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sábado, 24 de octubre de 2015

RATEROS




Conviven con nosotros desde la noche de los tiempos. Con el paso de los días llegan a ser conocidos en los ambientes policiales y judiciales que se ven impotentes para hacer nada. Son pequeños ladronzuelos que trabajan en la modalidad de hurto con lo que tras tomarles declaración en las dependencias policiales son puestos en la calle de nuevo por los jueces para que puedan seguir…trabajando. Una cosa buena tiene, y es que realizan sus actividades con limpieza y sobre todo sin violencia, a base de astucia y entrenamiento, que necesitan lo suyo. Son los carteristas, rateros o descuideros, esos ladronzuelos de carteras de bolsillo que tratan por todos los medios de que las de los despistados cambien de propietario el tiempo suficiente para detraer los dineros y las tarjetas de crédito antes de arrojarlas a una papelera o alcantarilla, aunque los hay de buen corazón que se molestan en acercarse a un buzón de correos a depositar los despojos de su acción.

Cada vez que entro en un lugar concurrido como pueden ser los servicios de transporte público, tengo el movimiento instintivo de sacar la cartera del bolsillo trasero del pantalón, donde la llevo normalmente, y ponerla en el delantero y además de forma horizontal, con lo que queda más abajo y más encajada. Y como precaución adicional, antes de entrar, saco de la misma el abono, billete o dineros que vaya a necesitar y los llevo a mano, precisamente para evitar el tener que sacar la cartera y estar expuesto a algún tirón o sucedido como el que le ha ocurrido a mi buen amigo Pablo esta semana, que se ha quedado sin sesenta euros y todavía no sabe cómo.

Había quedado con una amiga en una urbanización de la periferia madrileña y fiel a su costumbre había llegado con suficiente antelación, por lo que se encontraba matando el tiempo dando un paseo cuando se detuvo a su altura un coche ocupado por una familia compuesta por un matrimonio y dos hijos de unos doce años. Por el aspecto eran extranjeros y con rasgos árabes, siendo esto lo de menos; chapurreando en inglés le preguntaron mientras exhibían un mapa por un hotel en las inmediaciones haciendo ver que andaban perdidos. Mientras el bueno de Pablo les explicaba sobre el plano donde se encontraban y las alternativas posibles, el padre bajó del coche para hablar con más comodidad. Cuando parecía que se había enterado más o menos de lo preguntado, sacó un billete de cien euros para preguntar si sería suficiente para una primera noche de hotel, al tiempo que indicaba que no conocía los billetes de euro.

Pablo pensó por un momento en tratar de cambiárselo, para lo que sacó su cartera y viendo que no le alcanzaba les mostró a él y a la mujer un billete de 20, otro de diez y una moneda de euro para que tomaran contacto. Muy agradecido, el hombre ocupó de nuevo su asiento de conductor pero volvió a preguntar una aclaración sobre el mapa. Pablo tenía la billetera en la mano, cerrada y recuerda haber apoyado la mano con esta billetera en el quicio de la ventanilla del coche, con lo que esta quedó por un momento bajo el plano, aunque insiste en lo de cerrada.

Adiós, adiós, cuando Pablo acudió a la cita con su amiga y en un momento sacó la cartera para pagar un encargo dulce que le había hecho, unas perrunillas del pueblo de sus padres, una bilis amarga le subió por la tráquea al tomar conciencia de que la cartera estaba…vacía. Quedaba claro quién se la había limpiado, pero ¿Cómo? ¿Con unas pinzas quizá? Una cosa no se le puede discutir al padre de familia perdido en busca de hotel y es que su habilidad fue de matrícula de honor y merecedora de un doctorado en carterismo.

Así que mucho ojo, que ya nos lo dice la sabiduría popular: «Las apariencias engañan». Volviendo a repasar lo que había ocurrido, lo más probable es que el bueno de Pablo se confiara por el hecho de que se trataba de una familia, con niños. Se las saben todas y algún día u otro nos pillarán. Nuevos tiempos, nuevos métodos para las acciones de siempre.

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