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domingo, 4 de marzo de 2018

DISTOPÍAS




En el año 2016 se cumplieron quinientos años de la publicación de una obrita titulada «Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía», escrita por Tomás Moro y que se conoce por la abreviación de «Utopía». En el diccionario se reflejan dos acepciones para este vocablo; una, que se trata de un «plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización», y la otra que es la «representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano». Ambos significados presentan connotaciones positivas.

Hace pocos años, en 2013 o 2014, una nueva palabra llegó al diccionario: distopía, cuyo significado es «representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana». Durante algún tiempo se utilizó la palabra anti-utopía a raíz de las diferentes creaciones que a lo largo del siglo XX diferentes autores hicieron en novelas, ensayos, en comics, películas, series televisivas e incluso juegos de ordenador. Recoge algunas características de la ciencia ficción, pero a medida que pasa el tiempo o han ido ocurriendo las cosas o nos parece que estamos en vías de que realmente sucedan.

Las utopías y distopías en el presente siglo XXI es el tema central de un curso monográfico que ha comenzado esta semana en la Universidad Carlos III de Madrid y que está dirigido por el catedrático Antonio Rodríguez de las Heras. Numerosas publicaciones y programas avalan a este profesor, que podremos encontrar utilizando los buscadores en internet. Más concretamente y asociadas al tema que nos ocupa hoy son sus reseñas semanales en RETINA-El País que pueden accederse desde este enlace.

Desde que dejamos de ser cazadores recolectores hace unos doce mil años y nos asentamos en ciudades, el concepto de PROPIEDAD se ha ido desarrollando progresivamente, propiciando la acumulación de bienes de los que podemos disponer pero que también nos pueden ser arrebatados por otros. Este concepto es una de las bases de los MIEDOS que nos asaltan continuamente, incluso sin darnos cuenta, y que nos inquietan y perturban, lo que hace que el futuro con su incertidumbre pueda tener una carga emocional más o menos negativa en función de cada persona y sus circunstancias. Una disconformidad con el presente es inherente a todas las sociedades que quieren avanzar hacia unas utopías que se anuncian como seductoras pero que nunca llegan o cuando llegan se olvidan en un instante para seguir avanzando hacia otras. El mundo está siempre por construir y en esa construcción participamos todos.

La aceleración brutal de los acontecimientos en los últimos años no tiene parangón en la historia de la humanidad. Hay que asumir un bombardeo de cambios de todo tipo, especialmente los tecnológicos, que van dejando fuera de juego a muchas personas, que no se consideran preparadas o con la suficiente energía o motivación para intentar subirse un tren que no para y que cada vez alcanza mayor velocidad. Esta velocidad conlleva vértigo y… miedo. ¿Quién no ve alteradas sus costumbres diarias con demasiada frecuencia por los continuos cambios?

Focalizados en las obras distópicas, estas nos presentan un mundo donde cuestiones cotidianas se llevan a extremos negativos que nos crean intranquilidad, nos perturban e incrementan nuestra sensación de miedo. Son elucubraciones, sí, pero ¿y si con el tiempo llegaran a ser ciertas? La sensación de vigilancia que podían tener ciertas personas en los estados totalitarios del pasado siglo XX hoy son realidad con nuestros teléfonos móviles. Y como siempre, el problema no es que los datos existan, sino el uso que se haga de ellos, ahora o el futuro. Todos, pero especialmente los jóvenes, deberíamos estar preocupados por el rastro que vamos dejando con nuestra situación, nuestras conversaciones, nuestros mensajes o nuestros comentarios en las redes sociales.

Como digo, el concepto fundamental es el uso. El gobierno belga mantenía el pasado siglo una relación de la religión de sus ciudadanos, que era necesaria para la asignación que el Estado daba a cada comunidad en función del número de adscritos a ella. Esa información era utilizada debidamente por el Gobierno, pero cuando Bélgica fue invadida por los alemanes, esa misma relación fue utilizada para otros fines, y si no que se lo digan a los integrantes de cierta religión. No tenemos ninguna garantía de lo que vaya a ocurrir en el futuro, y eso nos causa intranquilidad.

Los focos distópicos tienen en cada momento un buen caldo de cultivo en las tecnologías más inmediatas. Ahora, móviles, ordenadores, pantallas o internet y sus redes sociales. La distopía explota prácticas y conductas asociadas como la dependencia, el consumismo, el individualismo, la opresión, la traición o el control retorciendo el presente en una proyección a futuro que nos resulte verosímil a la vez que aterradora y nos incite a pensar que no hay esperanza. Relájate y disfruta del presente, carpe diem.

El cine nos ofrece grandes obras sobre el asunto. Podríamos considerar la primera aquella «Metrópolis» de 1927 pero luego hay muchas otras entre las que podemos citar sin ser exhaustivo «Blade runner», «V. de vendetta», «Rollerball», «Matrix», la saga «Terminator» y más recientes las sagas de «Los juegos del hambre» o «El corredor del laberinto». El hermano pequeño del cine no se queda atrás y en formato de series televisivas la proliferación está siendo espectacular. Una serie de referencia es «Black mirror» que está en su cuarta temporada y de la que los capítulos más recomendables serían «Metal head» —al que pertenece la imagen— o «Crocodile», pero todos tocan fibras sensibles del ser humano con mayor o menor credibilidad en el alcance de sus planteamientos.

La literatura no se ha quedado atrás, con numerosas obras entre las que se puede contar alguna entre las muchas de Julio Verne como «París en el siglo XX», y las clásicas y conocidas «Los viajes de Gulliver», «Un mundo feliz», «Fahrenheit 451», «1984» o «Sueñan los androides con ovejas eléctricas», muchas de ellas llevadas al cine. La literatura juvenil, más suavizada, ha tenido también su campo en este tema como explicó ya en 2015 el escritor e influencer Javier Ruescas en este vídeo de cinco minutos en Youtube, y que es accesible haciendo clic en este enlace.

Estamos preparados. Somos terreno abonado. La invasión de nuestra intimidad, algunas veces de forma consentida, alcanza límites insospechados desde hace apenas unos años. Los «vendedores de certezas» nos asedian con sus comentarios y sus ideas, que muchas veces «compramos» sin ni siquiera darnos cuenta. La inteligencia artificial aplicada al mundo de los robots se nos antoja como incluso sustitutiva de los humanos. Pero el futuro lo estamos creando nosotros. Actuemos.