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sábado, 28 de noviembre de 2015

COOPERACIÓN




Aunque los números marean y no hay un consenso unánime, podemos establecer que hace unos seis millones de años ciertos primates empezaron a evolucionar muy lentamente hasta convertirse en lo que hoy somos: homo sapiens. En alguna entrada anterior cercana nos hemos referido al descubrimiento de Lucy en 1974 por Donald Johanson, una «australopithecus afarensis» de 3,2 millones de años de antigüedad y que uno de los ancestros de los «homos». Los años pasaban lentamente y se necesitaban cientos de miles de ellos para hacer perceptibles los cambios evolutivos. Hay que recordar que en aquella época, como ocurre hoy en día con las especies animales, el concepto de territorio propio estaba muy marcado pues se vivía en pequeños grupos o manadas que cooperaban entre sí para procurarse el alimento y que rechazaban de forma violenta la invasión de su espacio por otros grupos.

Por decirlo de una forma básica, el que no trabajaba no comía. La cooperación entre los integrantes del grupo estaba centrada en la supervivencia. Con estos planteamientos, la evolución y los cambios eran tremendamente lentos. Pero al decir de los entendidos en la materia, en el alto paleolítico, en tan «sólo» quince mil años se produjeron más cambios que en los tres millones de años anteriores. Una de las claves pudiera estar en el paso del nomadismo derivado de nuestra condición de cazadores-recolectores al sedentarismo de habernos convertido en agricultores. La siembra y cosecha de grandes extensiones de terreno daba para alimentar a más individuos, con lo que los grupos pudieron crecer y crecer al tener el sustento asegurado, incluso algunos más listos tomaron conciencia de podían beneficiarse del trabajo de los demás y comer sin trabajar.

El crecimiento de los grupos sentó las bases de la cooperación. Las ideas de unos y otros se iban intercambiando y sobre estos fundamentos se establecían nuevas herramientas y nuevas formas de hacer las cosas que incrementaban la calidad de vida. Si nos vamos al futuro, de la mano de la ciencia ficción, una estupenda novela de Robert L. Forward titulada «Huevo de dragón» ilustra esta idea. Una nave espacial terrestre está orbitando un planeta lejano para estudiar las formas de vida existentes en él. La nave se estropea y no puede regresar a la Tierra, quedando condenada a estar dando vueltas y vueltas alrededor del planeta con la consiguiente muerte de sus ocupantes. Pero el concepto de tiempo en el planeta es diferente al humano, y en pocas horas humanas tienen lugar varias generaciones de «cheelas», nombre de los habitantes de ese planeta. La acción de toda la novela transcurre en una semana; los humanos consiguen comunicarse con los «cheelas», al tercer día les retransmiten electrónicamente todo el conocimiento de la Tierra, los «cheelas» elaboran y reelaboran ese conocimiento a través de varias de sus generaciones y como consecuencia de ese progreso al quinto día están en condiciones de reparar la nave espacial terrícola que puede regresar a la Tierra. ¿Cuál es el trasfondo de esta historia? Cooperación.

No hace falta llegar a la ciencia ficción para constatar esto. Hoy en día, con el desarrollo de internet, podemos recabar y recibir ayuda para casi cualquier cuestión con sólo navegar por la red. Multitud de foros o páginas web pueden salir en nuestra ayuda con conocimientos de lo más diverso o incluso si no encontramos lo que buscamos podemos dejar nuestra pregunta y muy posiblemente será contestada. Pondré unos ejemplos personales muy rápidos para ilustrar esta idea. Hace un tiempo se me fundió la bombilla de cruce de mi coche. Depende de los modelos, pero en el mío hay que hacer un master, de forma que no hay otro remedio que llevarlo al taller. Como me resistía a ello, en un foro de coches estaba la descripción detallada, con fotografías, paso a paso, de cómo hacerlo. Ahí estaba el master, cambiar la lámpara fue un juego de niños. Cooperación de nuevo.

Otro caso que me sucedió a primeros de este año es más ilustrativo. Necesitaba un programa para acceder a una nube informática y me faltaban conocimientos de las herramientas disponibles. Tras unas búsquedas por la red, me decidí por un lenguaje de programación denominado «python» que no conocía pero además hacía falta también dominar unas estructuras llamadas API's que posibilitan el acceso a la nube desde el lenguaje de programación. Para no extenderme, tomé un desarrollo realizado desde un foro que no conseguía hacer funcionar, pero el propio programador, un ciudadano ruso anónimo y desconocido para mí, estuvo ayudándome de forma desinteresada a través del correo electrónico durante dos semanas hasta que sacamos la aplicación adelante. Nuevamente cooperación entre dos personas que no se conocen de nada y a cambio de nada, solo agradecimiento.

Los casos de este tipo son innumerables hoy en día y una buena prueba la tenemos en los miles de aplicaciones gratuitas desarrolladas por personajes anónimos que ponen al servicio de la comunidad sus conocimientos y su trabajo, lo que hace que el progreso sea meteórico y casi estemos hablando de días para ver como las cosas avanzan a paso agigantado. Otro día desarrollaré esto, pero hace cincuenta años un ordenador de capacidad limitada ocupaba una habitación entera y ahora lo llevamos, mucho más potente que aquellos, en nuestro teléfono en la palma de la mano.

Pero en el asunto este de la cooperación no solo se trata de tecnología. También hay un componente humano y en eso las tradiciones son importantes. Vean el ejemplo entrañable que les propongo mediante la visualización de un vídeo de poco más de quince minutos en la plataforma Youtube en este enlace y al que pertenece la imagen que ilustra esta entrada. Está en inglés pero las entrevistas a los participantes las entenderemos muy bien los hispanohablantes. Las imágenes son elocuentes: en una zona de Perú, las poblaciones de ambos lados de un río se reúnen durante tres días para reconstruir completamente el puente que las une. Tejiendo hierbas de la zona mientras sus hijos juegan, las mujeres construyen sogas que son manejadas por sus maridos hasta convertirlas en un precioso puente. No dejen de ver y disfrutar de esta tradición ancestral deliciosa que pasa de padres a hijos y que lleva teniendo lugar desde hace cientos de años. Un ejemplo actual de cooperación entre las personas, sin tecnología, en una fiesta con resultados prácticos.



domingo, 22 de noviembre de 2015

CORRESPONSALES




En esta semana de noviembre de 2015 se cumplen cuarenta años de la muerte de Francisco, un señor por todos conocido que rigió los destinos de España durante cuarenta años tras encumbrarse al poder como consecuencia de la sublevación militar ocurrida en julio de 1936 que derivó en una Guerra Civil que mantuvo ocupados unos contra otros a los españoles como si no tuviéramos otras cosas más perentorias a las que dedicarnos. Durante esos años, los medios de comunicación, y en especial la prensa escrita, fueron objeto de una férrea censura que en varias ocasiones impidió la salida de diarios o semanarios al encuentro de sus lectores. Sobre este asunto recuerdo de aquella época un cuarteto que decía así: «Bolín es a bolón — como cojín es a X — me importa tres X — que me cierren la edición» y que fue la respuesta de la revista «La Codorniz» en su reaparición tras un cierre por censura gubernativa.

A los pocos años de la muerte de este señor, la explosión de las ansias de libertad se tradujo en la aparición de numerosas publicaciones. En una de ellas, de marcado carácter local y periodicidad semanal, tuve la suerte de participar como colaborador y por ende tuve la oportunidad de ejercer de corresponsal o de fotógrafo, cuando no de gestor de publicidad, chico de los recados o hasta cajista en la imprenta ayudando a altas horas de la noche para poder sacar el semanario a los quioscos en fecha. Eran otros tiempos y las cosas funcionaban de otra manera. Recuerdo las reuniones de los «consejos de redacción» de los jueves por la tarde noche en casa de Manolo, el director, para ultimar la publicación y que muchas veces se prolongaban hasta bien entrada la noche. Todo por afición y sin cobrar una peseta, que entonces era la moneda que circulaba y además al día siguiente había que madrugar para ir a trabajar. El semanario estuvo en funcionamiento varios años y fue toda una experiencia para un aficionado aprendiz de periodista que me dejó muchas alegrías, muchas carreras y también algún que otro problema pues la información que se publicaba, como era lógico, no estaba a gusto de todos y más al centrarse en una localidad de pequeño tamaño donde nos conocemos todos.

Cuarenta años después, los tiempos han cambiado y de qué manera. El viernes de la semana pasada nos reuníamos a cenar en un restaurante un grupo de familiares y amigos de José Luis con motivo de su sesenta cumpleaños en una fiesta sorpresa de esas que se organizan ahora en secreto y de la que a punto estuvo de escaparse el homenajeado que no quería ir al restaurante ni a tiros. A esa misma hora tenían lugar en París los atentados en varios lugares que dieron como resultado ciento veintinueve muertos y numerosos heridos al ser tiroteados varios restaurantes, los asistentes a un concierto en una sala de fiestas y por auto inmolación en los aledaños de un estadio de fútbol en el que se celebraba un partido internacional. Como digo, las cosas han cambiado y mucho en estos cuarenta años. Antaño nos hubiéramos enterado de la noticia probablemente por la radio, lo más inmediato en aquella época, al llegar a casa esa misma noche si hubiéramos conectado alguna emisora o quizá ya al día siguiente.

Pero ahora casi todos llevamos en nuestro bolsillo una potente herramienta de comunicación: el teléfono móvil. En un momento de esos tontos de la cena en los que empiezan los comentarios, las fotos y las idas y venidas a visitar al sr. Roca, me dio por encender el teléfono y entrar en Twitter a dar un vistazo rápido y allí pude ver como estaba todo lleno de comentarios de unos y otros sobre los sucesos: la noticia en vivo y en directo, de forma inmediata, en mensajes cortos, fotos o vídeos, directos o «re tuiteados». Opté por no decir nada en la cena para que la cosa siguiera en su ritmo festivo y se viera alterada por la noticia.

Los medios de comunicación lo tienen hoy día más fácil pero también más complicado. En esta semana se ha producido otro atentado en el asalto de unos terroristas a un hotel en Mali, no tan grave como el de París pero si impactante. Los medios de comunicación, por ejemplo la radio, se han procurado corresponsales improvisados utilizando la llamada directa por teléfono a personas normales y corrientes, no periodistas, que se encuentran en la zona, como por ejemplo y en lo que yo he podido escuchar un sacerdote y un monja que están allí en misión humanitaria y que nos han podido ofrecer noticias de primera mano desde el lugar de los hechos.

En cuanto a tenerlo complicado, remito a una entrada en este blog de hace cuatro años, en octubre de 2011, titulada «autoINFORMACIÓN». En ella se hacía ver que los medios deben extremar su cuidado en lo que informan sobre determinados actos porque los oyentes o lectores podemos estar asistiendo casi en directo a los mismos a través de las redes sociales, lo que puede derivar en el más grande de los ridículos o en que se les vea el plumero pues disponemos de herramientas de contraste de la información que nos brindan una miríada de personas anónimas, presentes en los actos, con sus comentarios, sus fotografías y sus vídeos a través de las redes sociales por medio de sus teléfonos móviles.

Cualquiera que se encuentre en el lugar puede devenir en un corresponsal improvisado con solo sacar su teléfono del bolsillo. Los profesionales de los medios de comunicación llegarán tarde o nunca a sucesos inesperados con lo que no tendrán más remedio que servirse de lo que ellos mismos llaman «aficionados» cuando divulgan la noticia utilizando el material cedido por estos improvisados corresponsales que cubren el sucedido en vivo y en directo.



domingo, 15 de noviembre de 2015

IMPORTADO




«A la cama no te irás sin saber una cosa más» reza un conocido refrán que suele ser cierto aunque no nos demos cuenta en nuestro trajín diario. Pero a veces sí que nos damos cuenta sobre todo cuando nos aplicamos aquel otro de «la letra con sangre entra» y el aprendizaje conlleva un cierto sufrimiento. Por seguir con los dichos, aquel de «pones un circo y te crecen los enanos» me ha resultado de aplicación esta semana, en la que los líos se me amontonaban y me caían unos encima de otros sin solución de continuidad.

Uno de ellos ha sido la (nueva) rotura del teléfono móvil de mi madre, persona ya entrada en una edad que se acerca a la «noventena», palabra que tengo que poner entre comillas españolas por no figurar en el diccionario, donde se localiza hasta cincuentena pero no se puede seguir adelante sin incurrir en error. Los teléfonos móviles para personas mayores tienen que estar dotados de algunas características especiales, que se convierten en muy especiales dependiendo del grado de interés que tenga la persona mayor en las nuevas tecnologías, cuando no el rechazo de las mismas, ya que por un lado quieren acceder a ellas pero por otro no están dispuestas a dejar a un lado su natural aversión por «estas cosas nuevas» como dicen ellas y aprender. Y lo digo con conocimiento de causa por una simple comparación entre mi madre y mi suegra, ambas de la misma edad y, comparativamente hablando, como la noche y el día en este asunto, especialmente por la predisposición.

Como tenía poco tiempo, la solución estaba en buscar de forma rápida algún sitio en internet, algún sitio de cierta confianza, para encontrar el mismo modelo, exactamente el mismo, que tenía mi madre y darle el cambiazo para que todo siguiera igual y no se requiriera ninguna explicación ni ningún esfuerzo, por mi parte y por la suya, en hacerse con los mandos y controles de un nuevo cacharro. Dicho y hecho, la solución la encontré en Amazon, empresa de la que ya he hablado varias veces de forma positiva en este blog y que funciona a las mil maravillas, con lo cual no tuve ninguna duda además de que el precio era el mejor. En menos de dos días —lo encargué el miércoles por la tarde y el viernes por la mañana lo tenía en mi poder— me disponía a configurar el nuevo teléfono para dejarlo exactamente igual que el estropeado en todos los temas de sonidos, agenda, etc. etc.

Soy persona que gusta de leer de forma exhaustiva los folletos y ya me sorprendió que en la caja estuvieran en los idiomas clásicos de inglés, francés, italiano y alemán e incluso holandés pero no estuviera el correspondiente al español. En fin, lo encontré sin ningún problema en la web del fabricante y leyendo en la pantalla en lugar de en papel, me dispuse a interaccionar con el teléfono una vez cargada su batería como mandan los cánones.

¡Sorpresa! Lo primero es dirigirse a la configuración de idioma y ahí pude constatar que no estaba el español. ¿Cómo es esto posible? Nueva consulta al manual, a la web del fabricante, incluso les mandé un correo al centro de soporte que por cierto todavía no me han contestado y todo ello sin ningún éxito por mi parte. Intenté configurar el teléfono en italiano pues el tiempo me apremiaba y quería dárselo a mi madre a toda prisa, no porque le hiciera una falta enorme a ella sino por quitarme la tarea de encima. Pero resultó imposible; el italiano, al menos en los controles de un teléfono móvil, o de ese en particular, no se parece en nada al español.

La cuestión estaba clara, a devolver el teléfono, cuestión sencilla en Amazon, pero que lleva su tiempo pues hay que obtener las etiquetas de devolución, ir a una oficina de correos a devolver el paquete o pedir que te lo recojan en tu domicilio… en fin, más tiempo a emplear en todo caso. Pero no quería quedarme con la mosca detrás de la oreja de no saber lo que había pasado exactamente, si simplemente se traba de un fallo de Amazon en su cadena de distribución o por el contrario había gato encerrado en el asunto, de forma que si lo volvía a pedir, ese u otro, me tocara sufrir de nuevo el problema.

Pues sí, había un gato encerrado del que me enteré llamando por teléfono al centro de atención al usuario, que es el 900 803 711 y que pongo aquí porque me llevó un pequeño tiempo el encontrarle. Amablemente me lanzaron todo el proceso de devolución reintegrándome el dinero y mandándome las etiquetas de evolución a mi correo electrónico, proceso que no es nuevo para mí y que ya me ha tocado realizar en otras ocasiones que como digo he referido en este blog y que pueden verse utilizando el buscador. Como adición, un amable operador me indicó cual había sido toda la causa de esa ausencia de español en los folletos y en el propio aparato.

La clave de todo este problema es ese vocablo que he resaltado en la imagen y que figura al final del texto del anuncio: «IMPORTADO». Según me explicó, cuando figura la palabra «IMPORTADO» se trata de elementos comprados fuera del territorio nacional en los que no se puede tener la seguridad de que estén adaptados de forma completa al español, no solo en temas del idioma de configuración sino en otros aspectos como la ausencia de letras «ñ» o similares. Si el teléfono hubiera sido para mi uso personal muy probablemente me hubiera apañado con el inglés e incluso con el francés, pero me dijo el operador que aunque el idioma inglés suele estar incluido en todos los aparatos, pudiera darse el caso de que en alguno muy especial ni siquiera este idioma estuviera presente. Convinimos en que en estos casos debería estar mucho más claro el asunto, de forma que ni Amazon ni los clientes perdiéramos un tiempo precioso amén de unos gastos en envíos y devoluciones, que bien es verdad que sufraga la propia Amazon pero que deberían de evitarse.


Así que ya sabe, mucho cuidado con la palabra «importado» al final de la descripción de un elemento que piense comprar, al menos en la web de Amazon.



sábado, 7 de noviembre de 2015

DIARIO-2




El quince de noviembre de dos mil nueve escribía la entrada titulada «DIARIO» en este blog. Hace ya seis años de aquellas reflexiones en las que se incluía el siguiente párrafo que reproduzco:
El más completo de todos que recuerdo es el que realicé día a día durante todos los días de mi servicio militar, contando con pelos y señales todas mis vivencias en aquel año largo de secuestro legal. En muchas ocasiones pensé que si algún día me pillaban me iba a costar una buena reprimenda y quizá algo más, ya que lo escribía según lo sentía y lo veía. Y en el servicio militar, al menos en “mi” servicio militar había muchas cosas que no me gustaban.
Son ya muchos años en las espaldas y he sido un poco hormiguita en guardar cosas, tantas que muchas veces no sé ni lo que tengo ni dónde lo tengo. Buscando otros papeles, esta semana he dado con ese diario que estaba perdido. Ha sido una gran alegría y a la vez un trabajo nuevo, pues está escrito parte a mano y parte a máquina de escribir, en papeles, servilletas y donde pillaba. Nunca supe si el correo que me llegaba al cuartel estaba intervenido de alguna forma por los mandos, pero lo que sí que parece es que los servicios oficiales de Correos eran fieles a sus deberes y el correo de salida no lo estaba; por ello tenía mucho cuidado de depositar mis reflexiones en sobres como el que acompaña esta entrada e introducirlos directa y personalmente por la boca del león del buzón oficial en la central de correos. Iban dirigidos a la entonces mi novia que los fue guardando celosa y ordenadamente hasta mi vuelta.

Ahora toca el trabajo de escaneo, revisión y paso de toda la información a un documento electrónico. No sé si para otras personas sería interesante, pero sí lo es para mí, no sólo por recordar otros tiempos sino por tomar conciencia en la distancia de las peripecias y sinsabores que tuve que soportar durante esos catorce meses de, lo pongo en mayúsculas y negrita, SECUESTRO LEGAL que supuso para mí perder materialmente ese tiempo de mi vida para «servir» a la Patria y de paso a algunos militares «profesionales». En el diario se relata todo lo que pasó en aquel cuartel perdido en tierras españolas en África. Para que luego nos vengan contando monsergas, menos mal que la mili se acabó porque no creo que hoy en día los jóvenes soportaran tamaño desatino, al menos tal y como estaba concebido en aquellos tiempos.

He empezado la recuperación; reproduzco a continuación los primeros escritos de ese diario, empezando por lo que titulé el «Diario del Recluta» que luego tuvo continuación en el «Diario del Soldado», todo ello dentro del rimbombante título general de «Mi querido servicio militar».

DIARIO DEL RECLUTA.

Día 10 de octubre de 1.976.
Hoy es domingo. Rondando las seis de la mañana, los reclutas vamos llegando al cuartel de zapadores ferroviarios en la zona de Aluche-Campamento de Madrid.
—- ¡No os queda mili ni ná, pelusos! ¡No me queda mili ni pá regalar, reclutas! Los veteranos se lo pasan en grande con nosotros.
—- ¡Entrar y poneros en fila allí!
Me acerco a un sargento y le digo:
—- Oye, en que fila nos ponemos los de Melilla.
—- En aquella y… ¡oiga! Que te vayas enterando.
Se ha recibido el primer corte de novato. Nos llevan andando por la vía unos dos kilómetros y nos meten en un tren. Previamente nos han dado unas bolsas con la cena y el desayuno.
Al cabo de dos horas el tren se pone en marcha y está arrancando y parando cada cinco o diez minutos. Vamos ocho en cada compartimento. De los ocho, si me quito yo, quedan siete, de los cuales hay dos que no me gustan nada. Esos dos se dedican a romper ceniceros, espejos, a tirar las sobras por la ventana y a beber vino.
Intentan soplar a todo el departamento y cuando seis están tajados, se empiezan a meter con el otro y conmigo, hasta que le pegué un empujón a uno y le dejé sentado. Parece que deciden estarse quietos y dormirse. Son las cuatro de la mañana.
Pasan unos cuantos días sin que pueda escribir algo en mi recién empezado diario, otro día con más tiempo seguiré.

Día 15 de octubre de 1.976.
Después de la diana y de ir a desayunar, llega el momento de la limpieza: me destinan a recoger colillas, y eso que yo no fumo. Todos los días le digo al Alcalá y al San Fernando que no tiren las colillas al suelo y que eso debían de hacer todos, pero desde entonces cada vez que tienen algo en la mano y lo van a tirar me avisan para que lo vea. Recién limpio todo nos dan un chusco y dos quesitos. La gente quita el papel de los quesitos y lo tira al suelo. Por supuesto después hay bronca y nos mandan recogerlos.
—-¡Compañía, a formar!
—-Fulano, mengano, que pasen a la oficina que los quiere ver el alférez. Los demás a hacer la instrucción.
Por esta vez me he escapado de la instrucción, pero no me hace mucha gracia. Después de comer se está en la compañía y luego a pasear. Hoy a San Fernando le ha tocado cocina, así que vamos tres: Coslada, Alcalá y yo. Nos hicimos una foto.
Después de cenar se forma la compañía y sale en primera fila Lérida.
—- Los veteranos forman delante.
—- Joder, siempre estamos igual, este cabo los tiene subidos.
En la formación se empiezan a escuchar pedos, eructos, rebuznos y toda clase de ruidos. De pronto Lérida se pone a "mear" y precisamente al lado de un cabo veterano con ocho meses de mili. Y naturalmente se arma.
—- Por de pronto mañana cocina, y luego ya veremos.
El cabo está de mal humor, y al entrar dentro dice a voz en cuello:
—- Al que hable me lo follo y se le van a caer los huevos al suelo.
La gente no se calla, y de pronto se ve a tres haciendo firmes en calzoncillos.
Silencio absoluto.

Día 16 de octubre de 1.976.
Hoy amanece mal día, pues tocan las famosas y temidas vacunas. Después de diana y desayuno me emplean en la limpieza del suelo de colillas hasta que nos forman y nos conduce un cabo primero hasta el botiquín. Según vamos llegando se divisa a la gente que «ya ha pasado por la piedra» de otras compañías, mareada, tumbada en el suelo, y algunos llevados por otros a hombros, como si hubiera pasado algo fuerte. De pronto, después de pasar lista, te ves en una fila, desnudo de cintura para arriba, yodo en un brazo, en otro pinchazo por la izquierda, pinchazo por la derecha, sales y te empieza a doler, con lo que te pones a boxear en el aire, para que se te distribuya por la sangre y no te haga demasiado efecto.
Después se toma el bocadillo y se espera «galbaneando» la hora de comer. Después de comer, se hace alguna cosilla en la oficina y a las cinco el cabo de cuartel me destina a limpieza de lavabos.
—- Esta fila, quiero ver, primero yo y después el alférez, los lavabos brillantes, más limpios que el jaspe.
A fregar los lavabos.
Llega la hora de recibir cartas con todo el mundo, o casi todo el mundo sentado en el centro de la compañía y el cabo va cantando nombres:
—- Fulano de tal.
—- Aquí.
Algunos reciben varias cartas y uno dice:
—- Qué pasa, «paisas», que os escriben por capítulos o qué.
—- Cubalibre debéis, los de tres pá arriba.
Se da una vueltecilla por el campamento y después de cenar un «poquejo», a la piltra.
Día 17 de octubre de 1.976.

—--¡COMPAÑÍA…, DIANA… TODOS A FORMAR CORRIENDO!
Antes de esto, la gente se viste como puede encima de la cama, pues está prohibido bajarse, e incluso algunos llegan a hacer la cama estando encima. ¡Vaya hechuras de camas!
Siempre existe el clásico remolón que tiene a toda la compañía con el brazo izquierdo levantado en la formación, y eso que ayer hubo vacuna y está dolorido el brazo.
—--Tienen tres minutos para lavarse y vestirse correctamente. A formar se puede salir sólo con el cinto y la gorra. Lávense y a formar nuevamente para ir a desayunar, rompan filas.
—- ¡A la orden!
La gente entra en tropel en la compañía con la mano en la cabeza cubriendo la gorra, por si acaso se la levantan y desaparece.
Hago mi cama, me visto y salgo a formar, pues no me queda tiempo para lavarme. Después de desayunar me «enchufan»" en la oficina, venga y venga a hacer fichas y fichas con una máquina de escribir antigua y desvencijada; no levanto la cabeza hasta la hora de comer.
Después de comer, un potaje de garbanzos, huevos fritos con papas y chorizo frito, ensalada y manzanas, que se dejaban comer bastante bien, me enchufo de nuevo en la oficina con la máquina, robando algunos ratillos para escribir a la novia y acabando a las siete de la tarde.

Me da tiempo a dar una vuelta y escribir un rato antes de cenar y a acostarme.