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domingo, 22 de abril de 2018

RASTREADOS



Lo sabemos todos, pero estamos metidos hasta el cuello y más en una espiral de la que nos costaría mucho salir y por eso continuamos en ella. En la explosión de lo que se ha dado en llamar «Big Data», el valor de los datos hoy en día es enorme; datos de todo tipo, referidos a las personas o las empresas que pueden ser manejados para todo tipo de fines, lícitos o menos.


El sistema no es nuevo. Se trata de crear una necesidad, una dependencia, de forma gratuita al principio para luego dejar de serlo. Recuerdo a finales de los ochenta del siglo pasado cuando las entidades bancarias españolas empezaron a instalar los primeros cajeros automáticos, una cuestión novedosa en aquellos años y sin la que no podríamos vivir hoy en día muchos ciudadanos del mundo. Para usarlos era necesario disponer de una tarjeta que nadie iba a solicitar voluntariamente. En la entidad en la que yo trabajaba se emitieron cerca de dos millones de tarjetas y se enviaron a los clientes sin haberlas pedido. Gratis total. Se trataba de meterlos en el sistema hasta llegar a conseguir que fueran dependientes de él. Con el paso de los años, la gran mayoría no podemos vivir sin el llamado dinero de plástico y es en ese momento cuando podía dejar de ser gratis y cobrar por ello.


En otros mundos ha pasado lo mismo. Usamos correos electrónicos gratuitos de grandes empresas como Google, Yahoo o Microsoft. En una vuelta de tuerca mayor, esos usuarios de correo han llegado a ser la clave para acceder y disponer de otros servicios, como, por ejemplo, el teléfono móvil y las redes sociales. Salvo algunos sistemas residuales, los millones de teléfonos inteligentes que circulan por el mundo o bien son Apple o bien Android, es decir, de Google.


Hace unas semanas ha saltado a los medios la noticia del uso indebido de los datos de los usuarios de Facebook por una empresa privada que hacía prospecciones de mercado para asuntos electorales. Sin duda habrá muchos otros casos que no se sepan de esta u otras redes sociales. Este es el «pago» que hacemos por la gratuidad de los servicios que utilizamos: nuestros datos, nuestras andanzas, nuestros contactos, nuestra vida.


Y aunque nos imaginamos que es mucho lo que conocen de nosotros, se nos pueden poner los pelos como escarpias si realmente nos ponemos a indagar un poco. En la imagen que acompaña esta entrada puede verse el trino de un usuario en Twitter donde contaba la forma que cualquier usuario de Google tiene de obtener toda la información que esta empresa guarda de nosotros. Simplemente se trata de acceder a esta dirección y descargar a uno o varios ficheros en nuestro ordenador lo que Google ha ido almacenando a lo largo de los años. No sé si recomendar que se haga porque desde luego es como para asustarse.


El problema no son los datos. Como dice mi buen amigo Miguel Ángel, los que «no hacemos nada malo» no tenemos problemas. No sé si todos tenemos claro que Google, como Facebook o Whatsapp, son empresas privadas y por añadidura no españolas, con lo cual el uso que hagan de nuestros datos está en el limbo. Y no solo el uso que hagan de forma voluntaria y controlada sino el que puedan hacer otros incontrolados que «hackeen» sus sistemas o se los pidan, o compren, para una cosa y la utilicen para otra.


No se trata de ahondar en el tema. Yo me he descargado mis datos y hay asuntos que no me gustan un pelo. Están todos los correos electrónicos, todos toditos todos, desde que abrí mi cuenta en Gmail en 2009; los que yo he enviado y, ojo a esto, los que me han enviado a mí. Yo no puedo tener ningún control sobre todo el SPAM que me llega, por lo que vamos a suponer que recibo un correo con algún asunto delicado que yo no he solicitado y además con fotografías y documentos añadidos. El correo, y las fotografías y los documentos quedan archivados y «asociados» a mí en el universo Google. Ya sabemos lo que pasa si alguna cuestión se saca de contexto…


El problema no son los datos, sino el uso que se haga de ellos. Y además hay que tener en cuenta no solo el presente, sino el futuro, donde los contextos y las circunstancias pueden haber cambiado y datos que ahora no significan nada pueden cobrar vida en los años venideros, para bien o para mal. Según el uso que se les dé, insisto. La noticia de que los departamentos de recursos humanos de las empresas husmean en las redes sociales de los candidatos e incluso de sus empleados no es nuevo.


Lo que está archivado en los servidores de Google, y de otros, archivado está. Deben tener una capacidad infinita porque en mi caso han sido cerca de 6 Gb. de información, y somos millones de usuarios. Y como soy muy desconfiado últimamente, seguro que tienen muchos más que no dicen. El rastro electrónico que vamos dejando engorda día tras día con nuevas formas de obtener información. En China ya están probando el reconocimiento facial de los ciudadanos y quizá en el futuro nos den puntos por pasar por un museo y nos los quiten por ir a una manifestación, vaya Vd. a saber.


La solución sería dejar de usar toda esta maraña de correos y redes sociales y volver a las cartas y los sellos y los teléfonos que solo eran teléfonos. Pero… ¿podemos hacerlo?