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domingo, 25 de diciembre de 2016

LOTERÍA



Aunque no verán la luz hasta el sábado o el domingo por seguir la tradición de publicación, escribo estas líneas el jueves anterior mientras suenan en los altavoces del ordenador los tradicionales cánticos de los niños de San Ildefonso interpretando la partitura que se repite todos los años el 22 de diciembre relativa al sorteo de Navidad de la Lotería Nacional. Dicen muchas cosas positivas de este sorteo apelando a la tradición, a la amistad, a compartir con familiares y compañeros, etc. etc. pero se callan otras que no son tan positivas. Y además desde hace pocos años, las negativas dieron un salto cualitativo que se suponía que era temporal, pero tiene la pinta de que ha llegado para quedarse y por lo menos este año y el que viene no hay ninguna intención de retirarlo. Me refiero a esa quita especial del 20% que antes no existía.

Durante toda mi vida he participado en este sorteo, generalmente de forma compartida con familiares, compañeros de trabajo y amigos. El intercambio de participaciones exigía casi en los últimos tiempos llevar una contabilidad y tener exquisito cuidado con los décimos comprados, su cuantía y custodia y con quienes se habían compartido porque, no toca nunca, pero todos los años oímos en las noticias asuntos feos de personas que compartieron y o bien no tenían suficiente montante para responder o bien se largaron sin decir esta boca es mía. Claro, esto solo ocurre cuando toca, porque si no toca todos estos chanchullos quedan sin salir a la luz.

Lo sabemos todos: la de Navidad es una de las peores loterías, sino la peor, del año. Hay estadísticas de todo tipo en las que se constata que las probabilidades son mínimas, los premios son menores, etc. etc. pero los españolitos no desistimos de acudir a la llamada del organismo oficial de Loterías que ya puso de moda un fenomenal anuncio que todos los años impacta y de qué forma en la sociedad. A comprar lotería todos. De ilusión también se vive aunque cueste unos eurillos. Es la tradición.

Hará unos tres años que digo aquello de que en este sorteo «me toca todo lo que juego» porque no compro nada. En años anteriores había llegado casi a los cien euros de gasto por atender los ofrecimientos de amigos, departamentos o asociaciones que con su buena intención no quieren dejarte fuera en caso de que la suerte sonría. Se corre el riesgo de que toque en uno de los décimos o participaciones ofertadas, pero si llega el caso me alegraré por los premiados y yo seguiré con mi convencimiento de no participar.

No es del todo exacto que no gaste nada, porque tengo que reconocer que sigo haciendo un gasto de, exactamente, doce euros en la actualidad. Hay una cofradía de Semana Santa que emite participaciones de tres euros, de los que se juegan dos y medio en un número que todos los años es el mismo. Mi padre ya compraba estas participaciones para cada hermano desde que éramos niños y yo he seguido con la tradición pues no olvidemos que el número es todos los años el mismo. No toca nunca, algunas veces el reintegro y en pocas ocasiones que yo recuerde la pedrea. Si se trata del reintegro es una buena noticia para la cofradía porque muchos no hacen efectivo el cobro lo que supone un ingreso extra y extraordinario en las cuentas del año. Sin duda el lector pensará porqué compro cuatro participaciones y no una. Una me la reservo para mí y las otras las intercambio con tres amigos, dos de Sevilla y uno de Almería con los que llevo haciendo esto desde hace cuarenta años, con lo que no sería de recibo cortar esta rutina y sobre todo por tratarse del mismo número de siempre.

Pero este año de 2016 he caído en la trampa y he comprado dos décimos, cuarenta euros, por dos cuestiones un poco extraordinarias. Uno de ellos ha sido porque he tenido la ocurrencia de compartirlo con una familia norteamericana a la que nos une gran amistad. La cosa ha resultado curiosa para ellos que están expectantes con el resultado del sorteo que está teniendo lugar en estos momentos. En principio les dije que el premio si nos tocaba el «gordo» era de doscientos mil dólares aproximadamente para cada familia, si tenemos en cuenta un cambio del dólar a la par como está en estos días, pero inmediatamente tuve que rectificar por la negatividad cualitativa desde hace unos años que supone el impuesto extraordinario y directo del 20% que se aplica en el momento del cobro para todos los premios superiores a dos mil quinientos euros. Así de un plumazo, si te toca el gordo y vas a hacer efectivo tu décimo a una entidad bancaria, te dirán que te corresponden cuatrocientos mil euros de premio pero en el mismo instante te aplicaran el impuesto y te quitarán setenta y nueve mil quinientos, un impuesto directo, fijo e inmediato para todos, sean ricos o pobres. Y me asalta la duda ¿para extranjeros también? Si toca tendré que enterarme, pero por si acaso ya le he dicho a la familia amiga americana que de doscientos mil dólares para cada familia nada, que con el impuesto se queda en ciento sesenta mil dólares. Lo más difícil ha sido explicarles lo que significa eso del «gordo» en un sorteo.

Y el otro décimo… He visto muchas cosas respecto de la lotería en general y de esta en particular, pero me ha sorprendido una forma nueva de compartir en la oficina en la que estoy laborando actualmente. En lugar de comprar el mismo número para todos, lo que se hace es aportar un décimo cada uno de los que quieren participar como fondo común, que ha llegado a los 30 décimos, todos diferentes y procedentes de multitud de puntos de la geografía nacional. La idea es que todos los décimos estuvieran depositados y custodiados por una comisión, pero la distancia, los tiempos, las vacaciones y otros impedimentos han hecho esto imposible, con lo que se han utilizado los medios modernos, wasap y correo electrónico, como certificado de compromiso al enviar una foto de los mismos a la comisión gestora. El sistema me ha parecido curioso y me he animado a participar por esta vez y sin que sirva de precedente.

En este fondo hay décimos de todas las terminaciones, con lo que algún reintegro está asegurado y quizá haya suerte y corresponda alguna pedrea, con lo que habrá algo para reinvertir en el siguiente sorteo del Niño y quizá en alguno más hasta que se acabe perdiendo todo, que es lo que suele ocurrir en la mayoría de los casos, especialmente si los premios no son cuantiosos.

Como curiosidad, investiguen y lean de qué ocurre con el asunto de los impuestos cuando los décimos son compartidos entre varias personas…


domingo, 18 de diciembre de 2016

HORARIOS



En estos días han puesto (de nuevo) de moda el tema. Es un asunto recurrente que cada cierto tiempo sale a la palestra y en este caso es una buena excusa para lanzar una cortina de humo en la que todos los españolitos nos enrollamos y que permite dejar en segundo plano otros asuntos de más calado: mientras estamos en la empresa, en la familia, en el bar con los amigos y en otros tantos y tantos sitios hablando del tema, del que todos entendemos un montón, no hablamos de otras cosas como por ejemplo el asunto de las pensiones. Cada vez tengo más claro que manejar la (des)opinión pública es tarea sencilla, y cada vez más con la ayuda de las redes sociales y los medios que entran al trapo a nada que se les mencione una cuestión.

Se hace énfasis en que se trata de debatir acerca de los horarios laborales, pero a nadie se le escapa que estos horarios están estrechamente ligados a los «demás» horarios. Un escueto comentario a lo manifestado por la ministra en los medios diciendo que si salimos del trabajo a las seis de la tarde podemos hacer otras muchas cosas, entre ellas, conciliación familiar o deporte. Respecto de lo primero habrá que ver si queremos hacerla y de lo segundo parece que se olvida que si está hablando de un gimnasio o un polideportivo, los encontraremos cerrados si los empleados de estos establecimientos TAMBIÉN finalizan a las seis. ¿Estamos hablando de TODOS los horarios laborales o solo de los de grandes empresas e incluso de los de oficinas? ¿Nos hemos planteado entonces que los horarios de los empleados que salen antes, por ejemplo a las tres de la tarde, tienen que ser ampliados hasta las seis para que todos seamos igualitos?

Llevo más de cuarenta años, concretamente cuarenta y ocho, laborando en diferentes empresas y diferentes sectores y los horarios se han ajustado a las necesidades del negocio. Mi primer cometido tuvo lugar en una empresa de construcción, en una oficina, y el horario era de siete a diez de la tarde-noche y los sábados por la mañana, que no olvidemos que antiguamente se trabajaba los sábados. Esto era así porque los obreros acababan los tajos a esa hora y pasaban por la oficina a dar los partes que había que procesar a mano. No es cuestión de hablar de horarios alternativos porque el jefe, que era el que pagaba, lo quería así.

Con posterioridad accedí a un puesto administrativo en el sector de banca. En aquellos tiempos, en peleas enconadas con la «autoridad», que en aquellos años era mucha y apabullante pues estábamos en época de Franco, se consiguió el horario continuado para la banca, de ocho de la mañana a tres de la tarde, sábados incluidos. Vaya por delante mi opinión de que un horario de siete horas diarias, treinta y cinco a la semana aunque antes eran cuarenta y dos por los sábados, es el mejor horario posible. Pero claro, siempre y cuando nos dediquemos realmente a trabajar, no a dormitar o jugar al Candy Crash como hacen algunos próceres que se permiten sentar cátedra sobre el tema. Una persona que empieza duro a las ocho de la mañana, dedica veinte minutos escasos a desayunar y vuelve a la carga, cuando son las tres de la tarde está para el arrastre, para irse a su casa, cambiar de ambiente y recuperar fuerzas para el día siguiente entreteniéndose con la familia, el ocio, el deporte, el bricolaje o cualquiera de las muchas actividades placenteras que existen. Tengo que reconocer que durante muchos años el trabajo fue también una actividad placentera para mí en la que disfrutaba enormemente, con lo cual rendía mucho y se me pasaban las horas sin enterarme.

Pero es que hay un asunto que no distinguimos muy bien los españolitos, y es la diferencia en el trabajo entre «estar estando» y «estar trabajando». Muchas horas se pasan los trabajadores «estando» en el puesto de trabajo lo que no significa que estén «trabajando». Esto viene de los tiempos inmemoriales de tipo funcionarial, donde lo que contaba era la presencia física, el fichaje y el estar disponible por si el jefe te llamaba. Lo del trabajo por objetivos, lo de los horarios libres o flexibles, lo de trabajar desde casa y asuntos similares es un tema pendiente del que no se habla y que es el verdadero quid de la cuestión.

En una de mis épocas, de esas de la jornada de siete horas, se rendía a tope. A las ocho de la mañana, nada más comenzar el trabajo, una reunión operativa del departamento de no más de quince minutos sobre lo que íbamos a hacer en el día cada uno, de lo que íbamos a necesitar unos de otros, y todo el mundo a laborar de verdad hasta las tres. Muchas veces me he quedado por la tarde por mi propia iniciativa personal, por acabar algo que tenía entre manos o por simple reordenación personal de mis cometidos. Lo que sí que me ha costado mucho, y pocas veces lo he hecho, ha sido quedarme cuando me lo mandaban, en algunas ocasiones sin justificación y por negligencia de otros, que habían dedicado la mañana a «estar estando» y cuando faltaban quince minutos para marcharnos les entraban las prisas; más de un problema he tenido a lo largo de mi vida laboral por que se me cayera el lápiz a la hora si yo no consideraba que lo que se me pedía fuera de horario era ajustado a los contextos.

Pero aquello acabó. Una compra de empresas a principios de los noventa del siglo pasado terminó con la jornada continuada. Se entraba más tarde, una hora para comer, se salía a las cinco y media de la tarde y claro, ya no había ninguna prisa en la salida para irse a casa a comer y con ello se inventaron los alargamientos no retribuidos de jornada, el quedarse en la oficina por si acaso hasta que se hubiera marchado el jefe e incluso a la salida tomar con los compañeros una cervecita o más de una. Luego se llegaba a casa a las tantas procurando que los niños estuvieran acostados y quejándose a la mujer de lo mucho que habíamos trabajado y lo cansados que estábamos. En aquellos tiempos eso de la «conciliación familiar» todavía no se había inventado.

Desde que el mundo del comercio ha abogado por la liberalización y por tener las tiendas abiertas a todas horas, incluso los festivos, los horarios son un caos porque no olvidemos que muchas personas trabajan en el comercio, algunas por ejemplo solamente los fines de semana, que es cuando el resto de su familia y amigos tienen libre. Y hay muchos tipos de trabajo, especialmente en el mundo del ocio ¿puede un croupier de un casino, un empleado de un cine o un camarero de un restaurante acabar su jornada a las seis de la tarde? Es que a esa hora ni han empezado entre otras cosas porque sus negocios dependen de personas que hayan acabado su jornada y puedan acceder a esos servicios de ocio.

Las cosas se ajustan y desajustan con los años, los usos y las costumbres, si bien es verdad que ciertas condiciones afectan a este ajuste, como por ejemplo la decisión en su día de permitir la apertura de centros comerciales en domingos y festivos. La revolución que provocó esta medida trastocó todo lo existente en temas de horarios, no solo en el comercio, sino en un montón de empresas que no tenían nada que ver con el tema. Otro paso fue la generalización del horario continuado, no cerrando a mediodía, que se ha extendido como la espuma y que habría que analizar a ver si merece la pena.

Sigamos hablando de este tema mientras descuidamos otros realmente importantes y preocupantes…


martes, 13 de diciembre de 2016

NEANDERTALES



La palabra científica correcta para describir esta especie humana extinguida es «Homo neanderthalensis». El nombre fue asignado al descubrir los primeros restos fósiles en el valle alemán de Neander en 1856. Convivieron con nosotros los «Homo sapiens» durante miles de años pero se extinguieron hace treinta mil años de las zonas europeas y asiáticas donde residían. Como ocurre con muchos vocablos técnicos o científicos, acaban por ser usados con insinuaciones despectivas y utilizados como insultos para referirse a personas rudas, toscas e incluso carentes de rasgos de inteligencia humana, cuestión bastante lejos de la realidad.

A lo largo del tiempo han existido muchas connotaciones infundadas sobre esta especie. Los modernos estudios, especialmente los de genética, van poniendo las cosas en su lugar para determinar de forma más fehaciente las características de esta especie y actualizar los conocimientos en cuanto a su aspecto físico, sus formas de vida y sus capacidades, en suma, su cultura. La propia fisonomía que durante años se asemejaba más a simios que a humanos, ha sido dulcificada y acondicionada a tenor de los nuevos descubrimientos, presentando unas formas humanas bastante similares a las actuales. Es obligado mencionar que los sapiens compartimos con ellos parte de nuestros genes.

Hay veces que se tienen las cosas muy cerca y uno no se entera, a pesar de un demostrado interés por estos temas. Resulta que en el valle del Lozoya, muy cerca de Madrid, en el pueblo de Pinilla del Valle, existe un yacimiento en el que moraron neandertales durante miles de años y que está en estudio activo con realización de excavaciones anuales. Uno de los directores es el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, que también participa en el más famoso yacimiento de Atapuerca al que dediqué una entrada que se puede consultar en este enlace, siendo los otros codirectores el arqueólogo Enrique Baquedano y el geólogo Alfredo Pérez-González. Actualmente es visitable, de forma gratuita, con guías expertos que procuran un agradable paseo por un entorno privilegiado y hacen las delicias de grandes y pequeños con sus esquemas, sus indicaciones y sus explicaciones. Es necesario reservar la visita con antelación, lo que se puede hacer a través de la página web del yacimiento donde hay más información.

Aprovechando las festividades españolas de la semana pasada, el dedicado a conmemorar la Constitución fue un buen día para evadirse de la ciudad y dedicarse a enriquecer la cultura personal y ensanchar un poco el espíritu en contacto con la naturaleza. Elegimos como hora de visita las 12:30 aunque es un poco tarde como pudimos descubrir después, ya que acabamos cerca de las tres, buena hora si hubiéramos sido previsores y nos hubiéramos llevado comida campestre pero un poco tarde para los restaurantes. Desde el punto de encuentro con los guías en la localidad de Pinilla, perfectamente descrito en la página web y en el correo electrónico de confirmación que te remiten, hay un paseo de cerca de media hora por los alrededores del embalse que el guía aprovechó para ilustrarnos sobre las condiciones geográficas y orográficas de la zona. Una vez llegados al yacimiento, cuya entrada puede verse en la fotografía que acompaña a esta entrada, se nos pasó el tiempo volando siguiendo las explicaciones sobre la especie, el yacimiento, la cultura, las herramientas, las formas de vida y mil y una anécdotas y comparaciones que hicieron las delicias de todos los participantes.

Acabada la visita, el paseo de retorno no fue tan agradable por la premura de tiempo y lo tarde que se hacía para buscar un restaurante, aunque los propios guías nos recomendaron algunos en Pinilla y en la cercana localidad de Lozoya. En resumen, una visita muy recomendable que deberíamos tratar de hacer con buen tiempo ya que toda la visita transcurre al aire libre.


domingo, 4 de diciembre de 2016

CORTESÍA



Cada vez me encuentro con más frecuencia cuando asisto a actos públicos, tales como conferencias o presentaciones de libros, con que el acto no da comienzo a la hora señalada. Suelo ser puntual y quizá un poco exagerado en la antelación con la que suelo llegar, de forma que pueda pulsar el ambiente, escoger sitio y en algunos casos interaccionar con los organizadores o incluso los ponentes si son conocidos y aunque no lo sean por lo general se prestan a tener una pequeña conversación mientras esperan a que dé comienzo el acto.

Por desgracia, ocurre con demasiada frecuencia que el acto no dé comienzo a la hora anunciada. No siempre, pero algunas veces se escucha aquello de que «vamos a dar diez minutos de cortesía para que vaya llegando el público». Cuando escucho esta frase o similares se me encienden todas las alarmas, se me eriza el vello, se me ponen los cabellos como escarpias y siempre que me es posible contesto con la antagónica «esos minutos de cortesía para los que llegan tarde son igualmente de descortesía para los que ya estamos aquí». Por lo general, esto incomoda y mucho, pues no se espera que nadie conteste. Sin embargo, en alguna contada ocasión he recibido la respuesta de «tiene Vd. razón, vamos a comenzar…».

Cortesía es, entre otros significados, «demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona». En una de las primeras entradas escritas en este blog hace ya nueve años y titulada «PUNTUALIDAD» me hacía eco de esa descortesía que suelen tener algunas personas no asistiendo con puntualidad a los actos. La puntualidad es una de las normas básicas de la buena educación, de lo que podemos deducir sin temor a equivocarnos que la impuntualidad es una falta de educación. Blanco y en botella. No faltan los que dicen que llegar tarde es un signo de distinción, pero esto es rotundamente falso y supone, siempre y sin excepciones, una falta de respeto a los anfitriones y a los presentes, que se han preocupado de llegar con la suficiente antelación para ocupar sus asientos y no trastocar la organización del acto. Claro, tampoco es bueno llegar con demasiada anticipación que no estén puestas ni las luces. «La puntualidad es: deber de caballeros, cortesía de reyes, hábito de gente de valor y costumbre de personas bien educadas. Quienes se hacen esperar en sus citas o no llegan puntuales a sus compromisos, revelan su debilidad de carácter y un desprecio absoluto a sus semejantes».

Pero es que encima de que llegan tarde no tienen la deferencia de quedarse en los últimos puestos —siempre que la entrada sea por la parte posterior de la sala—,sino que avanzan decididos hasta posiciones delanteras aun sin haber visto que haya sitio disponible, lo que provoca no pocas distracciones en el ponente o en los oyentes. Ponía varios ejemplos en la entrada aludida, entre los que no se encuentran las conferencias o presentaciones de libros, pero da lo mismo. Disculpas las hay de todos los tipos invocando al tráfico, al aparcamiento, a los accesos e incluso al sursuncorda pero otro gallo nos cantaría si a la hora programada dieran comienzo los actos e incluso me atrevo a sugerir que se cerraran las puertas y se impidiera físicamente el acceso a los retrasados en términos de tiempo que no en connotaciones de personalidad, en justo premio a su desconsideración hacia los que ya ocupan la sala y están pendientes del desarrollo del acto. Y es que todo esto tiene una contrapartida. Si como resultado de un comienzo tardío el acto se alarga, es posible que alguien se vea obligado a abandonarlo para atender otras obligaciones, con lo cual el que ha sido puntual queda señalado por la desconsideración que supone el marcharse antes de tiempo además de perderse parte del acto que hubiera podido seguir de comenzar a la hora. Como en otros muchos casos, el que cumple puede salir perjudicado además de señalado. Supongo que será la edad, pero a medida que voy cumpliendo años todas estas historias me importan un bledo y de hecho ya me he marchado de algún acto antes incluso de su comienzo molesto por la demora y la falta de consideración a los presentes.

En todo caso, siempre puede uno verse envuelto en situaciones incómodas por desconocimiento. En este sentido recuerdo un hecho que nos ocurrió a mi mujer y a mí en una iglesia de la ciudadrealeña Puertollano, hace ya muchos años. Eran las doce y media cuando nos asomamos a la puerta de la iglesia para intentar oír misa y constatamos que estaba todo el mundo en silencio. Digamos, para más inri, que la entrada estaba en un lateral entre el altar y los feligreses. Entramos y nos dirigimos hacia las posiciones finales donde había más sitio, bajo la atenta y penetrante mirada de los asistentes. Nada más sentarnos, el sacerdote otorgó la bendición y dio por terminada la celebración. ¿Qué pensarían de nosotros?