, necesidad de, aprender Python me ha hecho tomar contacto con este lenguaje y he podido realizar a lo largo del pasado verano un par de cursos MOOC disponibles, gratuitos y bastante interesantes que me han dado un baño básico suficiente para entender algo y aproximarme a la consecución de mis fines.

Aficionado como soy a las frases, ya he comentado en otras entradas aquel famoso proverbio chino que dice que «Si lo oigo, lo olvido; si lo veo, lo recuerdo; si lo hago, lo sé». Por ello lo mejor en estos casos es ponerse una meta a alcanzar y no parar hasta conseguirlo, por aquello de que con la parte práctica del asunto asentaremos conocimientos, solventaremos escollos y se nos quedará una base para el futuro.

El desarrollo informatizado que me propuse como ejemplo y que he bautizado como WPIC es tratar de conseguir un código, de ocho posiciones, formado por letras mayúsculas, menos la «O», números del 0 al 9 y las letras minúsculas internacionales de forma que cualquier ciudadano del mundo disponga del suyo de forma unívoca. Para ello he utilizado unos algoritmos sencillos que suponen operaciones lógicas y matemáticas y una serie de 61 caracteres básicos para generar el código, lo que da un número de posibilidades cercano a doscientos billones, si bien no todos los códigos son válidos porque existen ciertos controles internos de verificación. Conviene señalar que es reversible, esto es, que a partir de un código podemos obtener los datos que hemos utilizado para construirlo, que no son otros que el código internacional numérico de país según la tabla ISO-3166-1 y un número identificativo nacional. Como lo mejor es un ejemplo, diremos que para un español, código 724 del país España, con un Documento Nacional de Identidad supuesto de 41.325.627, el WPIC asignado sería «gP44P0lj» o para un supuesto número de identidad 7.523.321 de un alemán, código 276 del país Alemania, el WPIC asignado sería «MLnThv2y».

Ni que decir tiene que esto es una simple elucubración, aunque seguro que en el futuro, si es que no ocurre ya, alguna empresa de esas de la globalización se está planteando la necesidad de este tipo de código además de que a los muchos fisgones, autorizados o no, que hay por la red también les vendría muy bien, pero para implantarlo serían necesarias reuniones al más alto nivel mundial y el empleo de algoritmos de cifrado y criptografía mucho más potentes de los que he empleado yo en este ejemplo, que no deja de ser para andar por casa.

Una cosa que sabía, pero que no recordaba, era que en los mundos de Windows y en el caso particular de un usuario de Google, no se distinguen las mayúsculas y las minúsculas. Con ello, si queremos obtener un correo de Google, un @gmail.com, con nuestro flamante WPIC podemos tener problemas al no distinguirse mayúsculas de minúsculas. Con este planteamiento he dado una vuelta de tuerca al programa de forma que el código pase a tener 10 posiciones pero esté construido solo con los números y las mayúsculas internacionales exceptuando la letra «O» por aquello de su similitud con el número cero.

Para quienes pudieran estar interesados en obtener sus WPIC’s de 8 o 10 posiciones, en el siguiente enlace estará disponible por un tiempo un fichero de tipo «.zip» que contiene varios ejecutables y módulos necesarios. Con expandir este fichero en una carpeta de nuestro ordenador bajo cualquier sistema operativo Windows, y sin tener que instalar nada, dispondremos del programa ejecutable «WPICpython.exe», libre de virus, que voy a decir yo, con el que se pueden calcular los WPIC’s de 8 y 10 posiciones introduciendo el código de país y el número personal que sería equivalente al DNI. español. Mi manejo del lenguaje Python es todavía muy pedestre en lo que se refiere a interfaces gráficas, por lo que este programa ejecuta en modo de ventana de comando de forma muy elemental y con pocas alharacas, pero obtiene lo que vamos buscando.

Por aquello de verificar los resultados, he realizado el mismo programa en otro lenguaje, en este caso Visual Basic, en el que los manejos gráficos son más conocidos por mí aunque todavía no dominados. Está junto al otro en la misma carpeta antes comentada con el nombre «WPICvisualbasic.exe», pero lamentablemente al ejecutarle en su ordenador sin instalación Vd. puede encontrarse que le faltan por cargar determinados módulos denominados DLL’s, con lo cual fallará, salvo que se ponga manos a la obra y registre estos DLL’s en su registro de Windows, cuestión no muy complicada pero tampoco sencilla y que no podemos explicar aquí.

Suerte con sus WPIC’s. Los míos son «oArWv3bz» y «5T08HDL7YQ» en 8 y 10 posiciones respectivamente. ¿Cuál son los suyos? No me los diga, que al ser reversibles podría determinar, siempre que sean correctos, el país y número de identificación utilizados, aunque por el momento y hasta que no se globalice «solo podría hacerlo yo» ya que «este» WPIC es mío y solo mío…

sábado, 19 de septiembre de 2015

PODCAST




Hace años que mi gran amigo Miguel Ángel lo practica en sus paseos matutinos y me viene hablando de ello. También lo ha hecho anteriormente mi cuñado Hermann y esta semana otro buen amigo, José María, ha incidido en el tema de los «podcast», otro universo de los que nos rodea, del que hemos oído hablar pero que no acabamos de viajar a él por falta de tiempo, interés o que simplemente no se dan las condiciones para que nuestras antenas se orienten para captar todo lo que puede ofrecernos un viaje a ese mundo.

Yo he sido de siempre un amante de la radio a la vez que he ignorado y sigo ignorando la televisión todo lo que me es posible. Aunque algunas personas, especialmente los jóvenes, son expertas en manipular los móviles al tiempo que ven la televisión, esta requiere una atención plena si de verdad quieres enterarte de lo que se cuece, pues numerosos detalles visuales acompañan a los sonoros en un conjunto armónico y necesario para seguir la historia que se cuenta. La radio, por el contrario, te permite estar escuchándola al tiempo que realizas otras tareas o disfrutas de otra actividad como puede ser pasear, hacer deporte o…conducir.

Pasé innumerables horas escuchando programas de radio cuando empleaba mi tiempo en largas sesiones vespertinas en mi laboratorio fotográfico mientras revelaba negativos o positivaba fotografías y también en mis pinitos como ebanista o carpintero aficionado en un pequeño taller improvisado que conseguía en mi garaje sacando el coche a la calle. La radio era una compañera fiel y llegué a dominar el dial y los horarios para escuchar numerosos programas interesantes o simplemente amenos. No podía faltar la radio al lado mientras me afanaba en mis tareas. Quizá fuera una continuación de una época de niño en la que no había todavía televisión y la radio presidía desde su repisa en el comedor de la casa de mis padres y acompañaba a la familia durante todo el día con el programa de los «Porretas» por la mañana, las novelas interminables que escuchaba mi abuela mientras remendaba nuestros pantalones en la mesa camilla al calor del brasero o, ya por las noches, con toda la familia escuchando algunos programas de los que únicamente recuerdo uno titulado «Ustedes son formidables" conducido por Alberto Oliveras.

En los años setenta, con aquellos radiocasetes que integraban radio y posibilidad de grabación en cinta, muchos días utilizaba un programador en el enchufe y dejaba preparado todo para que se encendiera el aparato a una hora determinada y grabara algún programa favorito que luego escuchaba en diferido cuando podía. La media docena de cintas de casete que tenía para este menester se grababan y regrababan una y otra vez de forma que era casi milagroso que tras varios meses y grabaciones se pudieran seguir escuchando.

Ahora todo ha cambiado para mejor. Los programas de radio se pueden oír a cualquier hora con solo conectarse a internet. Y no solo de emisoras de radio digamos oficiales, sino de numerosas alocuciones que solo se generan en el mundo de internet por personas desconocidas o no tanto, que al igual que otros juntamos palabras en un blog se dedican a hacerlo de forma sonora. Pero además de esto está el mundo de los «podcast», que pongo entre comillas porque no he logrado encontrar la correspondiente palabra en español que defina el asunto. Una consulta al fantástico mundo de la Fundeu dice que… «El uso de esa palabra (podcast) es correcto y su plural es invariable (los podcast). No hay equivalente en español.». Así que a partir de ahora la escribo sin comillas.

Y… ¿por qué ahora sí y antes no mi acceso a este universo de los podcast? Mi actual situación laboral me fuerza a desplazarme en automóvil una hora de ida y otra de vuelta. He intentado el transporte público para poder ir leyendo pero serían casi dos horas de ida y no menos de dos y cuarto de vuelta, lo cual es un horror a pesar de que podría leerme casi un libro diario según el tamaño. Al principio brujuleaba por las emisoras de radio que me acabaron hartando a los pocos días por sus repeticiones de noticias por las mañanas a la ida y por sus anuncios y la falta de interés por las tardes a la vuelta, con lo que el refugio estaba en escuchar música grabada. Pero una de las cosas maravillosas que tiene el coche es la posibilidad de conexión «bluetooth».


Hay numerosos gestores de podcast en el móvil que permiten descargar al mismo miles de programas interesantes de forma casi automática. Al llegar al coche, enciendo la radio del mismo, activo el «bluetooth» de mi teléfono y empiezo a escuchar cosas interesantes o que en principio pueden serlo. Si no me interesan, con pasar a la siguiente se soluciona el asunto. Ahora lo que viene es dar con un buen gestor de mis podcasts alojados en el teléfono de forma que todos los días laborables, al inicio de la mañana, disponga de dos horas de contenidos para llenar ese viaje que de alguna forma ha cobrado un nuevo interés y me recuerda otros tiempos. ¡Qué maravilla!



sábado, 12 de septiembre de 2015

x'3C'




Una de las cuestiones que es igual para todo el mundo y a la que nada ni nadie pueden sustraerse es el paso del tiempo. La medición del mismo es cuestión ya humana y hace varios siglos que se adaptaron los sistemas de medición, calendarios y relojes, a los fenómenos naturales que tienen relación con la Tierra y su devenir diario en el universo. Pero otra cuestión es la representación de los valores en los que se plasman las peculiaridades de cada cultura. En cuestión de calendarios, en la actualidad nos regimos por el llamado Gregoriano, que fue implantado por el papa Gregorio XII allá por 1582 y que sustituía al anterior, denominado Juliano, que databa de los tiempos romanos de Julio César en el año 46 antes de Cristo. En el asunto de relojes, el mundo digital está sustituyendo a pasos agigantados al anterior analógico.

Desde hace muchos años, la humanidad utiliza masivamente la numeración arábiga que, contrariamente a lo que muchos pensamos, no fue inventada por los árabes sino por los hindúes, quizá con influencias chinas, aunque llegó a occidente a través de la expansión del Islam. Este sistema hace que los números del cero al nueve sean utilizados posicionalmente para representar cantidades. Sin embargo, a mediados del pasado siglo XX, la computarización de los cálculos motivó la emergencia de un sistema de numeración tan potente como simple, resumido en dos estados, que se pudieran describir como encendido-apagado, si-no, arriba-abajo, activo-inactivo. Habíase establecido la numeración binaria con el bit como unidad de información en el que solo caben los dos valores «0» y «1», hablando en términos numéricos y lo que sería una numeración de base «2» en lugar de la que utilizamos todos de forma común que es de base «10».

Este asunto, un poco enrevesado y difícil de entender en una primera aproximación para personas que no estén familiarizadas con el mundo de la computación y los ordenadores, es básico para que las máquinas, desde grandes ordenadores a pequeños microprocesadores integrados en todos los archiperres que nos rodean, puedan efectuar millones de operaciones en un segundo, a base de manejar muchos bites que cambian su estado de «0» a «1», apagado o encendido, a gran velocidad.

Por operatividad de todo este asunto, la siguiente unidad de información es el byte u octeto, que resulta de agrupar 8 bites. A poca matemática que empleemos, deducimos que el mayor valor numérico que podemos representar en un byte a base de combinar ceros y unos es 256, desde el valor 0 al valor 255, es decir, dos elevado a ocho. Aquí entran varios sistemas de asignar caracteres y signos a las combinaciones de ceros y unos contenidos en los ocho bites de un byte. El más usado en los ordenadores personales es la notación denominada ASCII que hace que un valor binario ‘01100101’ represente la “A” mayúscula y sin acento, por ejemplo, mientras que en otro sistema más extendido en los ordenadores grandes, mainframes, conocido como EBCDIC, esa misma letra “A” mayúscula, y sin acento, está asignada al valor binario ‘110000001’.

Todo este devaneo me sirve para explicar el título de esta entrada en el blog. Un poco de paciencia. Para los humanos es imposible hablar en ceros y unos; sería interminable tener que decir, en código ASCII, ‘0110010101111000011100010110100101110110’ para decir «ANGEL», que pongo entre comillas españolas por no haber utilizado la tilde en la A mayúscula. Por ello se agrupan los valores en una numeración de base dieciséis, hexadecimal, en la que en lugar de existir los diez números presentes en el sistema de base 10, existen dieciséis. Para ello asignaremos al hipotético número 10 la letra A, al 11 la B y así sucesivamente hasta la letra F para el valor 15. Nuestros números hexadecimales están compuestos por dieciséis figuras que serán las comprendidas entre cero y nueve más las figuras A B C D E y F. Con este sistema, para decir “ANGEL “ en hexadecimal no tendremos que emplear esa interminable ristra de unos y ceros y diríamos simplemente ‘6578716976’ en código ASCII o ‘C1D5C7C5D3’ en código EBCDIC, lo que es más corto y más inteligible para expertos programadores aunque igualmente enrevesado para personas corrientes poco versadas en el mundo de la programación de ordenadores. Para aquellos interesados, en la red hay numerosas páginas web con conversores e incluso la calculadora existente en cualquier ordenador personal puede colocarse en versión programador para permitir jugar con estos valores y las conversiones entre ellos.

De toda esta parrafada que le estoy soltando tiene la culpa mi buen amigo Miguel Ángel. Como muy buen informático que es, hace unos años, pocos, se acercaba a cumplir los 60 y, poco tiempo antes de llegar a esa fecha, decidió que dejaba de cumplir los años en decimal, como todo el mundo, y empezaba a cumplirlos en hexadecimal. Dado que cada posición vale dieciséis como hemos visto, para decir 48 en hexadecimal diremos ‘30’ y para decir 60 diremos ‘3C’ De un plumazo se había convertido en treintañero… hexadecimal.

Como hemos hablado al principio, el tiempo transcurre y discurre inexorablemente y esta semana me ha llegado a mí mismo la hora de convertirme en sesentón. Lo llevo bien y no soy de los que esconden los años, como parece deducirse de una frase que me parece ingeniosa y que hace mención a «esos diez maravillosos años que, en la vida de una mujer, transcurren entre los treinta y los treinta y uno». Así pues, sesentón para algunos, me queda el consuelo de ser treintañero para otros… Todo en la vida depende del cristal con que se mire o el sistema de numeración que se utilice.

domingo, 6 de septiembre de 2015

ÁLBUMES




Esta auto imposición de juntar unas letras una vez por semana que vengo cumpliendo, salvo contadas ocasiones, desde hace ya casi ocho años, me permite o me obliga a dedicar un tiempo a mejorar mi vocabulario y mis conocimientos de la lengua. Cualquier excusa es buena y aunque todos sabemos lo que es un álbum, me he permitido acudir al diccionario. Se pueden encontrar tres acepciones, más o menos parecidas, pero me quedo con la segunda que reza así: «libro en blanco de hojas dobles, con una o más aberturas de forma regular, a manera de marcos, para colocar en ellas fotografías, acuarelas, grabados, etc.». Pero los tiempos han cambiado y en el caso de las fotografías, aquellos viejos álbumes que tenían las hojas con plástico autoadhesivo o con paspartús han pasado a mejor vida.

Allá por los años setenta y ochenta el siglo pasado cursaba yo con una gran afición a la fotografía. No solo hacía fotos con mi cámara fotográfica sino que tenía mi propio laboratorio en casa en el que pasaba muchas tardes entre líquidos y cubetas revelando negativos y positivándolos después. Nunca me acostumbré al proceso mágico que hacía surgir la fotografía latente en un papel blanco por efecto del revelador bajo aquella luz roja de poca intensidad que era la única permitida. Disponía de un buen equipo y ello hacía que fuera buscado primeramente por familiares y posteriormente por amigos e incluso conocidos para pedirme que les tomara las fotografías de eventos familiares, tales como bautizos, comuniones y …bodas.

Aunque pudiera parecer lo contrario, lo de las bodas era un verdadero suplicio. Mientras todos disfrutaban, quizá no los novios pero sí el resto de invitados, yo y algunas veces mi mujer nos dábamos una paliza de campeonato en la iglesia, en el parque, en el banquete y luego en la discoteca. Y cuando todo parecía que acababa, realmente para mí empezaba. Llévate los carretes a un laboratorio profesional, recoge a las horas las fotos, elige un álbum, selecciona, coloca… Hasta que al día siguiente a la celebración, si no se habían ido de viaje, podías entregar el álbum terminado a los novios, no te quedabas tranquilo. Tuve suerte y no metí la pata en ninguno de los eventos, que fueron numerosos, quedándome algunos francamente bien. El hecho de ser amigo o familiar permitía ciertas licencias con novios y familiares que luego podían apreciarse en los resultados al obtener ciertas fotografías claramente especiales y poco corrientes. Ello hizo que personas particulares requirieran mis servicios, a lo que me negué en redondo, ya que ni era profesional ni quería hacer una competencia desleal a los fotógrafos oficiales que tenían esa profesión como medio de vida de ellos y de sus familias.

Han pasado treinta años de aquello pero me vienen estos recuerdos a la mente al asistir el pasado fin de semana a la boda de un sobrino. Los contrastes fueron tremendos. Solo los fotógrafos que conocieran otras épocas sabrán apreciar lo que supone no tener que estar cambiando el carrete cada treinta y seis tomas, no poder comprobar las fotos a medida que se iban haciendo, tener mucho cuidado con las baterías de los flases, no tener que revelar, poder hacer cientos o miles de fotos sin coste para luego poder elegir…

Pero los tiempos actuales traen cosas sorprendentes consigo que quiero compartir con los lectores que hayan llegado hasta aquí. En la actualidad, todos los invitados, incluso los niños, son fotógrafos en potencia, pues antes, durante y después de los acontecimientos, sus teléfonos móviles echan humo tomando fotografías y vídeos a diestro y siniestro. Los grupos de wasap funcionan a tope enviando y recibiendo todo lo que se cuece… Aquí es donde viene lo último que me sorprendió porque no lo conocía y me parece una buena idea: Wedshoots, una aplicación para el móvil en la que los novios abren un álbum y pasan la identificación del mismo a todos los asistentes, que pueden subir de forma fácil y cómoda todas las fotografías que deseen, eso si, de diez en diez. De esta forma todos, novios e invitados, pueden ver las fotos de todos e incluso hacer comentarios y marcarlas con el típico «me gusta». No lo sé con certeza, pero al parecer los propios novios pueden descargar las fotos y en todo caso tienen ellos, tenemos todos, acceso a un montón de tomas que unos y otros han o hemos compartido. Si bien la cosa no es nueva porque ya existían los álbumes compartidos en las «nubes», el hecho de que esté disponible como una aplicación en el móvil la convierte en un culto a la inmediatez, pues permite seguir el evento en directo por personas que están muy alejadas, como por ejemplo y en este caso, la abuela del novio que estaba a miles de kilómetros viendo las fotos que continuamente iban subiendo los invitados.

Nuevos tiempos, nuevas formas. ¿Qué nos queda por descubrir?
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