Buscar este blog

lunes, 28 de marzo de 2016

TRAYECTOS




La Semana Santa es una de esas épocas del año en la que algunos automovilistas nos metemos entre pecho y espalda una montonera de kilómetros para alcanzar ese lugar de descanso en el que pasar unos días. No sabría definir lo que se entiende por un trayecto largo en coche pero por llegar a un acuerdo podríamos convenir que sería aquel en el que recorramos más de doscientos kilómetros o empleemos más de dos horas. Los conductores profesionales, «vigilados» por sus tacógrafos, tienen unas normas estrictas de cumplimiento que dejan bien claro los períodos en los que pueden estar conduciendo y los descansos de obligado cumplimiento, pero los conductores particulares no estamos sometidos a ningún control y podemos negociar la ruta y los tiempos como nos venga en gana mientras el cuerpo aguante.

Yo siempre he sido de los de subir al coche con todo preparado e intentar no parar ni una sola vez hasta el destino. Mi mayor tirada consistió en hacer mil ochocientos kilómetros de continuo, desde el corazón de Suiza a Madrid, parando lo mínimo para repostar gasolina para el coche, alimento para el cuerpo y un par de cabezaditas cortas cuando empezaba a notar cansancio por tantas horas seguidas de conducción. Anticipo desde ahora mismo que esto de no parar es un craso error por las experiencias y razones que esgrimo a continuación.

Se nos insiste y repite de forma machacona que debemos detenernos cada dos horas de conducción o doscientos kilómetros. Nos resistimos a creer en lo que los expertos nos dicen y tomamos nuestras propias decisiones haciendo caso omiso de las recomendaciones, que por lo general son acertadas y basadas en multitud de estudios y experiencias. En todo caso, y para aquellos conductores recalcitrantes en no parar ni para ir al baño, no está de más que en una ocasión se propusieran seguir las recomendaciones y así poder contrastar sus opiniones al respecto.

«A la fuerza ahorcan» reza el dicho popular y a mí me tocó «ahorcarme» y hacer caso con motivo de un viaje familiar en coche a Munich con mi mujer embarazada de tres meses. Son algo más de dos mil kilómetros que realizamos en dos días. La ginecóloga que atendía a mi mujer se negó en redondo a ese desplazamiento en coche en un primer momento, pero tras insistir por nuestra parte, claudicó bajo dos condiciones básicas que deberíamos observar a rajatabla. Eran muy sencillas, consistiendo la primera en que cada hora mi mujer tenía que hacer ejercicios de estiramientos de brazos y piernas en el propio asiento del coche durante unos minutos y la segunda era que cada dos horas teníamos que parar unos minutos, bajarnos del coche y andar un poco. Recuerdo que comentó jocosa que podíamos darle vueltas andando al propio coche.

El primer tramo previsto del viaje fue de mil cuatrocientos kilómetros, todo por autopistas. Nos pusimos en marcha temprano y cumpliendo estrictamente las normas dadas llegamos a nuestro destino pasadas las siete de la tarde. Llevábamos la tartera con la tortilla y los filetes empanados pues pensábamos cenar un poco y acostarnos previsiblemente molidos tras el viaje. En ese momento comprobé en mis propias carnes el error de no parar en los desplazamientos largos. Tras el pequeño refrigerio, ninguno de los tres estábamos cansados y decidimos ir a dar una vuelta por la ciudad. Me quedó claro que ese no estar cansados era debido a las paradas obligatorias que habíamos realizado.

Dese entonces lo tomo por norma y siempre que puedo realizo una parada técnica cada dos horas. Son unos minutos, se aprovecha para tomar algo o ir al baño y el cuerpo se tonifica y aunque se alcance algunos minutos más tarde el punto de destino, la sensación de llegar descansado es inmejorable, aparte de que la seguridad se ve incrementada al ir más frescos y despejados.

Hay muchas recomendaciones para el conductor desde todas las instancias oficiales que indican tener cuidado con los medicamentos y sus posibles interacciones, dormir lo suficiente y bien, nada de alcohol, vigilar la copiosidad de las comidas inmediatamente antes o durante el viaje, mantener una temperatura adecuada en el interior del vehículo, evitar las distracciones, combatir el aburrimiento sin recurrir a usos indebidos de móviles o tabletas y en general seguir unas pautas racionales que nos permitan no solo llegar bien a nuestro destino sino descansados y con ganas de hacer cosas.

El consejo fundamental es no tratar de vencer a la fatiga y sobre todo al sueño. Por experiencia propia diré que las ventanillas abiertas, el frío o la radio a todo volumen son trucos que no funcionan para combatir la somnolencia. La técnica que yo utilizo es mirar al espejo retrovisor exterior y si al volver la vista al frente me cuesta enfocar de nuevo la carretera es un síntoma inequívoco de cansancio que requiere una parada lo más pronto posible. Si nuestro acompañante tiene carnet de conducir y está en condiciones, lo mejor es ceder el puesto de conductor y si no es así, una cabezadita por un tiempo prudencial nos permitirá ponernos de nuevo en marcha.

Yo utilizo otro sistema complementario, que es el beber agua en sorbitos pequeños aún sin tener sed. La hidratación nunca está de más y al menos una botella de agua mineral de esas de litro y medio suele caer en los viajes con una consecuencia añadida: entran ganas de orinar que obligan sí o sí a la parada correspondiente.