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sábado, 31 de octubre de 2015

LUCY




Iba a empezar este comentario con el consabido ¿quién no ha oído hablar de Lucy? pero caigo en la cuenta que serán muchas las personas a las que este escueto nombre de mujer, así, de sopetón, no les diga nada. Tendría que tratarse de alguien un poco aficionado a las cuestiones de paleoantropología y estar preocupado, algo preocupado, por la pregunta ¿de dónde venimos? para tener en la mente este nombre de cuatro letras y no precisamente español, que sería Lucía. Solo como curiosidad añadiremos que este nombre se decidió por una entonces conocida canción de The Beatles titulada "Lucy in the sky with diamonds".

Hace más de cuarenta años, en una región perdida de Etiopía llamada Hadar, un jovencísimo Donald Johanson, junto con Tom Gray y su equipo, se topaba un veinticuatro de noviembre de mil novecientos setenta y cuatro con uno de los grandes descubrimientos de la humanidad: el esqueleto incompleto de una mujer, perteneciente a la posteriormente denominada Australopithecus afarensis, que podría tener cerca de tres coma dos millones de años de antigüedad y que sin duda era uno de los ancestros del homo sapiens, que es lo que somos nosotros ahora en la actualidad. En los inmediatos años posteriores se descubrieron más fósiles de homínidos en la zona junto con sus herramientas, aspecto este importante pues es una de las consideraciones a tener en cuenta en la diferenciación como especie humana. Los hallazgos cubren un período de cuatrocientos mil años, pero desafortunadamente en 1976 la situación política paralizó las excavaciones en la zona durante quince años.

Donald Johanson había nacido en Chicago en 1943, por lo que en aquella época contaba poco más de treinta años. En la actualidad, octubre de 2015, cuenta con algo más de setenta, lo que no le impide seguir en la brecha. La imagen que acompaña a esta entrada está tomada de los vídeos de un curso MOOC gratuito de la Universidad del Estado de Arizona, que se imparte bajo la plataforma eDX y que lleva por título «Human Origins». En ningún momento relacioné mi inscripción hace unas semanas, insisto en lo de gratuita, en este curso con la figura de este erudito completamente desconocido para mí aunque no lo fuera «Lucy».

Han transcurrido solamente dos semanas de las cuatro que componen el curso. Han sido más de cuatro horas de vídeo en las que he podido deleitarme con las explicaciones de este caballero desgranando conceptos muy interesantes, para mí, sobre la evolución, los primeros pasos de los Darwin, Lamarck, Wallace, Linneo y compañía y las diferencias existentes entre monos, primates, gorilas, orangutanes, bonoboos y una gran multitud de especies que se parecen pero que no tienen nada que ver, ni entre ellos ni con nuestros ancestros. Descendemos de los chimpancés aunque nuestro tronco es común con las especies mencionadas.

De una forma gratuita y cómodamente sentado en el sillón de casa, uno puede recibir lecciones de una eminencia como es este antropólogo. Bien es verdad que son en inglés, ese lenguaje maldito para muchos españoles, pero las tecnologías modernas permiten complementar los vídeos con los subtítulos de lo que se va relatando, lo que ayuda enormemente en su comprensión. No es el caso, pero otro día hablaremos de las enormes posibilidades que permite la reproducción de vídeos en el ordenador, donde podemos acelerar o retrasar la velocidad del habla y las imágenes a nuestro gusto.

Aquí en España estamos lejos de Hadar pero cerca de una maravilla en estos temas como son los yacimientos burgaleses de Atapuerca, complementados en la actualidad aunque desde hace pocos años con el Museo de la Evolución situado en la capital castellana. Solo la historia de cómo la ejecución de las obras de un tren minero en 1929 puso al descubierto el yacimiento ya es de por si un milagro, aunque tuvieron que pasar muchos años hasta que en 1969 un antropólogo español tomó conciencia de lo que podía suponer este yacimiento en la construcción del puzle incompleto de la historia de la humanidad al hallar restos de la que posiblemente sea la especie humana más antigua de Europa, el denominado «homo antecesor» que vivió hace alrededor de un millón de años. Una visita a ambos lugares, el museo y los yacimientos, debería de ser obligada para comprender lo que somos y nuestros orígenes, al tiempo que despertar nuestra curiosidad por estos temas si es que no la teníamos lo suficientemente despierta ya como es mi caso. He tenido la oportunidad de visitar ambos lugares, la última vez en 2013 según describo en esta entrada y espero que no sea la última. Numerosos libros de eruditos españoles, como es el caso de «La especie elegida» escrito por uno de los codirectores de las excavaciones, Juan Luis Arsuaga, también nos permitirán a nosotros excavar simbólicamente en la mina y conocer algo más sobre nosotros mismos y nuestros orígenes.

Y por si fuera poco el curso, las maravillas de la tecnología permiten un contacto más directo sin importar las distancias. Hay varias plataformas, pero la conocida como Google Hangouts nos va a permitir el próximo jueves día cinco de noviembre de 2015 asistir en directo, igualmente cómodos en nuestro sillón, a una conferencia del profesor Johanson, en la que podremos intentar, seremos muchos, interactuar con él y mandarle nuestras preguntas a través de la red. Más experiencias apasionantes que ir acumulando y con las que podemos disfrutar. Y… ¿hay gente que se aburre sin nada que hacer?

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sábado, 24 de octubre de 2015

RATEROS




Conviven con nosotros desde la noche de los tiempos. Con el paso de los días llegan a ser conocidos en los ambientes policiales y judiciales que se ven impotentes para hacer nada. Son pequeños ladronzuelos que trabajan en la modalidad de hurto con lo que tras tomarles declaración en las dependencias policiales son puestos en la calle de nuevo por los jueces para que puedan seguir…trabajando. Una cosa buena tiene, y es que realizan sus actividades con limpieza y sobre todo sin violencia, a base de astucia y entrenamiento, que necesitan lo suyo. Son los carteristas, rateros o descuideros, esos ladronzuelos de carteras de bolsillo que tratan por todos los medios de que las de los despistados cambien de propietario el tiempo suficiente para detraer los dineros y las tarjetas de crédito antes de arrojarlas a una papelera o alcantarilla, aunque los hay de buen corazón que se molestan en acercarse a un buzón de correos a depositar los despojos de su acción.

Cada vez que entro en un lugar concurrido como pueden ser los servicios de transporte público, tengo el movimiento instintivo de sacar la cartera del bolsillo trasero del pantalón, donde la llevo normalmente, y ponerla en el delantero y además de forma horizontal, con lo que queda más abajo y más encajada. Y como precaución adicional, antes de entrar, saco de la misma el abono, billete o dineros que vaya a necesitar y los llevo a mano, precisamente para evitar el tener que sacar la cartera y estar expuesto a algún tirón o sucedido como el que le ha ocurrido a mi buen amigo Pablo esta semana, que se ha quedado sin sesenta euros y todavía no sabe cómo.

Había quedado con una amiga en una urbanización de la periferia madrileña y fiel a su costumbre había llegado con suficiente antelación, por lo que se encontraba matando el tiempo dando un paseo cuando se detuvo a su altura un coche ocupado por una familia compuesta por un matrimonio y dos hijos de unos doce años. Por el aspecto eran extranjeros y con rasgos árabes, siendo esto lo de menos; chapurreando en inglés le preguntaron mientras exhibían un mapa por un hotel en las inmediaciones haciendo ver que andaban perdidos. Mientras el bueno de Pablo les explicaba sobre el plano donde se encontraban y las alternativas posibles, el padre bajó del coche para hablar con más comodidad. Cuando parecía que se había enterado más o menos de lo preguntado, sacó un billete de cien euros para preguntar si sería suficiente para una primera noche de hotel, al tiempo que indicaba que no conocía los billetes de euro.

Pablo pensó por un momento en tratar de cambiárselo, para lo que sacó su cartera y viendo que no le alcanzaba les mostró a él y a la mujer un billete de 20, otro de diez y una moneda de euro para que tomaran contacto. Muy agradecido, el hombre ocupó de nuevo su asiento de conductor pero volvió a preguntar una aclaración sobre el mapa. Pablo tenía la billetera en la mano, cerrada y recuerda haber apoyado la mano con esta billetera en el quicio de la ventanilla del coche, con lo que esta quedó por un momento bajo el plano, aunque insiste en lo de cerrada.

Adiós, adiós, cuando Pablo acudió a la cita con su amiga y en un momento sacó la cartera para pagar un encargo dulce que le había hecho, unas perrunillas del pueblo de sus padres, una bilis amarga le subió por la tráquea al tomar conciencia de que la cartera estaba…vacía. Quedaba claro quién se la había limpiado, pero ¿Cómo? ¿Con unas pinzas quizá? Una cosa no se le puede discutir al padre de familia perdido en busca de hotel y es que su habilidad fue de matrícula de honor y merecedora de un doctorado en carterismo.

Así que mucho ojo, que ya nos lo dice la sabiduría popular: «Las apariencias engañan». Volviendo a repasar lo que había ocurrido, lo más probable es que el bueno de Pablo se confiara por el hecho de que se trataba de una familia, con niños. Se las saben todas y algún día u otro nos pillarán. Nuevos tiempos, nuevos métodos para las acciones de siempre.

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sábado, 17 de octubre de 2015

CLAUDICAR




Hemos comentado hasta la saciedad en anteriores entradas de este blog los diferentes aspectos a los que se ven expuestos en la actualidad los comercios tradicionales. La competencia es brutal y la globalización y la mejora de los procesos de compra por internet han dado un giro total a nuestra relación con las tiendas de toda la vida, hasta hace pocos años las únicas posibles habida cuenta que la venta por correo no ha tenido mucho desarrollo en nuestro país.

Siempre que puedo, mi primera opción es intentar adquirir los productos en la que siempre se ha denominado como la tienda del barrio, esa que utilizamos cada vez menos y que dejamos para una emergencia cuando no nos apetece o no tenemos previsto desplazarnos al gran centro comercial donde la gran mayoría de la gente realiza las compras de forma masiva y periódica.

Desgraciadamente, la evidencia rinde nuestros planteamientos y nos obliga a claudicar por mucho que nos empeñemos, contra viento y marea, en mantener el tipo y tratar de seguir haciendo que la tienda de toda la vida siga ahí, prestándonos unos servicios que nos sean cuando menos útiles, aunque nos cueste el utilizarlos algún que otro sobreesfuerzo en tiempo y en dinero.

Mi mujer dispone desde hace unos años de un portátil pequeño, de esos conocidos como «notebooks», con el que se apaña y hace sus pinitos en cuestiones de informática casera, a saber, ver el correo electrónico, tratar fotografías, preparar documentación de su trabajo y en general todas las cosas corrientes que cada vez más usuarios normales realizan hoy en día. Ya hace un tiempo sustituí su disco duro convencional por uno de nueva tecnología, SSD, que mejoró bastante la velocidad y prestaciones del aparato, pero lleva una temporada que parece que va lento. Los discos SSD no se pueden compactar, por lo que lo único que se me ocurre es hacer un borrón y cuenta nueva, formatear el disco y empezar a instalar cosas desde cero, cosa que ya he hecho otras veces y algo mejora la cosa, por lo menos de forma subjetiva. Hay que tener en cuenta que a medida que pasa el tiempo, los programas y aplicaciones son de mayor complejidad y utilizan más recursos de memoria y procesador.

Antes del verano me proponía realizar este «borrón y cuenta nueva» cuando se me pasó por la cabeza el tratar de ampliar la memoria RAM: tenía 1 Gb y lo máximo que se podía era pasarla a 2 Gb, pues dispone de una sola bahía, es una máquina ya de una cierta antigüedad y la cosa no daba más de sí. Hombre, se trataba de duplicar la memoria y mejor andaría el asunto.

Dos tiendas de informática tengo en las cercanías. Allí que me fui a la primera con el cacharro medio desarmado y la memoria en la mano para enseñársela al dependiente, pues ya me he visto en anteriores ocasiones con multitud de problemas e incompatibilidades en temas de memoria; hasta que no se pone, se arranca el ordenador y la reconoce y funciona, a priori no se puede estar seguro de nada. Esto mismo me dijo el tendero, que declinó el tratar de conseguirme la memoria pues no podía estar seguro al cien por cien de que funcionara y en ese caso, en sus mismas palabras, se la «tendría que comer con patatas».

Primer intento fallido, me dirijo al segundo. Reparemos en que esto ocurría antes de verano. Me dijo que sí, que me la podía pedir pero que tardaría una semana aproximadamente. Las condiciones me servían, no había prisa, por lo que le hice el encargo correspondiente, quedando en ser avisado por teléfono o correo electrónico cuando estuviera disponible. A los quince días, seguíamos antes de verano, pasé por allí y me dijo que todavía no estaba, no la había recibido, y no pudo darme una fecha concreta pues se trataba de una pieza muy especial, etc. etc. Entiendo que me podía haber llamado para decírmelo como una deferencia pero…

No he llevado la cuenta de las veces que he pasado por allí, pero entre sus vacaciones, las mías, los olvidos y demás, llegó el final de septiembre y el asunto seguía en punto muerto y sin visos de ser solventado. Pensé en acercarme de nuevo personalmente a interesarme por el tema, pero si lo hacía podía darse la circunstancia de quedar enganchado de nuevo en una falsa promesa de mantener el asunto en vivo que es lo que suele ocurrir cuando no eres un cliente totalmente anónimo y desconocido. Con ello, decidí dar esta vía por zanjada y pasar a la acción, que es lo que tenía que haber hecho desde el principio y me hubiera evitado muchas idas y venidas, notas, pedidos, llamadas… El intentar ser «piadoso» y mantener las tradiciones te puede llevar a estas pérdidas de tiempo.

La alternativa ya se la imaginan Vds.: una conexión a internet, concretamente a Amazon, y a la primera, varias tiendas subsidiarias que disponían en su stock de la pieza de memoria buscada. Por marca y precio seleccioné una de ellas que estaba ubicada en Alemania, realicé el pedido, pagué con mi tarjeta virtual, seleccioné como dirección de envío una tienda donde te dejan el paquete para que no tengas que estar en casa pendiente y… A los tres días la memoria estaba instalada en el portátil, reconocida sin problemas por el «Ventanas» y trabajando. Otra cosa es si el procesador marcha más rápido que antes pero ese es un asunto tangencial a esta historia de tiendas y tenderos, presenciales o virtuales.

Me imagino que habrá muchas personas para las que ya su primera opción sea el pedido por internet, no solo de piezas de informática o electrónica sino de cualquier tipo de artículos sin olvidar aquellos de alimentación como naranjas o productos congelados que te traen a tu casa de forma totalmente profesional y con sumo cuidado, mejor que los puedas traer tú del supermercado.


Las tiendas y los tenderos clásicos lo tienen difícil, muy difícil. En lo único en que pueden extremar sus esfuerzos es en la atención personalizada pero aun así muchas personas se acercarán a tomar una cerveza con ellos pero comprarán sus cosas en una tienda virtual, con todas las garantías de entrega y devolución en caso necesario como ya hemos comentado en anteriores entradas de este blog.



sábado, 10 de octubre de 2015

HÁBITOS




Uno no puede por menos que esbozar una sonrisa cuando ve reflejada en la prensa la recomendación de hacer una actividad que ya lleva varios años realizando. La imagen está recogida hace unas semanas en un dominical de El Mundo bajo el atractivo titular de «Cuatro ejercicios que te cambiarán la vida». No puedo por menos que estar completamente de acuerdo porque a mí, que los llevo realizando años, me han reportado unos beneficios que voy a tratar de referir a continuación.

Aunque una acepción de la palabra hábito es «Vestido o traje que cada persona usa según su estado, ministerio o nación, y especialmente el que usan los religiosos y religiosas» no es ese el tema sobre el que voy a juntar unas palabras sino de otra que reza de una forma enmarañada como «Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas». No creo que sea debido al instinto pero tres cosas fijas hago, salvo imponderables, nada más levantarme por las mañanas. La primera la debe de hacer todo el mundo y no es otra cosa que girar una visita al amigo Roca para evacuar esos líquidos que se nos han ido acumulando a lo largo de la noche. La segunda que yo acometo no tiene nada que ver con el ejercicio físico pero es beneficiosa para la salud, a muy largo plazo, aunque como todo en la ciencia médica no es demostrable y depende de las personas.

Ya hace muchos años, en una visita a la localidad granadina de Lanjarón, famosa por sus aguas minerales que son buenas para el corazón así como las de Mondariz son buenas para la nariz y las de Bezoya para otro órgano… masculino, una señora muy anciana que nos vendió un tarro de miel en el zaguán de su casa nos dijo que se trataba de un producto natural con muchas propiedades, destacando entre ellas los beneficios para la tersura de la piel, cuestión que pudimos constatar en su persona pues, casi ya nonagenaria, no presentaba ni una arruga. Años después, la hermana de una cuñada, que aparenta muchos menos años de los que en realidad tiene y que exhibe una piel envidiable, me dijo que al levantarse por las mañanas se tomaba un vaso de agua templada con una buena cucharada de miel y el zumo de un limón. Estos dos hechos me lanzaron a adquirir para mí esa costumbre que practico a diario desde entonces. Si tengo bien la piel o no o si las arrugas son las que corresponden a mi edad o no, no me compete a mí juzgarlo, pero un hecho reciente aporta alguna clave en ese sentido. En una época próxima he perdido 33 kilos y la piel ha seguido tersa y sin esas bolsas y arrugas desagradables que invariablemente aparecen en pérdidas de peso de ese calibre. También la gente me dice que aparento menos edad de la que consta en mi carnet de identidad y algunos comentarios sobre arrugas que no reproduzco. ¿Es verdad? ¿Se debe a la ingesta diaria de miel y limón? No puedo estar seguro al cien por cien, pero seguiré tomando mi pócima diaria nada más levantarme, porque claramente ningún daño me hace.

Y no me olvido de la tercera actividad que hago por las mañanas y que es exactamente la que preconizan en el artículo mencionado, aunque yo añadiría un ejercicio extra que también recomiendo. Comentaré una por una con los beneficios que creo se derivan, al menos en mi propia experiencia. La primera, anda o corre, no la ejercito al levantarme, pero si tres o cuatro días por semana la de correr y siempre que puedo la de andar. Los beneficios generales para el cuerpo y la mente son tan evidentes que no admiten discusión.

La segunda, abdominales, me permiten mantener alejados los dolores de espalda que a ciertas edades aparecen con demasiada frecuencia, al tiempo que sin llegar a lucir una tableta, mantienen un cierto tono muscular en tripa y barriga incluso cuando por mi peso han estado con determinado volumen. La flacidez que puede apreciarse en ciertas personas cuando se les desborda el cinturón, bien puede ser arreglada o minimizada con ejercicios de abdominales que, ojo, hay que realizar bien y no de cualquier manera, a ver si nos vamos a provocar lesiones en lugar de beneficiarnos.

La tercera, flexiones de brazos, es para mí fundamental. Me gusta darme largas caminatas por el campo y las montañas, para las que siempre llevo dos bastones, en los que me apoyo en las subidas al ayudarme con la fuerza de los brazos y sobre todo en las bajadas, donde son de una ayuda inestimable en las articulaciones de las extremidades inferiores, sobre todo en las rodillas. En la vida diaria, una caída inesperada no tiene las mismas consecuencias, y lo digo por experiencia, si tenemos unas extremidades superiores fortalecidas que nos permitan amortiguar el golpe. Y también, porque no, unos brazos potentes nos ayudan a llevar la compra, subir escaleras mediante los pasamanos o cuando un amigo nos «contrata» para hacer la mudanza.

La cuarta, sentadillas, es mágica. Yo hago veinte, bien hechas, todas las mañanas. Como es fundamental agarrarse bien, cuando no dispongo de otro sitio mejor, el elegido es el borde del fregadero, del lavabo o incluso el canto de una puerta agarrando los picaportes. Con los años, uno de los problemas graves de las personas mayores es el tener enormes dificultades para poderse agachar, sentarse en el suelo o levantarse. Me resulta curioso cuando observo en los parques a personas ancianas o no tanto jugando al chito o la calva, porque casi todos ellos llevan un cable con un imán en la punta que les permite recoger las bolas sin doblar el lomo. Poder agacharse es bueno, como también lo es poderse poner los calcetines, cortarse las uñas de los pies o darse en los mismos una crema rica en urea que evite callos y durezas.

Y la quinta la pongo de mi cosecha, torsión troncal lateral. De pie, separado una cuarta de una pared, se trata de girarnos todo lo que podamos por un tiempo a ambos lados, manteniendo la torsión, sin rebotes. Al mismo tiempo y para fortalecer el cuello, giraremos la cabeza al lado contrario. Creo que este ejercicio me reporta movilidad y seguramente ayuda a minimizar problemas en la cintura y espalda al tiempo que el cuello mantiene su tonicidad, su capacidad de giro y nos aleja tortícolis y sensaciones indeseadas.

Así que ánimo, lector, son quince minutos a emplear a diario que, con el tiempo, supondrán una mejora significativa en tu calidad de vida. No lo dudes y… empieza hoy mismo.



sábado, 3 de octubre de 2015

(MAL)TRATO




No solo los salarios sino también las condiciones laborales han cambiado, para peor, de forma drástica y lamentable en los últimos tiempos. Y no estamos pensando es esos talleres clandestinos en los que empresarios sin escrúpulos y con el único fin de engrosar su cuenta corriente en el menor tiempo posible emplean a personas necesitadas que desempeñan su trabajo en unas condiciones deplorables, como ha podido verse en las ocasiones en que estas noticias, cada vez con menor frecuencia, llegan a los medios de cierto nivel de difusión.

Cerca de 20 años estuve laborando en aquella entelequia hoy desaparecida que conocíamos hasta no hace mucho por el nombre de “Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid”. Durante la primera decena, allá por los setenta del siglo pasado, me sentía un trabajador necesario y que aportaba su granito de arena a la consecución de los fines empresariales. Quizá hubiera un cierto paternalismo en la dirección de la empresa pero creo no equivocarme si aventuro que ese era el sentimiento general de todos los empleados, que se partían el pecho por hacer que todo fuera mejor. A mediados de los ochenta, diversos condicionantes como expansiones y cambios en la alta dirección torcieron este sentimiento y los empleados ya no sentíamos la empresa en nuestras entretelas. Unos más y otros menos, según los departamentos y las circunstancias, íbamos convirtiéndonos en simples mercenarios que acudíamos a nuestro puesto de trabajo a cumplir y poco más. Al poco de aquello abandoné esa empresa en la que durante años tuve la creencia que me iba a jubilar. Deambulé por otras de las grandes del entramado bancario español con más pena que gloria hasta que ya hace unos cuantos años me dijeron desde el departamento de recursos humanos, antes se llamaba de personal, que no contaban conmigo y que era mejor que me marchara, menos mal que prejubilado y no despedido.

Era joven entonces, como lo sigo siendo ahora, pues había comenzado mi cincuentena, y tocaba alquilarse al mejor postor en esa modalidad de trabajo en autónomo que todo el mundo, hasta el diccionario, conoce por free lance. Ello implica pequeños contratos de algunas semanas o meses en diferentes empresas por las que he ido pasando este último casi decenio, lo que me ha permitido vivir de primera mano diferentes ambientes y situaciones.

Uno de los problemas que me echo al coleto es el del acceso al puesto de trabajo y la composición del mismo. No voy a entrar en detalles, pero es por lo general lamentable y por ello solo voy a contar, por agradecimiento, el mejor de todos que tuvo lugar en el centro informático de Tres Cantos de Bankinter. Me presenté al control de accesos un lunes a las ocho de la mañana y con solo mostrar mi carnet de identidad, una persona me acompañó a mi puesto de trabajo, me enseñó diferentes zonas interesantes de la empresa como la cafetería y los servicios y se quedó a mi lado los diez minutos escasos que fueron suficientes para encender el PC y comprobar con no poca sorpresa y mucha admiración que estaba operativo y que mi usuario de red, de mainframe, mi correo electrónico y en general todo lo que iba a necesitar para desempeñar mi trabajo estaba dispuesto y operativo. En otros sitios y por circunstancias de lo más peregrino  he llegado a necesitar casi una semana para poder empezar a desempeñar mínimamente las  funciones para las que se me ha contratado.

Todo esto viene de prolegómeno para relatar una situación actual, que no estoy viviendo directamente en primera persona pero que sí les está ocurriendo a compañeros cercanos. Un día de esta semana hablaba con uno de ellos y no daba crédito a mis oídos por la historia que estaba escuchando. Uno de ellos hizo el resumen en tres palabras: «This is Spain». Omitiré detalles específicos por aquello de relatar el pecado y no desvelar el pecador, pero si diré que se trata de una de las grandes empresas de este país llamado, por el momento, España.

El centro de trabajo al que acuden a diario está una zona de la periferia de Madrid construida hace relativamente poco tiempo y destinada a oficinas; pensar en acudir allí con coche es imposible, ni siquiera madrugando, porque están aparcados encima de las farolas y subidos a las fachadas colgando de los aleros. En algún caso de necesidad, dejándolo donde ha podido, alguno ha sido obsequiado con una multa de 200 euros por la policía municipal. La alternativa es el transporte público, que remedio; cerca de dos horas de ida y otras tantas de vuelta en alguno de los casos, especialmente si la ubicación de esta periferia de oficinas está en la punta opuesta de Madrid a la del lugar de residencia. Eso sí, esta empresa dispone de dos plantas reservadas, repito, plantas, de aparcamiento, que por lo general están con un índice de ocupación mínimo pero en las que no está permitido aparcar, y mucho menos a los «externos» que es como se denomina a los trabajadores que no están en la nómina de la empresa para la están trabajando como uno más. Solo falta que les pongan una camiseta especial y un gorro para marcarles como se hacía en la Edad Media con algunos colectivos.

No disponen de una tarjeta permanente de acceso, por lo que tienen que solicitarla a diario al control, que tiene que llamar al teléfono FIJO de dos personas para que una u otra BAJE física y personalmente a la entrada a autorizar su acceso y les acompañe a su puesto de trabajo. Cuando por diversas circunstancias estas personas no son localizadas, porque todos tenemos una mala noche, o llegamos tarde o estamos en una reunión, los externos deben esperar por un tiempo indeterminado. En alguna ocasión la demora en ser recepcionados por los autorizados ha llegado a las TRES horas. Sal de tu casa a las seis de la mañana y disfruta dos horas del transporte público para estar tres horas en la entrada esperando a que te dejen entrar a desempeñar tu trabajo. Una solución que les han propuesto es que personalmente llamen desde sus teléfonos móviles, y por lo tanto a su cargo, a los móviles de los «autorizadores» para que bajen a buscarlos. Solo falta que les digan que les lleven café y bollos. Y otra cuestión es la utilización del baño, que está fuera de la zona para la que es necesaria tarjeta de acceso. A la vuelta de visitar al sr. Roca hay que esperar a que pase alguien o hacer mimos a través de los cristales a ver si algún alma caritativa se apiada y te abre, pero los cercanos a las mamparas están hartos, con razón, de hacer de porteros. Hay más, pero no se trata de aburrir, den rienda suelta a la imaginación. En dos palabras como decía aquel: «im»  «presionante».

Y el puesto de trabajo… El centro funciona en el modo que ahora se llama de factoría, esto es, se paga por el puesto de trabajo efectivamente utilizado una cantidad diaria. En este caso concreto, cada puesto supone un gasto diario de casi veinte euros. Claro, lo mejor es ahorrárselo con la triquiñuela de meterlos a todos en una sala de reuniones, que algunas veces no está libre, para ahorrarse esos eurillos. Menos mal que todavía no se les ha ocurrido poner estanterías en los pasillos o en el baño, que todo se andará. Las condiciones de trabajo en esa sala de reuniones  en cuanto al mobiliario, los equipos y el ambiente son deplorables. No entremos en detalles, pero pongan la vista con atención en la imagen que acompaña esta entrada: la temperatura ha sobrepasado en varias ocasiones los 27 grados. ¡Así no hay quién labore!

Supongo que no pretenderán que estas personas desarrollen bien su trabajo en estas condiciones. Ya sé que peor están en otros sitios, pero no es de recibo que una empresa pudiente y de las que tiran del carro en este país permita estas condiciones. También imagino que sus dirigentes no están enterados de estas menudencias, como ha pasado con el asunto de la Volkswagen en estos días, pero bien que ellos, los políticos de turno, los directores de medios y demás personajes influyentes de la vida patria se encargan de hacernos creer por activa y por pasiva que los empleados son el principal activo de las empresas. ¡Miau! 

Insisto en la idea: no quiero que me lo digan, quiero sentirlo yo por mi mismo sin que nadie me tenga que convencer de ello. Y con estos mimbres, los cestos que fabriquemos no pueden tener mucho futuro.