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domingo, 22 de noviembre de 2015

CORRESPONSALES




En esta semana de noviembre de 2015 se cumplen cuarenta años de la muerte de Francisco, un señor por todos conocido que rigió los destinos de España durante cuarenta años tras encumbrarse al poder como consecuencia de la sublevación militar ocurrida en julio de 1936 que derivó en una Guerra Civil que mantuvo ocupados unos contra otros a los españoles como si no tuviéramos otras cosas más perentorias a las que dedicarnos. Durante esos años, los medios de comunicación, y en especial la prensa escrita, fueron objeto de una férrea censura que en varias ocasiones impidió la salida de diarios o semanarios al encuentro de sus lectores. Sobre este asunto recuerdo de aquella época un cuarteto que decía así: «Bolín es a bolón — como cojín es a X — me importa tres X — que me cierren la edición» y que fue la respuesta de la revista «La Codorniz» en su reaparición tras un cierre por censura gubernativa.

A los pocos años de la muerte de este señor, la explosión de las ansias de libertad se tradujo en la aparición de numerosas publicaciones. En una de ellas, de marcado carácter local y periodicidad semanal, tuve la suerte de participar como colaborador y por ende tuve la oportunidad de ejercer de corresponsal o de fotógrafo, cuando no de gestor de publicidad, chico de los recados o hasta cajista en la imprenta ayudando a altas horas de la noche para poder sacar el semanario a los quioscos en fecha. Eran otros tiempos y las cosas funcionaban de otra manera. Recuerdo las reuniones de los «consejos de redacción» de los jueves por la tarde noche en casa de Manolo, el director, para ultimar la publicación y que muchas veces se prolongaban hasta bien entrada la noche. Todo por afición y sin cobrar una peseta, que entonces era la moneda que circulaba y además al día siguiente había que madrugar para ir a trabajar. El semanario estuvo en funcionamiento varios años y fue toda una experiencia para un aficionado aprendiz de periodista que me dejó muchas alegrías, muchas carreras y también algún que otro problema pues la información que se publicaba, como era lógico, no estaba a gusto de todos y más al centrarse en una localidad de pequeño tamaño donde nos conocemos todos.

Cuarenta años después, los tiempos han cambiado y de qué manera. El viernes de la semana pasada nos reuníamos a cenar en un restaurante un grupo de familiares y amigos de José Luis con motivo de su sesenta cumpleaños en una fiesta sorpresa de esas que se organizan ahora en secreto y de la que a punto estuvo de escaparse el homenajeado que no quería ir al restaurante ni a tiros. A esa misma hora tenían lugar en París los atentados en varios lugares que dieron como resultado ciento veintinueve muertos y numerosos heridos al ser tiroteados varios restaurantes, los asistentes a un concierto en una sala de fiestas y por auto inmolación en los aledaños de un estadio de fútbol en el que se celebraba un partido internacional. Como digo, las cosas han cambiado y mucho en estos cuarenta años. Antaño nos hubiéramos enterado de la noticia probablemente por la radio, lo más inmediato en aquella época, al llegar a casa esa misma noche si hubiéramos conectado alguna emisora o quizá ya al día siguiente.

Pero ahora casi todos llevamos en nuestro bolsillo una potente herramienta de comunicación: el teléfono móvil. En un momento de esos tontos de la cena en los que empiezan los comentarios, las fotos y las idas y venidas a visitar al sr. Roca, me dio por encender el teléfono y entrar en Twitter a dar un vistazo rápido y allí pude ver como estaba todo lleno de comentarios de unos y otros sobre los sucesos: la noticia en vivo y en directo, de forma inmediata, en mensajes cortos, fotos o vídeos, directos o «re tuiteados». Opté por no decir nada en la cena para que la cosa siguiera en su ritmo festivo y se viera alterada por la noticia.

Los medios de comunicación lo tienen hoy día más fácil pero también más complicado. En esta semana se ha producido otro atentado en el asalto de unos terroristas a un hotel en Mali, no tan grave como el de París pero si impactante. Los medios de comunicación, por ejemplo la radio, se han procurado corresponsales improvisados utilizando la llamada directa por teléfono a personas normales y corrientes, no periodistas, que se encuentran en la zona, como por ejemplo y en lo que yo he podido escuchar un sacerdote y un monja que están allí en misión humanitaria y que nos han podido ofrecer noticias de primera mano desde el lugar de los hechos.

En cuanto a tenerlo complicado, remito a una entrada en este blog de hace cuatro años, en octubre de 2011, titulada «autoINFORMACIÓN». En ella se hacía ver que los medios deben extremar su cuidado en lo que informan sobre determinados actos porque los oyentes o lectores podemos estar asistiendo casi en directo a los mismos a través de las redes sociales, lo que puede derivar en el más grande de los ridículos o en que se les vea el plumero pues disponemos de herramientas de contraste de la información que nos brindan una miríada de personas anónimas, presentes en los actos, con sus comentarios, sus fotografías y sus vídeos a través de las redes sociales por medio de sus teléfonos móviles.

Cualquiera que se encuentre en el lugar puede devenir en un corresponsal improvisado con solo sacar su teléfono del bolsillo. Los profesionales de los medios de comunicación llegarán tarde o nunca a sucesos inesperados con lo que no tendrán más remedio que servirse de lo que ellos mismos llaman «aficionados» cuando divulgan la noticia utilizando el material cedido por estos improvisados corresponsales que cubren el sucedido en vivo y en directo.